La estricta política de tolerancia cero frente a la covid, con el confinamiento total de la población en cuanto aparecen los primeros casos y un riguroso control de contagios y contactos, resultó muy exitosa en la ciudad de Wuhan hace dos años. Tenía especial sentido cuando no había vacunas y la parálisis total era la única barrera efectiva para contener la expansión del virus. Pero ahora la situación ha cambiado: la variante ómicron es más infectiva, difícil de controlar y mucho menos grave, lo que pone en cuestión la idoneidad de esa política, tanto desde el punto de vista del coste-beneficio como de la eficacia. Shanghái es un buen ejemplo de ello: la ciudad ha registrado en tres semanas más de 400.000 contagios, casi todos asintomáticos, mientras los muertos se han incrementado hasta 36 en los últimos seis días. Se ha dado la paradoja de enfermos de otras patologías que no han sido ingresados y han muerto al no ser atendidos a tiempo por no disponer de una PCR.
No es la única ciudad afectada por esta política. Más de 370 millones de chinos se encuentran confinados parcial o totalmente en 45 ciudades. Suman en total el 40% del PIB del país. Aunque en el primer trimestre del año el PIB de China ha crecido un importante 4,8%, los graves problemas de suministro y de logística que los confinamientos están generando hacen difícil que se vaya a mantener ese ritmo en el segundo trimestre, lo que pondrá en riesgo el objetivo de todo el año. Los expertos advierten que, desde el punto de vista económico, la tolerancia cero puede perjudicar al país hasta el extremo de que bien podría ponerlo al borde de una recesión autoinfligida.
Con 26 millones de habitantes, Shanghái aporta el 5% al PIB chino como la mayor ciudad china y principal centro financiero del país. Pero es también el mayor puerto de contenedores del mundo y sede de gran cantidad de multinacionales. La actual parálisis económica no solo tendrá graves consecuencias para la economía china, sino para la del resto del mundo, ya que China exporta un tercio de los bienes intermedios (los necesarios para producir otros bienes) que consume el resto del mundo. El control de la covid ha obligado a interrumpir la cadena de suministros de la que depende la productividad de otros países, en productos tan estratégicos como los semiconductores. Pese al control social que ejerce el gobierno y aún teniendo en cuenta la envergadura poblacional del país, crece la desconfianza hacia una política que pudo tener sentido cuando no había otras herramientas de lucha contra el virus, cuando no existían vacunas. Pero nadie ignora que la estrategia covid cero es un empeño personal del presidente Xi Jinping y la actual coyuntura no parece propicia a las rectificaciones.
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