Canibalismo, fantasías sexuales e histeria colectiva: todo lo que el ‘caso Armie Hammer’ dice de nuestra sociedad


Armie Hammer, actor estadounidense de 34 años, es uno de esos galanes de Hollywood que, sin tener en su haber un taquillazo mundial, es reconocido por haber creado estampas memorables en Call me by your name de Luca Guadagnino o la nueva adaptación de Rebecca de Netflix, que dejó fríos a los críticos pero se convirtió en uno de los grandes éxitos de la plataforma en 2020.

SIn embargo, Armie no ha estado nunca tan presente en los medios como en las últimas semanas. Un morboso escándalo, trending topic mediante, y unos mensajes de Instagram filtrados a medios sensacionalistas, de veracidad no comprobada, le muestran como un hombre con tendencias a un extraño canibalismo sexual, al menos de boca: “Soy 100% caníbal. Te quiero comer. Joder. Asusta admitirlo”, decía uno de ellos. En otros hacía manifiesto su deseo de comerse las costillas de una amante, o su gusto por una hipotética ingesta del corazón aún caliente de un animal. Todo como sacado de un relato perverso del marqués de Sade. Varias de sus exparejas han salido a la palestra denunciando sus gustos sexuales agresivos, extravagantes, toxicómanos e incluso antropofágicos. “¿Y si quisiera cortarte un dedo del pie para guardarlo en un bolsillo y llevar siempre conmigo un pedazo de ti?”, decía otro de los supuestos mensajes. El actor se ha desvinculado de las acusaciones y ha cancelado su participación en Shotgun Wedding, la próxima película romántica de Jennifer Lopez.

Comer humanos

El canibalismo siempre ha fascinado a la mente humana, llevándola territorios oscuros y resbaladizos. Quizás de ahí la rápida difusión y el gran interés por el caso de Hammer, sobre todo en Internet, un lugar ya de por sí oscuro y resbaladizo. En efecto, el caso nos habla de asuntos cotidianos, como el fin de la privacidad en la era digital, el abuso sexual o la dificultad para discernir sobre la veracidad de las informaciones, pero también de otros menos comunes y tan interesantes como el canibalismo, las parafilias y su relación con la sociedad actual.

El deseo de ingerir partes de otras personas ha tenido una fuerte presencia en la cultura popular. Sin ir más lejos, en películas ya clásicas como El silencio de los corderos, gracias al icónico Hannibal el Caníbal, interpretado magistralmente por Anthony Hopkins. Existe una fuerte corriente de cine de terror italiano de los ochenta basado en el canibalismo, como el clásico del gore más horripilante, Holocausto caníbal, de Ruggero Deodato.

La imagen popular del canibalismo en Occidente, casi cómica, procede de la época de las grandes exploraciones: una gran olla en una tribu africana, en la que los salvajes meten a los exploradores europeos al chup-chup para comérselos. Todo caricaturizado, como sacado de una película de Indiana Jones. “El canibalismo se ha utilizado por los occidentales, al igual que el incesto, para marcar una otredad salvaje y para ensalzarnos a nosotros mismos diferenciándonos de ella”, explica Julián López García, catedrático de Antropología Social de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

Sin embargo, el canibalismo realmente existente no se parece a esto. “Si bien ha existido el canibalismo por motivos nutricionales, como modo de alimentación en épocas de crisis, lo más habitual es que se trate de un canibalismo ritual”, dice el catedrático. En algunas sociedades, por ejemplo, era tradicional beberse las cenizas de los familiares difuntos mezcladas con agua, como una forma de reintegrarlos en el cuerpo. También, en otra dirección, podían ingerirse los cadáveres de los enemigos, como forma de recuperar la energía perdida en la batalla. “En cualquier caso, lo que se ingiere son ciertas partes del cuerpo, no piezas significativas de carne como las que encontramos en una carnicería”, señala López García. Los caníbales no comen entrecot de humano, ni hacen embutidos.

En España se encuentran evidencias de canibalismo en yacimientos como el de la Gran Dolina, en Atapuerca, relacionados con el Homo antecessor, de unos 800.000 años de antigüedad. Según algunas investigaciones era la forma más eficiente de alimentarse. Pero mucho más cerca en el tiempo, a solo 8.000 años de distancia, han aparecido indicios de canibalismo en Alicante, en las Coves de Santa Maira, según hallaron investigadores de la Universidad de Valencia (UV). “Es interesante porque no fue hace tanto tiempo, eran seres como nosotros”, explica Juan Vicente Morales, arqueólogo de la UV.

¿Prácticas funerarias o delicatessen gastronómicas? se tituló el artículo que daba cuenta de la investigación publicada en Journal of Anthropological Archaeology. “Los casos de canibalismo son un reto para los arqueólogos porque son difíciles de detectar”, dice el investigador. En este caso, todo apunta, viendo las marcas de los dientes y herramientas en los huesos, el desarticulado de las piezas, la evidencia del loncheado de la carne, y el tratamiento de los propios huesos como desechos, a que aquellos humanos fueron devorados por otros, probablemente por necesidad extrema y de manera puntual.

