Los espectáculos de masas los generan millones de personas pero los provocan unos pocos. El deporte es uno de los activos más potentes a nivel social. Y los atletas están en el punto de mira. Apenas unos pocos pasan al siguiente nivel: cuando se pasa de deportista, de simple competidor, a generador de emociones colectivas, alguien capaz de condicionar el sentir del gran público. Carlos Alcaraz ha entrado en el imaginario deportivo español a toda velocidad, convirtiéndose en un atleta que genera expectativa más allá del tenis.
La gente que sigue el circuito conoce desde hace años la proyección de Carlos. Los que se asoman en momentos puntuales al tenis ya han incluido su nombre en esa lista de elegidos a los que mirar de vez en cuando. Probablemente estemos ante uno de los atletas más prometedores del deporte español, una cuna inagotable de figuras. Lo que no admite discusión es que ya estamos ante uno de los mejores tenistas del mundo. En un deporte global, con un nivel medio que se multiplica lustro a lustro, lo ha logrado con apenas 18 años.
Destaca en él su sencillez, una humildad natural y una cercanía que encandila a todos. Es capaz de trasladar a la pista estos valores con un talento y una garra impresionantes. En esta etapa inicial de su carrera, donde los cambios se aprecian a toda mecha, observamos a un deportista con una mente privilegiada. Con resultados que, a su edad, ni los mejores de la historia pudieron conseguir.
Alcaraz ha atravesado una puerta gracias a su talento. Quienes le esperaban a futuro ya le observan en clave actual. Esa expectativa es un reto a asumir desde lo mental desde el siguiente torneo. Con un equipo que tiene claro el camino a seguir, el pupilo de Juan Carlos Ferrero ha devorado en un puñado de semanas los objetivos marcados para todo un año. Ganar un ATP 500, levantar un Masters 1000 y debutar con triunfo en la Copa Davis son méritos que se le cayeron ya de los bolsillos.
Si hay algo que me sorprende de Carlos es su claridad. Afirma las cosas con convicción, no tiene miedo a nada deportivamente hablando y expone sin problema que quiere volar todavía más alto. Lo bonito del deporte es tener objetivos, confianza para perseguirlos y talento suficiente para culminarlos. Alcaraz está demostrando cumplir con creces todas estas etapas del camino.
La ilusión de verle en tierra
Si el inicio de temporada ha supuesto un seísmo en el circuito ATP Tour, se acerca una gira que todos esperamos con una tremenda ilusión. La temporada de arcilla es el tramo del año que más puede gustarle, con torneos europeos como Madrid y Barcelona antes de llegar a París. Muchos le colocan ya como el gran candidato en todas estas citas, un camino que desembocará en el soñado horizonte de Roland Garros.
Carlos ha reconocido sin miedos que irá a por ese torneo. A sus 18 años, tiene claro que desea ganar un Grand Slam esta misma temporada. Y su talento le permite un beneficio de la duda reservado a los elegidos. Si no consigue este objetivo en 2022 entrará dentro de lo normal, pero nadie podrá echarse las manos a la cabeza si termina por coronarlo. Ese es el mérito de un deportista que todavía transita en la adolescencia.
Muchos ven a Alcaraz como un sucesor de Rafa Nadal, pero el murciano está escribiendo en mayúsculas su propio camino. Parece claro que esa etiqueta costará retirarla de sus hombros, especialmente con la figura legendaria de Nadal bien caliente en la mente de todos. Pero el tiempo dará la razón a un joven con su propio estilo, dispuesto a brindar muchos años de más alegrías al deporte español.
Ferrero pedía estos días que se deje a Alcaraz caminar tranquilo. Hay que dedicarse a disfrutar de su juego, muy pocos deportistas alcanzan su nivel y un error frecuente en el circuito es tener prisas con el talento. Es el primer interesado en levantar títulos, disfrutar jugando y competir por los mayores objetivos.
Si algo está logrando Carlos es saciar esas ganas con una precocidad de impresión. Tenemos ante nosotros un diamante en bruto. Vamos a pulirlo con el tiempo.
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