‘Caso Ismael Álvarez’: el pueblo contra Nevenka Fernández

La escena que mejor define el caso Ismael Álvarez, denominado caso Nevenka porque la fama siempre recae en la víctima, la protagonizó el representante en el juicio del ministerio fiscal, un hombre llamado José Luis García Ancos que se hizo famoso por su dureza con Nevenka Fernández: ella, dijo a la interpelada, “no era una cajera del Hipercor, a la que le tocan el culo y se tiene que aguantar para llevar el pan de sus hijos”. Le respondió Juan José Millás en una columna en EL PAÍS: “Suponemos que si llegara a oídos de García Ancos que una empleada de supermercado no se ha dejado tocar el culo por su jefe, iniciaría diligencias de oficio contra ella: ‘¿Usted por qué no se ha dejado manosear por el jefe del departamento de charcutería, pese a irle en ello el pan de sus hijos?”. Millás escribió un libro titulado Hay algo que no es como me dicen: el caso de Nevenka Fernández contra la realidad (Booket). La productora Newtral, de la periodista Ana Pastor, estrena ahora en Netflix Nevenka, un documental dirigido por Maribel Sánchez-Maroto en el que Nevenka Fernández habla a cámara 20 años después de ganar el primer caso por acoso sexual a un político español. “O denunciaba o me moría”, dice.

En el trabajo audiovisual, en el que no quiso participar el exalcalde de Ponferrada Ismael Álvarez (se echa en falta el testimonio de alguno de sus muchos defensores de aquella época), aparece Nevenka Fernández con el pelo recogido, jersey rojo y fondo oscuro relatando, desde el principio, su sorpresiva entrada en política. Y cómo, debido a su belleza, se activó inmediatamente el primero de los rumores al que tuvo que hacer frente: si una joven veinteañera iba de número tres en una lista electoral cuyo número uno, y futuro alcalde, era un hombre vinculado a la hostelería nocturna y con fama de mujeriego, la única razón era porque estaban liados.

Nevenka recupera imágenes de entonces, como la toma de posesión de los concejales, y las reactiva mediante testimonios como los de Ana Gaitero, periodista del Diario de León; José Antonio Bustos, psicólogo de la exconcejala; la portavoz socialista de aquella época, Charo Velasco, y el propio Juan José Millás, entre otros. Tan protagonista como Nevenka en estos tres capítulos, de unos 40 minutos de duración cada uno, es la atmósfera que rodeó su caso, algo que capta el documental otorgando protagonismo al tiempo, los 20 años que han pasado desde que todo estallase en los telediarios, un fenómeno que abrió una vía de agua sobre un tabú en política: el abuso de poder denunciado ante las cámaras, el acoso sexual, la judicialización de asuntos que una mujer padecía sin contarlo para no pagar el coste que imaginaba que pagaría, y que pagó Nevenka Fernández al punto de tener que marcharse a vivir al extranjero. Lo más desolador de Nevenka, y su lección principal, es que ganar un juicio por acoso sexual no te hace ganadora de nada, solo añade a tu condición de víctima, muchas veces, la condición de repudiada. Como quien viola la omertà mafiosa.

En aquel juicio del que se recuperan ahora las imágenes, el fiscal García Ancos solo estaba extendiendo ante el tribunal, como representante público, la lógica perversa de aquellos días en Ponferrada simbolizada en una manifestación a favor del alcalde (“¡a mí no me acosa nadie si yo no quiero!”, gritó una señora): ¿cómo de culpable tenía que ser una mujer para denunciar por acoso a un hombre con el que había mantenido una relación sentimental? O en su defecto: en caso de ser verdad que el hombre insistiese en sus proposiciones, ¿adónde le habría llevado ella para que perdiese de esa forma la cabeza? En la mente de miles de defensores del alcalde de Ponferrada cabían dos hipótesis: que Ismael Álvarez no hubiera acosado a Nevenka Fernández, y que sí; ninguna de las dos cambiaba la sentencia popular: era inocente.

El documental, que ya se puede ver en Netflix, empieza con Nevenka Fernández en 2001 a punto de dar una rueda de prensa. Concejala de Hacienda con 26 años, anuncia ser objeto de acoso sexual por parte de su alcalde, Ismael Fernández. La cámara la muestra cogiendo aire dos veces. Antes de esa decisión, y ya huida del Ayuntamiento (se hizo circular, entre otros rumores, que estaba en una clínica de desintoxicación de drogas, que estaba ingresada en un sanatorio psiquiátrico o que se había metido en una secta), había alcanzado un punto de deterioro físico que asombró a la líder de la oposición, la socialista Charo Velasco, una de sus pocas defensoras y que renunció, a petición de Fernández, a hacer política con su ausencia (“no tenía dudas de que estaba delante de una mujer acosada”). Eran los meses en los que Fernández, tras dar por finiquitada su breve relación con el alcalde iniciada después de entrar en política, recibía cartas: “¡Hola, monina! Espero no agobiarte y respetar de esa manera tu necesario sosiego (…) Sólo quiero recordar nuestra complicidad tierna y casi perfecta… El roce de tu pierna y la mía por debajo de la mesa”. En una misiva traduce sin misericordia a Rosalía de Castro: “Cargado de penas, ¿qué pecho resiste? ¿Qué rendido viajero no quiere buscar el descanso que el cuerpo le pide?”. Otros días, sin embargo, las formas no eran tan suaves. Y en una ocasión amenazaba directamente con tomarse un bote de pastillas.

“Me sentía responsable de lo que había ocurrido. Si no hubiese tenido esa relación, no habría pasado. Y ese era el mensaje social”, dice Nevenka Fernández. Con la relación ya rota, Fernández tuvo que acudir a una boda de un compañero de partido. Acabó viajando en el coche de Ismael Álvarez, y al llegar al hotel se encontró con que solo había una habitación reservada. “Por economía municipal, dos habitaciones resultan un gasto excesivo”, zanjó el alcalde: “Además, dos amigos pueden dormir juntos en la misma cama”. En el juicio, Nevenka Fernández relató, llorando, cómo el hombre se masturbó con ella a su lado (“y yo allí quieta, no me podía mover, no podía hacer nada”). En otro viaje el alcalde pidió dos habitaciones, pero con una puerta que las interconectaba. “Sorpresa”, dijo al aparecer el hombre de repente en su cuarto. “No te vayas a poner nerviosa, solo vengo a dormir”.

Después de la condena, Ismael Álvarez envió a 64.000 vecinos siete folios en sobre sepia en los que les contaba su versión. Sigue declarándose inocente. Probablemente crea de verdad que lo es.

Una de las tesis por las que se le reprobaba su conducta (la de Fernández, no la de Álvarez) la ofreció brutalmente un político local gallego ante otro caso de abuso ocurrido después del de la exconcejala de Ponferrada, hoy economista casada y con dos hijos y viviendo en Irlanda. Jesús Ares, alcalde de un pequeño pueblo, Toques (A Coruña), fue condenado por abuso sexual de una menor, hija de un amigo suyo; la chica tenía 15 años cuando el hombre, de 70, la besó y le manoseó los pechos. En una sala de plenos repleta de defensores suyos (300 personas se manifestaron en su contra; “no había ni 20 del pueblo”, admitió un asistente), dijo que no dimitiría pese a las órdenes del PP. “¡Voy a seguir entregando la sangre por este pueblo!”, gritó, sin aclarar si se trataba de la suya. Su número dos, el teniente de alcalde, dijo: “Es un caso social que a nosotros no nos incumbe. Un escándalo privado que le puede pasar a cualquiera”.


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