Carles Feixa es catedrático de Antropología Social en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y coordinador de la Red sobre Juventud y Sociedad, en la que participan expertos de una decena de campus. Los datos de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica reflejan que el grupo de 15 a 30 años es, con diferencia, el que más contagios registra cada semana desde que empezó el desconfinamiento. Feixa, nacido en Lleida hace 58 años, lamenta que en estos meses las autoridades no hayan recurrido a su disciplina. “Se han centrado exclusivamente en aspectos epidemiológicos y sanitarios sin tener en cuenta la necesidad de investigar los aspectos sociales y, en particular cómo se están comportando los jóvenes y cómo se pueden introducir cambios para reducir los contagios”, dice.
Pregunta. ¿Por qué se comportan los jóvenes durante la epidemia como lo están haciendo?
Respuesta. Hay varios factores. La juventud es la fase de apertura al espacio público y a las relaciones en la que, para desvincularse del ámbito familiar, se buscan otros contactos sociales. En gran medida, además, son asintomáticos. Pasan la enfermedad en muchos casos sin notarlo, mientras que en las personas mayores suele haber más consecuencias.
P. ¿Influye la falta de miedo, el hecho de saber que si se contagian su enfermedad seguramente no será grave?
R. Más que a egoísmo creo que responde a la cultura del riesgo. Los jóvenes buscan explorar, y ponerse en riesgo es algo atractivo. Esto tiene una función adaptativa que en situaciones normales es positiva. Es la manera de que se busquen la vida y se emancipen. Pero en una pandemia hay un riesgo añadido que se ha de tener en cuenta y no se ha hecho. Si eran el sector clave para la transmisión del virus, había que haberlos cuidado de alguna manera, y fueron olvidados.
P. ¿En qué sentido?
R. Los poderes públicos se olvidaron de los jóvenes durante el confinamiento porque no causaban problemas. Fueron los que mejor se adaptaron, en parte por su vinculación con la cibercultura, un terreno en el que ayudaron a los más mayores, y por lo que podemos llamar la cultura de la habitación. Y cuando llegó el desconfinamiento volvieron a ser olvidados. El error ha sido no contar con ellos para una estrategia de responsabilización y cogestión del desconfinamiento. Haberlos tratado de manera infantilizadora, por un lado culpándolos y por otro con broncas. Eso no funciona con la juventud. Funciona la responsabilidad. Hacerles conscientes de que si no toman medidas los perjudicados no serán personas anónimas, sino de su entorno, sus abuelos.
P. ¿Cómo se debería actuar?
R. La juventud vive el presentismo, también porque en esta sociedad, en general, les resulta imposible planificar un futuro a medio o largo plazo. Pero también hay una tendencia en la cultura juvenil hacia un ocio más tranquilo, más lento, que conecta con la preocupación por la sostenibilidad y el cambio climático. Por esta vía, en la que los jóvenes han mostrado liderazgo, se les podría atraer. Hacerlos protagonistas de unos cambios que incluyan una lentificación de las relaciones sociales. Hace falta un gran pacto intergeneracional en el que los jóvenes puedan proponer soluciones, que no solo se les diga lo que tienen que hacer.
P. ¿Se les puede convencer de no relacionarse sin mascarilla?
R. Podría ponerse de moda. Igual que les atraen los tatuajes, los piercings y otros elementos que podríamos considerar incómodos, si se trabajara bien la mascarilla podría ser otro de los elementos incorporado a su cuerpo que les hacen sentir mejor.
P. ¿Quién puede influir en ellos?
R. Han de ser los coetáneos, gente de su edad. Algunos podrían ser influencers, pero es más una cuestión micro. Que en cada grupo de amigos alguien introduzca estas innovaciones. Sin descartar que en casos de extremos hay que limitar las cosas, es mucho más efectivo el liderazgo de alguien como ellos que les haga ver que va en beneficio de todos que la bronca del profesor, el padre o el policía.
P. ¿Sería útil el toque de queda para controlar a los jóvenes?
R. En primer lugar, habría que buscarle otra denominación que no tuviera connotaciones bélicas. Y es posible que aboque a la clandestinidad ciertas prácticas sociales, y en vez del botellón en el espacio público, que es escandaloso, se trasladen a fiestas en apartamentos, aún más peligrosas. Si se traspasa cierto nivel de transmisión, quizá sería más eficiente otro confinamiento.
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