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Chile elige presidente sobre los escombros de las revueltas sociales

En la plaza Baquedano de Santiago de Chile hay un pedestal sin estatua. La figura ecuestre del general Manuel Baquedano, héroe de la Guerra del Pacífico, fue retirada en marzo. La ausencia es símbolo de la derrota de las autoridades por evitar el vandalismo sobre el bronce, blanco de los jóvenes que desde las revueltas de octubre de 2019 mantienen el pulso en esa zona céntrica de la capital. Las cicatrices de los desmanes siguen allí, abiertas: una sede universitaria en ruinas ocupada por personas sin techo, una confitería de cuatro pisos saqueada, dos iglesias incendiadas y el museo Violeta Parra totalmente destruido. Los comercios apenas se adivinan tras las puertas de metal. Para advertir a los desprevenidos proliferan carteles con la leyenda “estamos atendiendo”.

La destrucción está en las calles para quien quiera mirarla. Y condiciona buena parte de la batalla política que este domingo se dirime en las urnas para renovar la Presidencia, la Cámara de Diputados y la mitad del Senado. Ninguno de los siete candidatos a La Moneda alcanzará el 50% necesario para ganar en primer vuelta, según las encuestas de hace 15 días (cuando entró en vigor el veto a difundirlas), y el 19 de diciembre habrá desempate. Los sondeos anticipan un duelo final entre José Antonio Kast, un ultraderechista que no ha cortado con el legado de la dictadura de Augusto Pinochet, y Gabriel Boric, un izquierdista de 35 años militante del Frente Amplio que ha hecho alianza con el Partido Comunista. El primero promete la recuperación de la paz perdida, menos Estado y más libertad económica, condimentado con un discurso antiinmigrante y contrario al aborto y los derechos de las minorías; el segundo se proclama heredero de las revueltas estudiantiles ―fue uno de sus líderes en 2011― y ofrece cambios profundos en la educación, el sistema de pensiones y la salud.

En esa discusión ha quedado fuera el centro, ya sea escorado hacia derecha o izquierda. Sus candidatos son Sebastián Sichel, un independiente que representa a la derecha oficialista del presidente, Sebastián Piñera; y la senadora democristiana Yasna Provoste, hija política de la desaparecida Concertación de partidos que gobernó Chile ente 1990 y 2010. El electorado les achaca los males no resueltos durante la transición tras la dictadura, como la desigualdad y la ausencia del Estado en sectores clave. Octavio Avendaño, sociólogo de la Universidad de Chile, dice: “El hito de 2019, si bien tiene su origen en aspectos económicos y sociales, reveló una crisis institucional muy aguda, con el debilitamiento de los partidos tradicionales que no canalizaron el descontento”. En la lista de víctimas están la Democracia Cristina y también el Partido Socialista. La derecha, que tuvo como único representante en La Moneda a Piñera, abandonará el poder en marzo con mínimos de popularidad. “Frente a eso se produce un estallido social que culmina con el proceso constituyente en el cual nos encontramos ahora”, añade Avendaño.

La Asamblea Constituyente fue la respuesta política al descontento social. Elegida en mayo, abrió la puerta a fuerzas y candidatos independientes, en su mayoría de izquierda. Muchas de esas fuerzas se han disuelto o enfrentan problemas internos. Tienen a su cargo la redacción de una nueva Constitución que reemplace la que está vigente desde 1980, cuando Pinochet impuso a los chilenos por escrito su legado político y económico, aunque reformada una cincuentena de veces en democracia. La agenda de la Constituyente coincide con los reclamos de las revueltas, pero ha perdido poder de fuego contra el descontento. Cómo explicar si no que un candidato como Kast esté firme en los sondeos, incluso por encima de Boric, cuando hace solo seis meses Chile dio su apoyo electoral mayoritario a candidatos ubicados en las antípodas.

La policía dirige cañones de agua a los manifestantes durante una protesta en Santiago el 1 de noviembre de 2019. Rodrigo Abd (AP)

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La plaza Baquedano se llama popularmente plaza Italia. Según con quien se hable, será también la plaza Dignidad. El ingreso a la estación de metro aún está cerrado, con grafitis que recuerdan lo que fue alguna vez un campo de batalla. Un mural dice en letras amarillas “Guerra social” bajo una calavera con gorra de policía atravesada por una flecha. El ataque al metro en octubre de 2019 fue un golpe “a la columna vertebral de la ciudad”, dice Iván Poduje, experto en desarrollo urbano y autor del libro Siete Kabezas, un estudio sobre las consecuencias de las revueltas en los barrios de la capital. El 18 de octubre de hace dos años, los manifestantes destruyeron 27 estaciones de un total de 140. “El metro tuvo la capacidad de corregir buena parte del daño, pero quedan algunas huellas de eso. Lo más complejo está en 15 puntos de la capital donde no se volvieron a construir los servicios, los supermercados, los comercios dañados. La economía que giraba en torno a esos barrios periféricos se murió y ha crecido la inseguridad”, explica.

Cristian Valdivieso, director de la consultora Criteria, advierte: “El estallido empezó a ser visto por amplios sectores como algo que trajo más dolor, y no la transformación social”. Por eso, agrega, el escenario político ya no es el de 2019: “Hoy estamos entre dos narrativas: una transformadora y otra restauradora”. Marcela Ríos, politóloga en Chile del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, añade que “hay dos proyectos en juego”. “Hay un sector que quiere llevar al país al momento previo al estallido; hay otro que quiere profundizar el proceso, que se cambie el modelo de desarrollo. Por eso esta elección va a ser muy significativa para las próximas décadas”, opina.

El ánimo restaurador anida en el voto de Kast, que no solo se cuela en los estratos altos, sino también en aquellos que sintieron en la violencia callejera una amenaza a lo poco que tenían. Los 15 puntos de Santiago que aun hoy son tierra arrasada dan cuenta de ello. Por eso, explica Marcela Ríos, “ese impulso que venía de las revueltas se ha ido mitigando”. Y detalla: “La pandemia tuvo mucho que ver, porque sin ella el escenario hubiese sido otro. Por ejemplo, no se hubiese pospuesto la elección de la Constituyente y hoy tendríamos una (elección) presidencial con el texto terminado. Hubo además un cambio de conversación, de preocupaciones. La revuelta quedó para una parte importante de la población en el pasado”.

Si Kast es la restauración, Boric es un cambio hacia lo desconocido. Agustín Squella, filósofo y miembro de la Asamblea Constituyente por la izquierda moderada, dice que Boric “no representa el desorden [como dice la derecha en su campaña], aunque sí la incertidumbre, y no tanto por sus propuestas, sino por lo cambiante que se ha mostrado en ellas y por las desatinadas declaraciones públicas de algunos de sus voceros”. La alianza del candidato con el Partido Comunista es lo que más espanta a su electorado. Una declaración de la agrupación a favor del triunfo electoral de Daniel Ortega en Nicaragua, donde se encarceló a todos los candidatos opositores, obligó a Boric a plantear su desacuerdo. El Partido Comunista, sin embargo, no se retractó oficialmente, como le pidió el candidato. Kast, en cambio, “está ofreciendo la moneda del orden a cambio de la libertad, aprovecha el extendido fastidio de la gente con las continuas manifestaciones de violencia. Ese es el viejo juego de la peor de las derechas, que saben muy bien cuándo proponer un trueque como ese”, dice Squella. Esos dos modelos de Chile chocarán este domingo en las urnas.

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