Se puso delante de un piano a los 4 años y hoy tiene 45. En estas cuatro décadas, no ha parado de recorrer las teclas arriba y abajo. Siendo un adolescente, con 17, se apuntó la escuela de jazz y a los 21 ya dirigía su propia orquesta, de 24 músicos. Tiene a su nombre cuatro discos en solitario, dos recopilatorios y presume de la autoría de un género, el ultrascore, que consiste en aunar imágenes y sonidos —no solo musicales, sino también los de cualquier actividad de la vida diaria— en obras de arte que tienen la vocación de transmitir visualmente la música. Entre sus variopintas colaboraciones no figuran solo bandas y solistas como Phoenix, Solange y Frank Ocean, sino también directores de cine —Romain Gavras, David Foenkinos, Marina de Van…— y proyectos multidisciplinares que van desde la televisión y la publicidad a una exposición sobre Leonard Cohen y el pabellón con el que Francia participó en 2017 en la Bienal de Venecia.
Aun así, con todo ese currículo a cuestas, lo primero que afirma Christophe Chassol (París, 1976) es que siente que aún le queda mucho por aprender. Que no ha alcanzado el nivel que le gustaría. “Me podría concentrar en ser un mejor productor, o un mejor productor de sonido, o un mejor cineasta, o un mejor cantante…”, enumera sus múltiples ocupaciones al otro lado del teléfono. “Pero sé que es imposible ser bueno en todo, y al final donde más cómodo me encuentro es con mi piano. De todas las cosas que hago, me considero sobre todo compositor, no diría que soy pianista”, asegura, para subrayar que su prioridad a día de hoy consiste en mejorar los “aspectos técnicos” de sus habilidades como instrumentista. “Ahora, cuando hacemos las pruebas de sonido en los conciertos, me tomo más tiempo para ensayar las piezas”, apunta.
Inmerso en plena gira por Europa, el francés presentará el 10 de octubre en el Festival FACYL de Salamanca Ludi, una propuesta audiovisual inspirada en la novela de Herman Hesse El juego de los abalorios y fundamentada en el concepto de juego. Acompañado por el batería Mathieu Edouard, Chassol sincroniza sus melodías con vídeos grabados por él mismo en diversas localizaciones relacionadas con lo lúdico: un partido de baloncesto, un salón de juegos, un parque de atracciones en Tokio… Con los sonidos que acompañan a esas películas —por ejemplo, el traqueteo de las ruedas sobre los raíles o los gritos de los pasajeros en la montaña rusa…— genera armonías que integran lo que se oye con lo que se ve. El resultado es una suerte de obra de arte total que, como bromea el músico, se ha ido deshinchando con el tiempo de las ínfulas lo absoluto. “La obra de arte total es el deseo de un artista joven, pero yo ya no soy joven”, se ríe. A lo que aspira en esta etapa tiene más que ver con explorar el universo de lo pequeño. “Pero tratado con mucho cariño”.
En ese camino ascendente que parte del “minimalismo” para ir “creciendo gradualmente” —una de sus influencias fundamentales es Steve Reich, pero también muchos otros nombres y muy variados, desde Ravel a Ennio Morricone— , hace tiempo que Chassol avistó la cima que aspira a coronar. No es una precisamente accesible. “Quiero tocar y componer como Chick Corea”, sentencia divertido. Por lo pronto, allá donde va, su jazz se presenta precedido de calificativos como innovador, audaz y original: una propuesta que en cierto modo resulta inclasificable y que, a la vez, como él mismo anota, se sitúa del lado de todo aquello que tenga el impulso de lo experimental. “De estudiante conocí los trabajos de figuras como John Cage y Duchamp”, explica. “Ellos me enseñaron que puedes hacer lo que quieras”.
En el periodo de madurez que atraviesa, el músico siente que ya no le vale el arte por el arte, ese tipo de creación que no va precedida de un “compromiso”. De un modo u otro, su trabajo “tiene que ser útil”. Se trata también de una manera de estar en el mundo. “No tengo secretos en lo que se refiere a los procesos o los aspectos técnicos de lo que hago, y ese es un modo de ser útil: trasladar mis conocimientos a otros, por ejemplo a los adolescentes”. Para crear las formas y la estructura de sus obras no solo recurre a las herramientas de lo audiovisual: también se apoya en la filosofía, que estudió en paralelo a su formación musical, primero en el conservatorio de París y después con una beca en el prestigioso Berklee College of Music de Boston. “La naturaleza también me ayuda a crear: de ella aprendí que cualquier sonido puede ser música”, añade el compositor, que de no haberse iniciado en el piano, seguramente se dedicaría a crear otro tipo de formas y estructuras: “Pienso que me gustaría construir casas. Ser arquitecto, o algo parecido”.
De ascendencia martiniquesa —su padre tocaba el saxofón y el clarinete y fue quien le introdujo en la música— los ultrascores de Chassol, que nacieron cuando en 2005 empezó a ponerle música a vídeos que encontraba en el entonces incipiente Youtube, han viajado desde esas Antillas originarias hasta lugares como el Nueva Orleans criollo y la India para nutrirse no solo de los ritmos que los envuelven sino también de las escenas que dibujan su particular cotidianidad. Insufladas de un evidente sentido de la espiritualidad, pero abordado desde la ligereza, las composiciones del músico podrían entenderse como una suerte de bandas sonoras del día a día, músicas que caminan de la mano de escenas cargadas de cercanía. “También son un diálogo”, agrega: la animada conversación entre su piano “y un montón de personajes diferentes”. Entre ellos hablan el mismo lenguaje que el compositor usa cuando colabora con otros artistas. “Cuando alguien es aventurero, sé que vamos a trabajar bien juntos”.
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