Carta de una mujer que ha recibido la eutanasia: “He sido feliz, pero mi amor por la vida ya no encaja con esta vida”

Concentración de la asociación Derecho a Morir Dignamente en Madrid, en marzo de 2021.
Concentración de la asociación Derecho a Morir Dignamente en Madrid, en marzo de 2021.Chema Moya (EFE)

Me llamo Estrella López Álvarez. Desde hace 34 años padezco una esclerosis múltiple y hoy, tras cuatro meses de un auténtico calvario de ensañamiento administrativo, habré conseguido hacer realidad mi derecho a dejar de vivir en sufrimiento. Hoy me aplicarán la eutanasia.

He vivido 57 años. He sido feliz y me gusta la vida. Quiero a mi marido y adoro a mi hijo. Tengo buena gente a mi alrededor. No me pesa la vida, pero desde un año para acá mi vida ya no es vida. Mi amor por la vida no encaja con ‘esta’ vida.

Durante muchos años he convivido con mi enfermedad, con rachas mejores y peores. Pero desde hace más de un año, soy incapaz de valerme por mí misma, voy de la cama al sofá, necesito ayuda para las actividades de la vida diaria y no puedo disfrutar de ninguna actividad satisfactoria, como pasear, pintar, leer, escuchar la radio, ver la televisión. Ni siquiera puedo mantener una conversación por teléfono con mis seres queridos. Mi vida se ha convertido en una experiencia de sufrimiento constante e intolerable.

Llevaba más de un año esperando que se aprobara la Ley de Eutanasia y cuando en junio del año pasado entró en vigor tenía la intención de solicitar la ayuda para morir. Tuve que esperar varios meses porque la Junta de Andalucía incumplió los plazos legales para habilitar la prestación efectiva de este derecho, a pesar de estar ya legalmente reconocido. Por fin en noviembre pude presentar la solicitud, aunque aparentemente nadie en la administración sabía ni cómo registrarla ni cómo tramitarla. El proceso se inició más o menos normalmente, pero muy pronto empiezan a aparecer una serie de indecisiones y una sucesión de demoras sólo explicables por la incompetencia y la falta de humanidad de una Administración, seguramente no ajenas a su falta de voluntad política. Sería muy prolijo entrar en detalles, pero el resultado ha sido que el plazo de poco más de un mes que la ley prevé para hacer efectiva la aplicación de la eutanasia, en mi caso se ha prolongado más de cuatro meses.

Y no es sólo el retraso. Tomar la decisión de morir no ha sido nada fácil, ni para mí ni para mi familia. Pero, una vez tomada y asumida, haber tenido que sortear una auténtica carrera de obstáculos y dilaciones, cuando no vejaciones o intromisiones en la intimidad de mi pena y de la de los míos, ha sido añadir sufrimiento al sufrimiento. Durante estos cuatro meses me he sentido juzgada reiteradamente, he tenido que soportar que se pusiera en duda mi experiencia de sufrimiento, me he tenido que someter a un examen psiquiátrico injustificado, he tenido que presentar diversas reclamaciones administrativas por malas prácticas. En definitiva, que mis últimas semanas de vida han sido todo lo contrario de la experiencia de paz, sosiego y afectos que imaginé desde el momento de mi decisión.

Finalmente se salvó el último trámite y el pasado día 22 de marzo me comunicaron la aceptación de mi solicitud de ayuda para morir. Por fin se iban a hacer realidad mis deseos de tener una muerte digna. Organicé la despedida y puse fecha. Vendría mi hijo, que vive en el extranjero, estaríamos una semana todos juntos y el 7 u 8 de abril iríamos al Hospital Virgen del Rocío. Pero aún faltaba el último despropósito. El día 28 la Dirección Médica del hospital nos hace saber: 1) que la eutanasia tiene que ser un sábado (¿¡!?); 2) que no puede ser ni el anterior a la Semana Santa ni el de la Semana Santa (¿¡!?); 3) que o es el próximo día 2 o tendría que ser el 23 de abril. Propongo recibir la ayuda médica a morir en mi propia casa en una fecha menos precipitada, pero en esa opción no podría contar con una asistencia facultativa. Sin comentarios.

Para finalizar, quiero dejar constancia de mi satisfacción como ciudadana por vivir en un país que me reconoce por ley la libertad de decidir sobre mi propia vida en situaciones de sufrimiento extremo. Sin esta ley, seguramente me hubiera visto obligada a tomar una decisión completamente anómala, tal como han tenido que hacer otras personas en el pasado reciente. Pero las leyes necesitan voluntad y medios para aplicarlas. Y en este asunto, se requiere, además, de una especial sensibilidad humana que desgraciadamente ha estado ausente en mi caso, a excepción de mis médicas, la de cabecera y la de paliativos. Paradójicamente una ley que trataba de paliar el llamado ensañamiento terapéutico ha acabado enredada en otro tipo de ensañamiento, el ensañamiento administrativo.

Espero que mi testimonio ayude a quienes vengan detrás. Buena suerte.

Estrella López Álvarez

Sevilla, 2 de abril de 2022

Acompañamiento

Estrella Camps se puso en contacto a finales del pasado verano con la asociación Derecho a Morir Dignamente, que la ha acompañado durante el proceso. “Los facultativos no saben qué hacer cuando les llega una solicitud de este tipo”, dice Eva Camps, socia de la entidad en Andalucía. Además de asesorar a Estrella, la entidad fue facilitando la información a su médica, desde el impreso de primera solicitud para recibir la eutanasia. Camps, en línea con lo que explica Estrella en su carta, lamenta que a lo largo de estos meses todos los pasos ante la administración andaluza han resultado “muy difíciles”.

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