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China quiere más niños. ¿Y las mujeres?

Los padres de Rou Rou, de 28 años, nunca se plantearon si hubieran querido un hijo más. Estaba prohibido y punto. La política del hijo único, vigente durante 40 años en China, imponía fuertes multas —y en ocasiones abortos, esterilizaciones y mucho sufrimiento— a las parejas que se saltaran el veto sin formar parte de algunos de los grupos de población exentos, como minorías o residentes en zonas rurales cuya primera criatura hubiera sido niña. Ahora, desde hace cinco años, el Gobierno autoriza a todos los matrimonios a tener dos niños, y acaba de anunciar que va a permitir hasta tres. Es un salto en un lustro del hijo único a la familia numerosa con un fin: paliar el rápido envejecimiento de la población. Rou Rou y las mujeres de su generación disponen de una libertad que se les negó a las dos generaciones anteriores. Pero, aunque puedan plantearse si quieren tener más hijos, una respuesta repetida suele ser “no”. La rápida caída en los matrimonios y nacimientos, en parte por el deseo de las jóvenes, sobre todo en las ciudades, de desarrollar su carrera y el miedo a ser discriminadas laboralmente por tener hijos explican en parte dicha respuesta.

“No voy a tener más de uno bajo ningún concepto. Y, en todo caso, será por complacer a mi madre, que me presiona. Ella quiere tener nietos, quiere ser como el resto de la gente”, dice Rou Rou, editora de profesión, mientras bebe una cerveza al salir del trabajo en una de las microdestilerías que han surgido como hongos en el centro de Pekín. “No tengo prisa. De momento, no tengo tiempo para pensar en tener pareja estable o un hijo. Quiero centrarme en desarrollar mi carrera, que me apasiona, pero que me ocupa todas las horas del día. Quiero aprenderlo todo sobre el mundo editorial. Planifico lanzamientos de libros, viajo a actos de promoción por toda China, hablo con escritores… No es algo que pueda hacer si tengo que llevar una casa, un marido y un niño”, indica.

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En el oeste de Pekín, Daisy, trabajadora de 36 años en el sector audiovisual, opina de manera similar: “Uno, como aso, si es que decido tenerlo. No tengo ninguna prisa. Quiero disfrutar de mi vida, y tener tiempo para mí. Me gusta bailar, salir con mis amigos… En China hace falta dedicar mucho tiempo a la educación de los niños para que puedan ser competitivos en la sociedad. Tienen muchos deberes, clases complementarias, hay que llevarlos a un sitio y otro. Y cuesta mucho dinero”.

Con un mayor nivel de educación en una China más próspera, y empoderadas al no haber tenido que competir con hermanos varones debido a la política del hijo único, las suyas son opiniones que se repiten con cierta frecuencia entre las jóvenes chinas en las grandes ciudades. Daisy, menuda y de larga cabellera negra, tiene pareja. Rou Rou, de gafas doradas y media melena, no. Ambas han pedido que se las identifique únicamente por su apodo.

La trabajadora audiovisual ha entrado en lo que, para la mentalidad china más conservadora, es una “edad peligrosa”, la treintena; la editora está a punto de hacerlo. A partir de los 30 años, ciertas convenciones sociales dictan que las jóvenes aún solteras se convierten en sheng nü o “mujeres sobrantes”, para las que empieza a ser tarde para el matrimonio y tener hijos, durante siglos la gran obligación social y familiar de cualquier persona en China.

Dos mujeres en una tienda de cosméticos de Pekín en agosto de 2020. WANG ZHAO / AFP

Esa presión sigue ahí. Las reuniones familiares suelen convertirse en momento de tortura para los jóvenes solteros, a los que sus parientes mayores, incluidos sus propios padres, les preguntarán con insistencia cuándo piensan casarse. La pareja ideal para los padres es “un funcionario, alguien con trabajo estable y seguro”, señala la editora. Aún ocurre que los progenitores presenten a sus hijos posibles candidatos a cónyuge. A veces, con éxito. Otras, no. “Conocí una vez a un chico por mediación de mi madre… Lo primero que me preguntó fue por la salud de mi útero. Así, como si fuera un animal para la reproducción. Sutil, ¿eh?”, se ríe Rou Rou.

Cada año nacen menos bebés en la segunda economía del planeta, pese al final de la política del hijo único en 2016. El año pasado, según los datos oficiales del censo, apenas nacieron 12 millones sobre una población total de 1.412 millones de personas. Es el número más bajo desde la hambruna del Gran Salto Adelante, entre 1959 y 1963. La población en edad de trabajar se ha reducido además en 40 millones desde 2010, según el censo del año pasado, el último realizado. Y la tasa de nacimientos (1,3) resulta insuficiente para sostener a una población envejecida.

