Byung-Chul Han: “El móvil es un instrumento de dominación. Actúa como un rosario”

Con cierto vértigo, el mundo material, hecho de átomos y moléculas, de cosas que podemos tocar y oler, se está disolviendo en un mundo de información, de no-cosas, según observa el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han. Unas no-cosas que, aun así, seguimos deseando, comprando y vendiendo, que nos siguen influenciando. El mundo digital cada vez se hibrida de manera más notoria con el que aún consideramos mundo real, hasta el punto de confundirse entre sí, haciendo la existencia cada vez más intangible y fugaz. El último libro del pensador, No-cosas. Quiebras en el mundo de hoy (Taurus), se une a una retahíla de pequeños ensayos en los que este pensador superventas (le han llamado rockstar de la filosofía) ha ido diseccionando minuciosamente las ansiedades que nos produce el capitalismo neoliberal.

Uniendo citas frecuentes a los grandes filósofos y elementos de la cultura popular, los textos de Han transitan desde la que ha llamado la “sociedad del cansancio”, en la que vivimos agotados y deprimidos por las inapelables exigencias de la existencia, hasta al análisis de las nuevas formas de entretenimiento que se nos ofrecen. Desde la psicopolítica, que consigue que los ciudadanos aceptemos rendirnos mansamente a la seducción del sistema, hasta la desaparición del erotismo que Han achaca al narcisismo y exhibicionismo actuales, que campan a sus anchas, por ejemplo, en las redes sociales: la obsesión por uno mismo hace que los demás desaparezcan y el mundo sea un reflejo de nuestra persona. El pensador reivindica la recuperación del contacto íntimo con la cotidianidad —de hecho, es conocido que le gusta cultivar lentamente un jardín, hacer cosas con las manos, el silencio—. Se rebela contra “la desaparición de los rituales” que hace que desaparezca la comunidad y que nos convirtamos en individuos perdidos en sociedades enfermas y crueles.

Byung-Chul Han en un fotograma del documental de Isabella Gresser ‘La sociedad del cansancio: Byung-Chul Han en Seúl y Berlín’, de 2015.
Byung-Chul Han en un fotograma del documental de Isabella Gresser ‘La sociedad del cansancio: Byung-Chul Han en Seúl y Berlín’, de 2015.

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Byung-Chul Han ha aceptado esta entrevista con EL PAÍS, pero solo mediante un cuestionario por correo electrónico que ha sido respondido en alemán por el filósofo y posteriormente traducido y editado.

PREGUNTA. ¿Cómo es posible que en un mundo obsesionado por la hiperproducción y el hiperconsumo, al mismo tiempo los objetos se vayan disolviendo y vayamos hacia un mundo de no-cosas?

RESPUESTA. Hay, sin duda, una hiperinflación de objetos que conduce a su proliferación explosiva. Pero se trata de objetos desechables con los que no establecemos lazos afectivos. Hoy estamos obsesionados no con las cosas, sino con informaciones y datos, es decir, no-cosas. Hoy todos somos infómanos. Se ha llegado ya a hablar de datasexuales [personas que recopilan y comparten obsesivamente información sobre su vida personal].

P. En ese mundo que describe, de hiperconsumo y pérdida de lazos, ¿por qué es importante tener “cosas queridas” y establecer rituales?

R. Las cosas son los apoyos que dan tranquilidad en la vida. Hoy en día están en conjunto oscurecidas por las informaciones. El smartphone no es una cosa. Yo lo caracterizo como el infómata que produce y procesa informaciones. Las informaciones son todo lo contrario a los apoyos que dan tranquilidad a la vida. Viven del estímulo de la sorpresa. Nos sumergen en un torbellino de actualidad. También los rituales, como arquitecturas temporales, dan estabilidad a la vida. La pandemia ha destruido estas estructuras temporales. Piense en el teletrabajo. Cuando el tiempo pierde su estructura nos empieza a afectar la depresión.

P. En su libro se establece que, mediante la digitalización, nos convertiremos en homo ludens, enfocados al juego más que al trabajo. Pero, con la precarización y la destrucción de empleo, ¿podremos todos acceder a esa condición?

