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Charles Mingus y Pachita: la curandera mexicana que no pudo salvarle

Charles Mingus y su tercera esposa, Sue Graham Mingus, a finales de los setenta.
Charles Mingus y su tercera esposa, Sue Graham Mingus, a finales de los setenta.Archivo Mingus

Debajo de una jacaranda de color naranja, Gobi Stromberg acaba de dejar a medias una sesión de psicoterapia para abrir la puerta de su casa en Cuernavaca. Ya en el jardín, junto a una fuente de piedra volcánica y a la sombra ahora de unas palmeras, esta antropóloga estadounidense se pone a recordar viejos tiempos antes de volver a terapia. Stromberg llegó a México siendo casi un bebé junto a sus padres, dos escritores de teatro que escaparon de la caza de brujas anticomunista de los años cincuenta. En ese entorno militante, por la casa familiar pasaron desde amigos personales de Martin Luther King, al líder de la organización de Malcom X, que salió de la consulta de un famoso dentista de Cuernavaca con unos dientes de oro.

Aquello fue ya entrada la década de los setenta, cuando otro activista de los derechos afroamericanos andaba también por esta ciudad mexicana donde siempre es primavera, una especie de ciudad balneario cerca de la capital. Charles Mingus, uno de los gigantes del jazz moderno, se mudó en 1978 de Nueva York a la misma calle de casas coloniales y árboles exóticos donde todavía vive su paisana.

La antropóloga Gobi Stromberg en su casa de la calle Humboldt en Cuernavaca, Morelos.Claudia Aréchiga

Stromberg no recuerda exactamente cuál era la casa del jazzman, del que este año se celebra el centenario de su nacimiento, pero sí a qué vino a Cuernavaca. Mingus no viajó a México por su activismo a favor de los derechos civiles, su segunda gran dedicación tras la música, ni tampoco por los implantes dorados de aquel dentista. “Vino a curarse con Pachita, una chamana que fue conocidísima por aquí. Se decía que sus clientes eran políticos y empresarios y que operaba tumores y enfermedades terminales con las manos o con un cuchillo de cocina. Extraía los órganos, los curaba y los volvía a meter en el cuerpo. Sin sangre y sin dolor. Amigos míos antropólogos y otros académicos importantes se interesaron mucho en ella. Fue un fenómeno en México”.

Mingus se puso en manos de Pachita porque un año antes le habían diagnosticado esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una agresiva enfermedad del sistema nervioso para la que no hay cura. A los 54 años, sus dedos ya no podían tocar el contrabajo. Un instrumento del que fue pionero al colocarlo como protagonista y líder de una formación de jazz. Orondo, de casi dos metros de estatura y conocido por su fuerte temperamento, el hombre furioso del jazz se había convertido “en una calabaza en silla de ruedas”. Así lo describe su tercera esposa, Sue Graham, en su libro de memorias, Mingus y Mingus (La Cifra, 2020), que aborda los últimos años del artista.

Pachita en una fotografía con fecha desconocida.Cortesía

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Las escenas que aparecen en el libro sobre la operación de Mingus coinciden con las leyendas que aún se cuentan en México sobre Pachita. En una habitación en penumbra y olor a alcohol, Mingus se tumba boca abajo sobre una cama y la señora aparece con un cuchillo de cocina. Al terminar dice sentirse “como Cristo cuando le clavaron una lanza en un costado”. Y también que “ella sabe cómo cortar, justo entre los poros. ¡Un rayo láser! ¡De Dios a Pachita!”. El músico salió de allí vendado y lleno de fe.

Su mujer, más escéptica, aprovechó una siesta de su marido para mirar por debajo del vendaje. No había ni sangre ni herida. Nunca se lo dijeron y fueron cambiando los apósitos con una mezcla de “yodo, agua, catsup, salsa de soya y alcohol”. Los días siguientes Mingus estaba de buen humor y nunca dejó de creer que Pachita le había sacado un riñón. Graham reflexiona en el libro sobre los milagros de la chamana. “¿Curaba enfermedad y dolor con el propio subconsciente? ¿Esa era su magia? ¿Podía ser la enfermedad curable por la propia voluntad?” Su marido moriría a los pocos meses, el 5 de enero de 1979, de un ataque el corazón derivado de la enfermedad.

Compositor, arreglista e intérprete, sus obras de los cincuenta y sesenta lo habían catapultado como uno de los músicos de jazz más famosos de la época, una figura clave en la renovación de la tradición. Durante una comida en su honor en el jardín de la Casa Blanca, Mingus escuchó ya postrado en la silla de ruedas por primera vez el nombre de Pachita. Otro músico, el saxofonista Gerry Mulligan, que participó en su última grabación antes de la enfermedad, His Final Work (1977), le recomendó a aquella “indígena mexicana” que había curado milagrosamente a un amigo suyo.

