Cada persona que forma parte del equipo de Carolina Marín resume así, lejos de las cámaras y del foco de atención mediático, la situación que está viviendo la vigente campeona olímpica. “Está siendo muy duro”. Y, por primera vez, lo exterioriza también la propia Marín que, a sus 28 años recién cumplidos, ha tenido que decir adiós al sueño de un segundo oro olímpico en los Juegos de Tokio que empiezan el 23 de julio.
“Me veis con una sonrisa, pero esto ha sido y está siendo duro. Hay momentos de desolación, miedo, incertidumbre… yo es que no sé cómo va a salir esto, si volveré a ser la de antes. Ese viernes [el 28 de mayo, el de la rotura del ligamento cruzado de la rodilla izquierda] fue muy, muy, duro”, ha confesado esta mañana, en un acto organizado por el Santander, uno de sus múltiples patrocinadores. Su primera comparecencia ha sido justo un mes después de que pasara por el quirófano. Ha aparecido por el Paseo de Recoletos caminando con muletas y acompañada por su madre y por el resto del equipo.
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No es la única que tiene grabado en la cabeza “ese viernes”. Su madre, que está sentada en primera fila, dice que ese fin de semana viajaba a Madrid para despedirse de su “niña”, antes de la concentración prevista en Sierra Nevada y antes de volar a Japón para disputar los Juegos. Iba a pasar tres días con su “niña” y sigue a su lado casi 40 días después. 10 minutos antes de que entrara en coche a Madrid, ese maldito viernes, recibió una llamada de Carolina Marín. “Mamá, no vayas directa a casa, vente al hospital, me he roto”. Carol ha recordado esta mañana que sabía perfectamente que esa lesión era grave y que la iba a apartar de los Juegos. “En el momento en el que hice el gesto escuché el crujido. Me he roto, me he roto, le dije a Anders [el segundo entrenador]. Me agobié muchísimo. Ya sabía que todo estaba en peligro y más cuando me llevaron al hospital y me hicieron la resonancia. Lo que no me esperaba es que, además, tuviera los dos meniscos rotos”, cuenta.
La rotura de los dos meniscos, explica Fernando Rivas, su entrenador, es lo que está haciendo que esta vez se retrasen un poco los plazos y Carolina no haya aparecido todavía por la pista de bádminton del CAR (Centro de Alto Rendimiento). “Hasta ayer no le dieron permiso para apoyar el pie”, dice el técnico. Este martes, después de la primera revisión, los médicos le dieron permiso para eso y para empezar también a trabajar en la piscina. El día a día de Carolina es, ahora mismo, trabajo en el agua, sesiones diarias con la psicóloga (María Martínez), por teléfono y presenciales, además de trabajo físico por la mañana y por la tarde.
La psicóloga es la que ahora mismo está ayudando más a Carolina Marín. Así lo dice cuando le preguntan si se le hace duro sentarse delante de los medios para hablar de la lesión. “Es duro, sí. A ningún deportista nos gusta pasar por esto, tener que frenar no nos agrada para nada porque estamos en continuo movimiento. Pero hay que afrontarlo, hay que hablar de ello, hay que echar las emociones hacia fuera, lo hablo mucho con María, es necesario echar todo fuera para no hacerme daño. Le transmito cada una de las emociones que siento: al levantarme, al entrenarme, al irme a dormir. Sacar eso, además, te ayuda a entender la situación en la que estás”.
Ni Marín ni Fernando Rivas se ponen plazos para la vuelta. Celebran, eso sí, que la Federación internacional haya cambiado las fechas del Mundial de Huelva previsto para finales de noviembre. Se ha aplazado dos semanas y empezará el 15 de diciembre. Ambos dicen que dos semanas más al final del proceso de recuperación son vitales. “Voy a intentar volver lo antes posible, lo prometo. Me gustaría estar en Huelva, en ese Mundial que se juega en mi casa”, afirma Marín.
La española reconoce, asimismo, que lleva un mes sin apenas pegar ojo porque no sabe muy bien cómo colocar la pierna. Pero que pese a que apenas duerme, sabe que tiene que levantarse y entrenar. “Hay que hacerlo. No ha sido fácil todo esto, ha sido incluso más duro que la primera lesión [enero de 2019 en Indonesia, el otro ligamento cruzado], porque ha ocurrido a dos meses de los Juegos… el sueño que tanto quería se ha ido a la basura. Ya está ya más que asumido, los primeros días me costó muchísimo porque se acababa un sueño. Han sido dos años complicados, llenos de baches que la vida me ha puesto enfrente. Pero los voy a superar”, aseguró.
Su válvula de escape, aparte de su familia y equipo, es París 2024. “Hay algo bueno en todo esto, me lo dije al día siguiente de romperme: mira, si antes tenías que esperar cuatro años para los próximos Juegos, ahora no, son tres. Fue algo positivo dentro ese agujero negro en el que me vi”. A París 2024 llegará con 31 años y con un bagaje en el que la palabra resiliencia acompañará a la de paciencia, la que tuvo que aprender a tener después de la primera rotura del ligamento cruzado, en la rodilla derecha. “Yo también soy humana, la gente cree que los deportistas somos unos dioses, unos robots, pero quiero que les llegue que somos como ellos, que estas cosas nos pasan a todos y que para nosotros también es duro. Pero se supera y estas cicatrices quedarán para toda la vida, pero volveré a hacerlo”.
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