China espera que Biden mueva ficha en la relación más importante del mundo


El presidente electo de Estados Unidos, Joseph Biden, no podrá esperar a la investidura el 20 de enero para hacer frente a algunos conflictos. Durante los casi tres meses de transición que se avecinan, tendrá que dedicar buena parte de su atención a uno de los asuntos más espinosos en la política exterior de EE UU: la relación con China, su rival estratégico. La segunda economía del mundo, con un Gobierno reforzado por el éxito en la lucha contra la pandemia, ya planea su hoja de ruta para ser cada vez más fuerte y llegar a 2035 —en 15 años— convertida en una potencia diplomática y económica.

Hasta el momento, y como Gobiernos como el de Rusia o México, Pekín se ha mostrado esquiva a la hora de felicitar al próximo presidente. Este lunes, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores Wang Wenbin se ha limitado a señalar que entienden “que el resultado de las elecciones estadounidenses se determinará de acuerdo con las leyes y procedimientos nacionales”. También ha subrayado que esperan “que la próxima Administración estadounidense dé muestras de una voluntad de conciliación” y las relaciones bilaterales puedan encauzarse.

Pese a su aparente reticencia en pronunciarse, China ha seguido con enorme interés el proceso electoral estadounidense. De su resultado dependía que continuara el fuerte desgaste en las relaciones bilaterales experimentado durante los dos últimos años de la Administración de Donald Trump o que se abra una etapa de mayor sosiego.

No es que prevea grandes volantazos en cuestiones de fondo. Ni parece dispuesta a hacer grandes concesiones por su parte —Wang ha advertido de que Pekín seguirá defendiendo “su soberanía, su seguridad y su desarrollo”—, ni prevé cambios fundamentales de posición en Washington. Ya hace tiempo que los líderes chinos han llegado a la conclusión de que Estados Unidos es una potencia en decadencia, debilitada por sus divisiones internas. El largo proceso de escrutinio electoral, las críticas de Trump y un resultado que pone en evidencia el profundo cisma entre demócratas y republicanos no ha hecho sino corroborar esa impresión: “Las elecciones de 2020 reflejan el rápido declive y decadencia política de EE UU”, era el titular de una tribuna del periódico Global Times, de línea editorial nacionalista, la semana pasada.

A ojos de Pekín, esa misma debilidad provoca que Washington, con independencia de quién esté al mando, se sienta amenazada por el auge de China e intente frenarlo como sea. Pese al relevo en la Casa Blanca, “la política de contener a China no va a variar. Estados Unidos no puede admitir la idea de convertirse en número dos”, sostiene el profesor Wang Yiwei, director del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Renmin en Pekín.

El Gobierno de Xi Jinping sí anticipa cambios de forma que faciliten la coexistencia. Biden es un viejo conocido de las autoridades chinas, que tuvo buen cuidado en cultivar sus lazos con Xi durante los años en que ambos fueron vicepresidentes de sus respectivos países (2009-2013).

El nuevo presidente puede traer “más previsibilidad y estabilidad a las relaciones”, apunta el profesor Shi Yinhong, experto en las relaciones China-EE UU de la Universidad Renmin y que prevé una inminente lluvia de contactos telefónicos y visitas entre los dos Gobiernos para “dar la vuelta al desacoplamiento diplomático de los últimos meses”.

La nueva Administración demócrata puede llevar, en opinión de Shi, a una renegociación de la primera fase del acuerdo que suspendió la guerra comercial entre los dos países el pasado enero, y que obliga a China a aumentar sus compras de productos estadounidenses. También se podría recuperar la colaboración de los dos países en cuestiones de interés global, como la lucha contra el terrorismo o el cambio climático. Aunque “en la práctica, los resultados serán modestos”, admite.

Porque las actitudes han cambiado durante los cuatro años de mandato de Trump. En el Congreso, el escepticismo hacia Pekín ya es cosa tanto de republicanos como de demócratas. El propio Biden ha fortalecido su posición a lo largo de la campaña y promete mostrarse “duro” hacia China en asuntos como Taiwán, sus “injustas” prácticas comerciales o el respeto a los derechos humanos.

Las opiniones públicas también han radicalizado su percepción mutua: un 74% de los estadounidenses tiene una mala opinión del coloso asiático, según el Pew Center; en China, el índice que valora favorablemente a EE UU cayó del 5,77 (en una escala de 1 a 10) en junio de 2019 al 4,77 en mayo de 2020, según una encuesta de la Universidad de San Diego.

Escenario a largo plazo

China también ha tomado nota del enorme respaldo que Trump ha demostrado pese a su derrota, al lograr 71 millones de votos. Aunque Biden se haya impuesto esta vez, en cuatro u ocho años —calcula Pekín— bien puede llegar a la Casa Blanca otro candidato de perfil trumpista que inicie una nueva etapa de hostilidad.

Estas perspectivas, aceleradas por la guerra comercial y las tensiones de los últimos dos años, no han hecho sino añadir urgencia a los planes ya existentes del Gobierno del presidente Xi Jinping para convertir al país en una superpotencia pionera en innovación tecnológica, con un Ejército de primera clase y líder de la comunidad internacional. Unos planes que son su absoluta prioridad y que no piensa alterar, pase lo que pase.

El pleno del liderazgo comunista hace diez días lo dejaba claro. Los objetivos a largo plazo se aceleran: doblar el PIB per cápita con respecto al nivel de 2020, una meta en principio fijada para 2049 —el aniversario de la fundación de la República Popular— se adelanta a 2035, un logro que obligará a un crecimiento de casi el 5% anual. El próximo plan quinquenal (2021-2025) pondrá el énfasis en el desarrollo del mercado interno, para tratar de blindar la economía ante posibles turbulencias fruto de la rivalidad con Estados Unidos y la tendencia a la desglobalización. La innovación y la autosuficiencia tecnológica se convertirán en un “pilar estratégico” del desarrollo.

“Nuestro país tiene (en los próximos 15 años) ventajas únicas políticas, institucionales, de desarrollo y de oportunidad”, aseguraba Xi en su discurso ante el pleno, con el que subrayaba el convencimiento de los líderes en que han elegido el camino correcto.

En cualquier caso, China promete que no se producirá el temido desacoplamiento, o solo de modo parcial en áreas como la alta tecnología. “El desacople no funciona”, ha asegurado el antiguo alcalde de la megalópolis china de Chongqing y actual investigador económico del Gobierno chino, Huang Qifan, que calcula que una separación completa conllevaría un coste de cuatro millones de puestos de trabajo y un billón de euros. “Necesitamos colaborar con las firmas de alta tecnología europeas, asiáticas y americanas”, ha declarado. “Esa sigue siendo una importante dirección. Eliminar la colaboración debido a los problemas actuales y desacoplarnos no tiene sentido, ni puede suceder”.


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