Porque el canibalismo, incluso en la actualidad, también puede estar relacionado con la supervivencia. Fue el caso de aquellos jugadores uruguayos de rugby cuyo avión se estrelló en Chile en 1972, en mitad de las nieves inalcanzables de los Andes. Los que finalmente sobrevivieron se habían visto obligados a comerse los cuerpos de sus compañeros fallecidos. La película ¡Viven!, de Frank Marshall, relata aquellos hechos tremendos. Cuando la antropofagia humana sucede por pura necesidad puede gozar de cierta comprensión.

En nuestras propias sociedades también es difusa la línea entre lo que es canibalismo y lo que no. Existe una polémica moda que consiste en comerse la placenta de los recién nacidos, a la que se atribuyen propiedades saludables: las autoridades médicas no lo recomiendan, aunque algunas celebrities, como Kim Kardashian, lo hayan hecho. Lo mismo pasa con la ingestión de la propia orina, que fue defendida hasta por naturópatas como el televisivo Txumari Alfaro (el del programa La botica de la abuela), actividad no demasiado recomendable. Comerse los padrastros o las uñas, tragarse fluidos sexuales, practicar el sexo oral… “Hay antropólogos que incluso ven una metáfora del canibalismo en los trasplantes de órganos”, dice López García. “El cuerpo se abre como una boca para ingerir, por ejemplo, un corazón, que es carne de otra persona”. Dentro del canibalismo simbólico, por cierto, podría incluirse el ritual católico de la eucaristía, en el que cada domingo los feligreses ingieren la sangre y el cuerpo de Cristo. Teológicamente tiene su justificación, por supuesto, que los catequistas suelen dar a los niños que, en su inocencia, se alarman en misa ante el sorprendente hecho.

El canibalismo en nuestra actualidad, lejos de lo cultural o lo antropológico, puede estar vinculado a las enfermedades mentales y al crimen: es el caso de los asesinos en serie que gustan de comerse a sus víctimas. Por ejemplo, Jeffrey Dahmer, el célebre carnicero de Milwaukee, que fue condenado por asesinar a 17 personas en los años ochenta, confesó haber devorado los bíceps de algunas de sus víctimas. En el congelador de su casa encontraron piezas de carne de estas. Más recientemente, en 2008, el chef británico Anthony Morley mató a su pareja y cocinó sus muslos a las finas hierbas.

Abuso y proteína

En el caso del polémico actor Armie Hammer parece que se ha extendido una especie de histeria colectiva que pone el foco donde no es. Debe preocupar (y se debe censurar) que un actor, como denuncian algunas mujeres, utilice su fama e influencia para coaccionar sexualmente. Pero no que nos encontremos ante un caníbal que se come a la gente. Nos hallamos, más bien, ante una fantasía sexual centrada en el canibalismo, o, más concretamente, en hablar del canibalismo (parece poco probable que Hammer se haya comido a nadie). “La sexualidad humana no es solo reproductora”, explica la sexóloga Carme Sánchez, del Instituto de Urología Serrate & Ribal. “También existe un vínculo con la comunicación y con el placer sensorial”. Ahí podrían entrar en juego diversas parafilias, que son toleradas socialmente o no según la cultura de cada época. “Hay parafilias que antes resultarían aberrantes y hoy son completamente aceptadas”, dice la sexóloga. Basta con pasearse por una tienda de artículos eróticos: lo relacionado con la lencería, los juguetes sexuales, el fetichismo de los pies, etcétera, no causa ningún escándalo e incluso puede ser celebrado como señal de apertura de mente o elegancia.

Lo de zamparse a otros humanos, claro está, es más raro. “Los fetiches del canibalismo sexual no tienen nada que ver con comerse a otra persona”, explicó la dominatrix Emperatriz Wu a la revista Rolling Stone. “Se basa en ciertas fantasías y hay diferentes elementos con los que jugar”. En estas fantasías se manipulan gotas de sangre que brotan de la yema del dedo, se dan mordiscos, se relatan historias morbosas, o se come sushi sobre un cuerpo desnudo. “No creo que haya una forma típica de representar una escena de canibalismo porque el acto final en sí mismo es extremadamente irreal”, dice Wu. De alguna manera, podría ser la representación simbólica del deseo de estar tan cerca de alguien como nunca se podrá estar, de fundirse totalmente con otro cuerpo, de superar la individualidad física a la que estamos condenados.

Así, el canibalismo en el ámbito de lo erótico no tiene por qué ser tan fiero como podríamos imaginar. “Lo problemático con las fantasías sexuales se da en dos casos: cuando influyen negativamente en la vida del individuo, generando malestar o deterioro social; o, por supuesto, cuando esas conductas o fantasías dañan o ponen en riesgo a los demás”, afirma Carme Sánchez. Entonces no se llaman parafilias, sino trastornos parafílicos.

“Es innegable que el canibalismo despierta interés, tal vez relacionado con cierto morbo, con la ruptura de tabús, de prohibiciones; quizás muestra que, de alguna manera, el ser humano no está tan desligado de la naturaleza, por mucho que lo disfracemos”, opina Morales. Cuando alguien le diga que no come carne, pregúntele que a qué carne se refiere.

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