Un estigma racista

Mingus nació en 1922 en una base militar en Nogales (Arizona) y por sus venas corría sangre sueca y afroamericana por parte de sus abuelos paternos, china y también negra por sus abuelos maternos. Entre sus antepasados también aparecen alemanes e indígenas norteamericanos. “No soy lo bastante blanco para dejar de pasar por negro, ni lo bastante claro para que me llamen blanco”, solía repetir como un mantra tras criarse en el suburbio angelino de Watts, epicentro de las revueltas raciales de los sesenta.

Charles Mingus, el 5 de marzo de 1960.Bettmann (Bettmann Archive)

Para él, la palabra jazz era un estigma racista. “No quiero que me llaman jazzman. Esa palabra significa nigger, discriminación, ciudadano de segunda, el asiento-de-la-parte-de-atrás-del-bus”. En guerra también contra la industria musical, a la que acusaba de racista y chupasangre, el libro de su viuda está trufado de episodios estrambóticos. Mingus en el departamento de contabilidad de Columbia Records vestido con traje de safari y una escopeta para preguntar por el retraso de las regalías de sus discos. Mingus afilándose las uñas con un cuchillo frente un ejecutivo de la compañía mientras negocian un contrato. Él lo llamaba “enojo creativo”. En los cincuenta llegó incluso a fundar un efímero sello propio, Debut Records, con el baterista Max Roach, otro militante de la causa negra.

Las raíces de su música son un cóctel tan mezclado como sus genes. Una batidora góspel, blues, jazz seminal de Nueva Orleans, swing, bop, free y hasta ritmos latinos y música contemporánea europea. El crítico Leonard Feather definió su legado como “un cruce entre los estilos viejos y medio olvidados y la improvisación de vanguardia”. Un músico versátil y curioso que encontró en los sonidos de varios continentes una paleta de colores para sus propias composiciones. Inspirado en uno de sus viajes a México, en 1957 grabó el disco Tijuana Moods. La última pieza se titula Los Mariachis (The Street Musicians), donde por momentos captura con maneras jazzísticas el folclore mexicano: el matiz del sarape y la tristeza ―¿el blues?― del charro trompetista.

Otro rasgo central de su obra es la espiritualidad y una profunda indagación tanto de la identidad personal como de la cultura negra. En The Black Saint and the Sinner Lady (1963), otra de sus obras capitales y cumbre de la orquestación en el jazz moderno, muchos de los textos que acompañan la edición del disco fueron escritos por su psicólogo. A diferencia de muchos de sus colegas, Mingus fue un músico bastante sobrio que detestaba el uso de las drogas como inspiración. Así fue al menos hasta que los dolores de la enfermedad le empujaron al abuso de analgésicos, anfetaminas y cocaína, según otra de sus biografías, Myself When I Am Real. The Life and Music of Charles Mingus (Gene Santoro, Oxford University Press, 2001).

Las drogas extremaron en aquella época su carácter explosivo y paranoico. Convencido de que el Estado lo espiaba por su militancia en los derechos civiles, orinaba en botellas de zumo que iba guardando por filas en las estanterías. Llegó incluso a escribir unas breves instrucciones sobre cómo adiestrar a un gato para que haga sus necesidades en el retrete y luego tire de la cadena. El texto se titula: Cat-alog for Toilet Training Program. Después de morir, su mujer esparció sus cenizas por el río Ganges en la India. Mingus había dejado por escrito que quería pasar la eternidad lejos de los ejecutivos de la industria musical, los agentes, los dueños de los clubes, “los mafiosos” que siempre consideró sus enemigos.

Calle Humboldt en Cuernavaca, Morelos.Claudia Aréchiga

Los meses que pasó en Cuernavaca, una ciudad a 85 kilómetros de la capital, se movía junto a su esposa y su hijo en una furgoneta adaptada con una rampa de madera para la silla de ruedas. Le dio tiempo a visitar algún burdel, ir a los toros, escuchar a los mariachis en la plaza Garibaldi y recibir la visita de su amiga Joni Mitchell, que le dedicaría un álbum de homenaje tras su muerte. Mingus en todo caso ya conocía Ciudad de México. Había viajado a la capital en 1977, poco antes de ser diagnosticado de ELA, para tocar en la sala Nezahualcóyotl de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). El contrabajista mexicano Agustín Bernal estuvo allí y lo recuerda como “un gurú del jazz, feroz, temible, intimidante”.

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