R. He hablado de un desempleo digital que no está determinado por la coyuntura. La digitalización conducirá a un desempleo masivo. Este desempleo representará un problema muy serio en el futuro. ¿Consistirá el futuro humano en la renta básica y los juegos de ordenador? Un panorama desalentador. Con panem et circenses (pan y circo) se refiere Juvenal a la sociedad romana en la que no es posible la acción política. Se mantiene contentas a las personas con alimentos gratuitos y juegos espectaculares. La dominación total es aquella en la que la gente solo se dedica a jugar. La reciente e hiperbólica serie coreana de Netflix, El juego del calamar, en la que todo el mundo solo se dedica al juego, apunta en esta dirección.

P. ¿En qué sentido?

R. Esa gente está sobreendeudada y se entrega a ese juego mortal que promete enormes ganancias. El juego del calamar representa un aspecto central del capitalismo en una forma extrema. Ya dijo Walter Benjamin que el capitalismo representa el primer caso de un culto que no es expiatorio, sino que nos endeuda. En los principios de la digitalización se soñaba con que esta sustituiría el trabajo por el juego. En realidad, el capitalismo digital explota despiadadamente la pulsión humana por el juego. Piense en las redes sociales, que incorporan elementos lúdicos para provocar la adicción en los usuarios.

P. En efecto, el teléfono móvil inteligente nos prometía cierta libertad… ¿No se ha convertido en una larga cadena que nos apresa allí donde estemos?

R. El smartphone es hoy un lugar de trabajo digital o bien un confesionario digital. Todo dispositivo, toda técnica de dominación genera artículos de culto que son empleados para la subyugación. Así se afianza la dominación. El smartphone es el artículo de culto de la dominación digital. Como aparato de subyugación actúa como un rosario y sus cuentas; así es como mantenemos el móvil constantemente en la mano. El me gusta es el amén digital. Seguimos confesándonos. Nos desnudamos por decisión propia. Pero no pedimos perdón, sino que se nos preste atención.

P. Hay quien teme que el internet de las cosas pudiera significar algo así como la rebelión de los objetos contra el ser humano.

R. No exactamente. El smart home [hogar inteligente] con cosas interconectadas representa una prisión digital. El smart bed [cama inteligente] con sensores prolonga la vigilancia también durante las horas de sueño. La vigilancia se va imponiendo de modo creciente y subrepticio en la vida cotidiana como si fuera lo conveniente. Las cosas informatizadas, o sea, los infómatas, se revelan como informadores eficientes que nos controlan y dirigen constantemente.

P. Usted ha descrito cómo el trabajo va tomando carácter de juego, las redes sociales, paradójicamente, nos hacen sentir más libres, el capitalismo nos seduce. ¿Ha conseguido el sistema meterse dentro de nosotros para dominarnos de una manera incluso placentera para nosotros mismos?

R. Solo un régimen represivo provoca la resistencia. Por el contrario, el régimen neoliberal, que no oprime la libertad, sino que la explota, no se enfrenta a ninguna resistencia. No es represor, sino seductor. La dominación se hace completa en el momento en que se presenta como la libertad.

P. ¿Por qué, a pesar de la precariedad y la desigualdad crecientes, de los riesgos existenciales, etcétera, el mundo cotidiano en los países occidentales parece tan bonito, hiperdiseñado, y optimista? ¿Por qué no parece una película distópica o ciberpunk?

R. La novela 1984 de George Orwell se ha convertido desde hace poco en un éxito de ventas mundial. Las personas tienen la sensación de que algo no va bien con nuestra zona de confort digital. Pero nuestra sociedad se parece más a Un mundo feliz de Aldous Huxley. En 1984 las personas son controladas mediante la amenaza de hacerles daño. En Un mundo feliz son controladas mediante la administración de placer. El Estado distribuye una droga llamada “soma” para que todo el mundo se sienta feliz. Ese es nuestro futuro.

P. Usted sugiere que la inteligencia artificial o el big data no son formas de conocimiento tan asombrosas como nos las pintan, sino más bien “rudimentarias”. ¿Por qué?

R. El big data dispone solo de una forma muy primitiva de conocimiento, a saber, la correlación: si ocurre A, entonces ocurre B. No hay ninguna comprensión. La inteligencia artificial no piensa. A la inteligencia artificial no se le pone la carne de gallina.

