Descubriendo territorios, Carlos Alcaraz se adentró por primera vez en la noche canalla de París, ruidosa la pista de Bercy y hasta cierto punto gamberra; más si, como era el caso, al cierre del día intervenía uno de los suyos, el francés Hugo Gaston, un pequeño Astérix con mucho veneno en la raqueta y que aprovechó la pirotecnia de los aficionados para voltear un segundo set que tenía perdido. Con 5-0 abajo, el tenista local creyó y acabó descomponiendo al español, que libró otra batalla en paralelo puesto que, por primera vez como profesional, el afecto de la pista no estaba de su parte. Bloqueado por la atmósfera, se nubló (6-4 y 7-5, en 1h 43m) y será Gaston el que se medirá con Daniil Medvedev (6-4, 1-6 y 6-3 a Sebastian Korda) por las semifinales del torneo.
Comprobó Alcaraz cómo se las gasta la grada caliente de Bercy, en una situación novedosa porque hasta ahora siempre había sido arropado aquí y allá, por eso de sus 18 años y por eso de que tiene ese algo especial que invita a imaginar y disfrutar. Esta vez, sin embargo, se encontró con un ambiente adverso que le puso emocionalmente a prueba, contrariado el murciano por algún que otro grito a destiempo, para descentrarle, y con las palmas que acompañaron a más de un error. Noche difícil, pues, con el añadido de que Gaston, un témpano de hielo con fuego en la propuesta y dinamita en las maniobras, abrió la compuerta a los fantasmas una y otra vez.
Listo, valiente, meteorítico el francés. Un demonio. No se rindió ni a tiros el zurdo, de 1,73; es decir, bajito para lo que se estila desde hace tiempo. No lo hizo en el primer parcial, cuando Alcaraz había arañado el primer break de ventaja e insistió con otro, 4-2 arriba para el español, ni sobre todo en el segundo parcial, cuando el español se había reseteado en el vestuario y había regresado a la pista con el turbo. 5-0 arriba para él, viento huracanado para el galo, que aun así ni pestañeó y siempre confío. Multiplicado por el aliento de la grada, Gaston (103º hoy, virtualmente el 67º) se rehízo e introdujo a Alcaraz en un callejón sin salida, como si lo visto hasta entonces en el set hubiese sido una simple maniobra de despiste.
Guion perfecto para el galo, que el curso pasado ya asomó la patita en Roland Garros –triunfo contra Wawrinka y susto a Thiem en la 3ª ronda– y que esta semana goza en Bercy. Con un centro de gravedad bajo, paso corto pero exprés y enrevesado en cada peloteo, llevó por la calle de la amargura al murciano, que cuando había recuperado el temple y redirigía el partido se encasquilló y se atrapó. El público, claro, echó una mano. Se le torció el brazo, pecó de prisas y se perdió finalmente Alcaraz, arrastrado por la marea de una noche extraña y hostil que su técnico, Juan Carlos Ferrero, procesó desde el banquillo como otro de esos puntos por los que se debe pasar. Bien lo sabe él. Se debe pasar por ahí, crecimiento natural.
Fueron 23 errores no forzados y hasta 17 puntos concedidos de manera consecutiva. Crudo jueves parisino, pero seguramente constructivo; el adelanto de que en la élite existe ese feo ramal de jugar contra alguien más que el rival. Velada canalla la de Bercy, lección al saco para el español –rumbo a Milán ya, para competir en la Copa de Maestros de las promesas la próxima semana– y merecido premio para el heroico Gaston, que puso la rúbrica con un ace. Cómo no. El único que firmó.
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