Carlos Soria, al Dhaulagiri por los abuelos


En Moralzarzal vive un superhombre. En la sierra de Madrid, al abrigo de los picos de Peñalara y La Maliciosa, habita Carlos Soria. Pasaría por un abuelo normal de 81 años que en la jubilación, tras una vida de sacrificios, disfruta de la compañía de su mujer, Cristina, sus cuatro hijas y sus cuatro nietos. Pero algo le hace especial desde que se levanta a las seis y media de la mañana, y no es el desayuno con leche de soja, avena y semillas de chía, ni el ajo negro que ha descubierto hace poco. A las siete entra en el pequeño garaje de casa. El coche está fuera. En una pared cuelgan unas 50 medallas, la mayoría de esquí de fondo. En otra, agarres de escalada. En el suelo hay una esterilla y mancuernas. En una estantería se amontonan las botas de alta montaña. Al lado, una cámara hipobárica que simula estar hasta a 5.000 metros de altitud. Hay tres bicis, dos colgadas y otra en un rodillo, con unas bielas con unos agujeros más cercanos al eje, un truco de un amigo tornero para que no le duela la rodilla izquierda, que no flexiona bien por la prótesis. Carlos Soria se sube, ancla las calas y comienza a dar pedales mientras el pueblo duerme.

Pero, ¿quién es este hombre? Él dice que nació alpinista, el 5 de febrero de 1939 en Ávila, pero que la vida le hizo tapicero. “He vivido mucho peor que ahora”, recuerda cuando baja de la bici. “Empecé a trabajar a los 11 años. Vivía en una casa sin agua y con un wáter para tres familias. Éramos pobres, trabajadores. He comido muchas gachas”. No fue hasta la madurez cuando se pudo volcar en aquello que desde la adolescencia es su pasión: la montaña. Soria comenzó a acumular ochomiles a la edad en que la mayoría de alpinistas ha quemado sus carreras y hasta sus vidas. Diez de los 14 techos del planeta los ha conquistado cumplidos los 60 años. En ocho tiene el récord de ser la persona de más edad en la cumbre. El Everest lo subió a los 62 años, el K2 a los 65, el Makalu a los 69 (“del que estoy más orgulloso, mi pico más alto sin oxígeno artificial”), con 77 el Annapurna…

Le quedan dos por tachar y convertirse en el más veterano con la colección completa: el Dhaulagiri (8.167m) y el Shisha Pangma (8.013m, ha subido a la cumbre central pero no a la principal). “Y para eso me entreno, para volver al Himalaya la próxima primavera”, explica Soria. “Es verdad que no es de mis mejores momentos, por un problema con el sistema periférico nervioso. Tengo el torso y los cuádriceps fuertes pero las manos y los pies más débiles. Y me han operado hace poco de la vejiga porque pensaban que tenía algo malo”.

La pandemia le ha restado a Soria un año. El confinamiento le atrapó días antes de su expedición al Dhaulagiri. Todo se derrumbó. Y aunque en Moralzarzal nunca se ha sentido encerrado (“no es como si me hubiera pillado en un piso pequeño con las cuatro niñas”), y se entrena en el Cerro del Telégrafo y la Pedriza, o se escapa al Aneto y a Sierra Nevada, los ochomiles vuelven en sus sueños. Sobre todo uno.

Dhaulagiri. Hasta 10 veces ha pisado su nieve pero nunca la de la cima. “Quiero subir sobre todo a ese. Quiero que me dé tiempo, y el próximo año ya tendré 82, que no es ninguna tontería. No me creo los años que tengo. Esa montaña y yo nos hemos hecho muy amigos y creo que me va a dejar subirla. Allí murió mi amigo Pepe Garcés y allí dejé las cenizas de otros dos. Y me gustaría ahora, ya que soy un abuelo, subir y hacer un homenaje a los abuelos que han muerto en esta tragedia, llevar flores a la cumbre o algo parecido para esta generación. Quiero hacer ver que los mayores estamos aquí y no estamos perdidos. No hemos desaparecido. Yo estoy vivo y lucho todos los días. Quiero dedicarle esa montaña tan emblemática para mí a todos ellos”.

El equipo deportivo de Sanitas le acaba de fichar. Soria busca recursos para una expedición que si sale como le gustaría, con varios sherpas y un cámara, se va a unos 140.000 euros. “Aunque voy a ir de todos modos”, dice. Y vuelve a entrenarse.


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