P. Dijo Blaise Pascal que la gran tragedia del ser humano es que no puede estar quieto sin hacer nada. Vivimos en un culto a la productividad, incluso en ese tiempo que llamamos “libre”. Usted lo llamó, con gran éxito, la sociedad del cansancio. ¿Deberíamos fijarnos como objetivo político la recuperación del tiempo propio?

R. La existencia humana está hoy totalmente absorbida por la actividad. Con ello se hace completamente explotable. La inactividad vuelve a aparecer en el sistema capitalista de dominación como incorporación de algo externo. Se llama tiempo de ocio. Como sirve para recuperarse del trabajo, permanece vinculado al mismo. Como derivada del trabajo constituye un elemento funcional dentro de la producción. Necesitamos una política de la inactividad. Esto podría servir para liberar el tiempo de las obligaciones de la producción y hacer posible un tiempo de ocio verdadero.

P. ¿Cómo se combina una sociedad que trata de homogeneizarnos y eliminar las diferencias, con la creciente querencia de las personas por ser diferentes de los demás, en cierto modo, únicas?

R. Todo el mundo quiere hoy ser auténtico, es decir, diferente a los demás. Así, estamos comparándonos todo el rato con los otros. Precisamente es esta comparación la que nos hace a todos iguales. O sea: la obligación de ser auténticos conduce al infierno de los iguales.

P. ¿Necesitamos más silencio? ¿Estar más dispuestos a escuchar al otro?

R. Necesitamos que se acalle la información. Si no, acabará explotándonos el cerebro. Hoy percibimos el mundo a través de las informaciones. Así se pierde la vivencia presencial. Nos desconectamos del mundo de forma creciente. Vamos perdiendo el mundo. El mundo es algo más que información. La pantalla es una pobre representación del mundo. Giramos en círculo alrededor de nosotros mismos. El smartphone contribuye decisivamente a esta pobre percepción de mundo. Un síntoma fundamental de la depresión es la ausencia de mundo.

P. La depresión es uno de los más alarmantes problemas de salud contemporáneos. ¿Cómo opera esa ausencia de mundo?

R. En la depresión perdemos la relación con el mundo, con el otro. Nos hundimos en un ego difuso. Pienso que la digitalización, y con ella el smartphone, nos convierten en depresivos. Hay historias de odontólogos que cuentan que sus pacientes se aferran a su teléfono cuando el tratamiento es doloroso. ¿Por qué lo hacen? Gracias al móvil soy consciente de mí mismo. El móvil me ayuda a tener la certeza de que vivo, de que existo. De esa forma nos aferramos al móvil en situaciones críticas, como el tratamiento dental. Yo recuerdo que cuando era niño me aferraba a la mano de mi madre en el dentista. Hoy la madre no le dará la mano al niño, sino que le dará el móvil para que se agarre a él. El sostén no viene de los otros, sino de uno mismo. Eso nos enferma. Tenemos que recuperar al otro.

P. Según el filósofo Fredric Jameson es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. ¿Ha imaginado usted algún modo de poscapitalismo ahora que el sistema parece en decadencia?

R. El capitalismo corresponde realmente a las estructuras instintivas del hombre. Pero el hombre no es solo un ser instintivo. Tenemos que domar, civilizar y humanizar el capitalismo. Eso también es posible. La economía social de mercado es una demostración. Pero nuestra economía está entrando en una nueva época, la época de la sostenibilidad.

P. Usted se doctoró con una tesis sobre Heidegger, que exploró las formas más abstractas de pensamiento y cuyos textos son muy oscuros para el profano. Sin embargo, usted consigue aplicar ese pensamiento abstracto a asuntos que cualquiera puede experimentar. ¿Debe la filosofía ocuparse más del mundo en el que vive la mayor parte de la población?

R. Michel Foucault define la filosofía como una especie de periodismo radical, y se considera a sí mismo periodista. Los filósofos deberían ocuparse sin rodeos del hoy, de la actualidad. En eso sigo a Foucault. Yo intento interpretar el hoy en pensamientos. Estos pensamientos son precisamente los que nos hacen libres.

Traducción de Santiago Tovar

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