La escena otoñal transcurre en Villena, Alicante, a media mañana. Tras una hora de predisposición para los posados, Carlos Alcaraz (El Palmar, Murcia; 18 años) ya pelotea junto a su entrenador, Juan Carlos Ferrero, y ante la enésima petición del fotógrafo reacciona: “Disculpa, pero también tengo que entrenar un poco, ¿eh?”.
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El chico, un pedazo de pan que se mueve de igual a igual con todos los compañeros de su academia, cuentan sus allegados, se expresa con la ingenuidad y la espontaneidad del que todavía está por hacer, pero entre su equipo ya existe la convicción de que más pronto que tarde va a llegar el boom. Este se produce en el verano de Nueva York, como anillo al dedo: no hay pista más ruidosa ni excesiva que la norteamericana, donde la madrugada del viernes, Alcaraz y su explosivo tenis llaman al mundo durante cuatro horas de verdadero frenesí juvenil.
“Es que tiene un talento descomunal. Cuando no ha podido estar por aquí Juan Carlos [Ferrero, su entrenador, exnúmero uno], le he entrenado algunos días y me he quedado con la boca abierta. Cuando piensas que ya no puede inventar más virguerías, de repente te sale con algo diferente. Es todo imaginación, un torbellino constante. Hace cosas fuera de lo normal. Y mira que yo he visto crecer a unos cuantos chicos… Así que lo que hizo contra Tsitsipas [6-3, 4-6, 7-6(2), 0-6 y 7-6(5), tras 4h 07m] no me sorprende”.
Quien habla sabe muy lo que dice. Al fin y al cabo, por las manos de Toni Martínez Cascales pasó el propio Ferrero, expuesto a todo lo que significa una explosión tan brutal como la de Alcaraz, que no solo despachó al número tres del mundo sino que lo hizo como si llevara media vida en la élite, de tú a tú, procesándolo todo con maestría. “Desde Wimbledon estaba jugando a un nivel increíblemente alto. Antes de ir a Umag [donde ganó su primer título en el circuito de la ATP, el 26 de julio] ya le dije que iba a ganar un trofeo en tierra, y así lo hizo. Era cuestión de tiempo, como también era cuestión de tiempo que ocurriera lo que sucedió contra Tsitsipas”, agrega el formador.
Alcaraz, citado este domingo en los octavos (no antes de las 23.00, Eurosport) con el veterano Peter Gojowczyk (141º), catorce años mayor que él, ha irrumpido como una llamarada en un enclave que desde hace tiempo demanda un golpe de efecto. Los gigantes (Nadal, Federer, Djokovic, Serena) no son eternos y el tenis precisa de nuevos estandartes que vayan mucho más allá de la pista. “Es la primera vez que hablo de él y ya me he convertido en un fan. Con él, nuestro deporte tiene un futuro brillante”, expuso Boris Becker, boquiabierto como tantos y tantos profesionales que aún no sabían del verdadero potencial de Alcaraz. “Será el número uno en un máximo de tres años”, vaticinó el ruso Yevgeny Kafelnikov, tronista en el 99.
“Carlos tiene carisma, e independientemente de lo que ocurra de aquí en adelante, lo que puedo asegurar es que garantizará diversión. Es un jugador muy atractivo para el espectador, con infinidad de recursos y que entretiene”, anticipa Martínez Cascales, otras de las piezas importantes en el entorno de Alcaraz, un chico de pueblo que vive y se comporta como tal, “humilde y agradecido, tremendamente competitivo y que devora el tenis”. No es raro, pues, verle desayunando con la tostada en una mano y el móvil en la otra, repasando vídeos de otros jugadores y partidos de diferentes épocas, interiorizando su deporte.
Hijo de un tenista que llegó a situarse entre los 50 mejores a nivel nacional, Alcaraz comenzó en el club que preside su padre en El Palmar, tierra de huertas, y desde hace tres años trabaja junto a Ferrero en el enclave de Villena. Encima de él también está Albert Molina, agente de la multinacional IMG, y ha ido quemando etapas a una velocidad de vértigo. Hoy día es virtualmente el 50º del mundo, pero predomina la sensación de que la raqueta ha dado con otro de esos diamantes que enganchan al aficionado.
“Al final, todo ha ido surgiendo de modo muy natural, sin forzar nada. Al ritmo que ha marcado su desarrollo”, prosigue Martínez Cascales; “muchas veces, somos los técnicos los que les generamos miedos y corsés a los jugadores, así que en casos como el de Carlos, hay que darles cierta libertad. En su día, cuando todo el mundo restaba cruzado de revés y Juan Carlos tenía 18 ó 19 años, él quiso probar con el paralelo, y a la primera que lo hizo la clavó. Con él ocurre lo mismo. No tiene ataduras ni miedos, le gusta inventar. Cuando un chaval tiene tantísimo potencial, hay que dejarle hacer”.
Seleccionado por Nike como elemento estratégico de cara al futuro, Alcaraz supera registros de precocidad con cada una de sus victorias. La que logró contra Tsitsipas le convirtió en el tenista más joven en llegar a la cuarta ronda de un Grand Slam desde el ucraniano Andrey Medvedev, que lo hizo con 17 años en el Roland Garros de 1992. “Pero ojo, que nadie piense que ahora va a ganar todos los partidos o que no puede perder con el 70 del mundo. Paciencia con él, por favor…”, cierra Cascales, mientras el deporte asiste a una eclosión de las que conviene recordar.
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