Las grietas de la ingeniería social

A los problemas como el alto precio de la vivienda, el coste de la educación infantil o los largos horarios de trabajo —argumentos que también aducen los varones—, algunas mujeres hablan también del riesgo de discriminación laboral para defender el tener un solo hijo, o ninguno. Creen que “la política del tercer hijo puede reducir las oportunidades para las mujeres que quieran hacer carrera”, según Rou Rou. Los hombres apenas cuentan con permisos de paternidad, mientras el de maternidad puede llegar a extenderse seis meses y su coste acaba repercutiendo en la empresa, bien mediante el pago de seguros o bien el del salario de la trabajadora durante su ausencia. “Eso desincentiva la contratación de mujeres”, afirma Yaqiu Wang, investigadora para China de Human Rights Watch y autora del informe cuyo título se puede traducir como Coge la baja por maternidad y te remplazarán: la política de dos hijos de China y la discriminación por género en el trabajo.

Pero el perjuicio puede extenderse más allá del ámbito laboral. Que aumente el número de hijos permitidos corre el riesgo de que “la expectativa social sea que las mujeres tienen que ser madres, y se vea con malos ojos a las que no tienen hijos, o solo uno, o a aquellas que prefieren centrarse en sus carreras profesionales”, dice Rou Rou.

En este sentido, el informe de Human Rights Watch alude a la existencia de “una extensa propaganda en China para alentar a las mujeres —pero no a los hombres— a quedarse en casa y criar hijos”. Esa propaganda, explica el documento, incluye artículos en medios de comunicación estatales o carteles en distintos lugares del país que animan a tener un segundo hijo.

Al final, se lamenta la joven editora mientras apura su cerveza, “las mujeres siempre pagamos el pato. Hagamos lo que hagamos, salimos perdiendo. Si tenemos hijos, pagamos en el ámbito laboral. Si no los tenemos, pagamos en el ámbito social”.

Dos niños juegan en un parque infantil en Shanghái (China) el 31 de mayo.Alex Plavevski / EFE

Ni Daisy ni Rou Rou sienten ninguna prisa por dar el “sí, quiero”. “Mi madre antes me presionaba, ahora ya no. Ha visto cómo gente de mi generación que se casó muy pronto ya está divorciada. Y ella prefiere ahora verme libre y alegre”, cuenta Daisy, que no tiene, de momento, planes de matrimonio con su pareja, aunque tampoco los descarta. “Mis amigas de la infancia, en mi ciudad natal en el centro de China se casaron todas pronto, y muchas ahora lo lamentan. No tienen tiempo para ellas, si no están trabajando deben ocuparse de sus hijos, de sus maridos y de su casa. Las tareas domésticas les tocan casi siempre a las mujeres”.

Tan asumido lo tienen en una sociedad donde se sigue dando preferencia a tener un hijo varón que Rou Rou, cuando enumera su lista de requisitos para el hombre perfecto, no incluye en ella compartir el trabajo de casa. Da por descontado que si encuentra a su pareja ideal será algo que le corresponderá a ella. El cuidado del hipotético niño, también: “Lo tengo asumido, la verdad, y prefiero encontrar a un hombre que sea maduro, independiente, con el que comparta intereses pero que también tenga su propia vida, y con el que pueda hablar de cosas, a alguien que se ocupe de la casa pero con el que no pueda tener una conversación interesante”. La opinión de Daisy es similar. “Mis amigas me dicen que tienen dos niños. El que han dado a luz, y con el que se han casado”, bromea.

Caen las bodas

Con la rápida evolución de la sociedad china a un modelo desarrollado, el desinterés por establecer una familia tradicional es algo cada vez más extendido entre los jóvenes en las grandes ciudades. Cae vertiginosamente el número de bodas y crecen los divorcios. El año pasado solo 8,1 millones de parejas registraron su casamiento, una caída del 12% con respecto a 2019 y de un 40% con respecto a 2013, el último año que se batieron récords de esponsales.

En la era donde es más probable que unos novios se hayan conocido por Tinder (o sus equivalentes chinos) que por el método tradicional de redes familiares, la edad nupcial se retrasa cada vez más. El grupo entre los 25 y los 29 años representa el grueso de las bodas, mientras que hace una década lo eran los de 20 a 24 años; los novios de más de 40 también han dejado de ser una rareza.

Dos mujeres con sus hijos en una calle de Pekín el 31 de mayo. WANG ZHAO / AFP

En cambio, se divorciaron 8,6 millones de parejas, casi el doble que el año anterior. Para evitar esa tendencia, en 2021 ha entrado en vigor una nueva ley que ha complicado la ruptura oficial: se necesita un mes de espera y que ambos cónyuges comparezcan físicamente para confirmar la separación.

“Han hecho más difícil divorciarse, y ahora relajan la política de natalidad para tener más hijos. Qué coordinación, ¿eh?”, ironiza Rou Rou. Pero está de acuerdo en que cada vez los divorcios son más frecuentes. “Bueno, es muy común que si una mujer se ve muy absorbida por el trabajo, el marido acabe pidiendo la separación. Muy, muy común”. Y reflexiona sobre otro posible factor: “Quizá tenga que ver el que somos hijos únicos. A veces no podemos aceptar que el otro piense o haga cosas de manera diferente. Nuestros padres sí, pero para nosotros es más difícil. Somos más egoístas”.


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