El documento propuesto por el Alto Representante, Josep Borrell, sobre la política de seguridad europea es un primer paso para hacer frente a los desafíos geopolíticos actuales. Se impulsa a los ministros de Defensa de los 27 a adoptar, en marzo de 2022, la infraestructura de una Fuerza de intervención rápida de 5.000 militares. No se sabe aún los componentes de esta fuerza, pero lo cierto es que tendrá, en términos militares, un alcance limitado. Dadas las divergencias de intereses nacionales, el Alto Representante ha logrado lo máximo posible en el contexto europeo actual, aunque por debajo de su expectativa inicial de una defensa común capaz de actuar con independencia y de modo cooperativo con la OTAN.
La experiencia enseña que la gran mayoría de los 27 confía más en EE UU y la OTAN que en un proyecto autónomo europeo de defensa, porque, a la vez, consagraría, particularmente tras la salida del Reino Unido, el liderazgo militar de Francia, única potencia nuclear, y generaría inversiones financieras de largo plazo. A ello hay que añadir la incapacidad de Alemania para transformar su hegemonía económica en potencia política y militar. Lecciones y obstáculos insoslayables para la construcción de una Unión común de defensa.
En el fondo, no se quiere barajar la posibilidad de abordar de forma conjunta el precario estado de las relaciones internacionales que legó el huracán desatado por Donald Trump estos últimos años; incluso se quiere pasar página sobre este funesto episodio, sin entender que, despojado de la violencia trumpista, se trata de un giro histórico de EE UU en el contexto de la globalización actual.
El mundo en el que vivimos está de hecho organizado en un pulso entre tres grandes potencias: EE UU, Rusia y China. Frente a la hegemonía económica, militar, política e ideológica de Estados Unidos, Rusia y China actúan de permanente contrapeso estratégico en el dominio de las armas o de la economía. Y, en este campo feroz de enfrentamiento, Europa, fuera de su capacidad comercial, no pinta nada. Ni es una nación, ni puede siquiera concebir una mera Fuerza militar cooperativa. Hasta hoy, la experiencia también demuestra que Europa se coloca en una posición meramente reactiva: tanto en África, en el Mediterráneo como en los países del Este, sin hablar de su exclusión de Oriente Medio y de su inexistencia en el Pacífico, principal foco de crecimiento económico mundial. Y, de otro lado, lo que ha ocurrido en Bielorrusia con la inhumana manipulación de los inmigrantes pone de relieve la amplitud del desafío.
La cuestión es que sin una defensa común no habrá autonomía europea, y sin esta, tampoco habrá Europa política unida. Desde los inicios de su cargo, Josep Borrell hizo hincapié sobre la necesidad de fortalecer política y militarmente Europa para encontrar su puesto en el mundo. El alcance de la Brújula estratégica patrocinada por Bruselas abre la vía a este objetivo, pero el camino será largo. Sin voluntad política, Europa quedará impotente ante el mundo tripolar.
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