Colita: “La derecha provoca para dominar; la izquierda, para pensar”


A Isabel Steva (Barcelona, 80 años) solo la llaman así Hacienda, la policía “y el colegio del Sagrado Corazón”, donde estudió. La fotógrafa de la gauche divine y de los gitanos del antiguo Somorrostro es Colita. “Me lo puso papá, según la tradición francesa”, cuenta. Su padre, un ingeniero encargado de las fuentes de su ciudad, le regalaba compases en lugar de muñecas. La fotógrafa de la Barcelona moderna vivió toda la vida en casa de sus padres y hace 20 años decidió mudarse: “Quería mi casa de Begur en la ciudad”. La halló en el pueblo que forman las viviendas de L’Hospitalet cuando se juntan con el barrio de Sants. “Me gusta tener a mis animales entrando y saliendo”. Entre plantas, fotografías, libros y tazas de café corren tres gatos y se pasea la jefa: Nena, la perra sin pedigrí que adoptó cuando murió Paquito, su añorado chihuahua. “Los animales forman parte de mi familia, es más fácil estar a buenas con ellos que con la familia”.

Pregunta. Comenzó retratando a los gitanos figurantes de la película Los Tarantos por 50 pesetas.

Respuesta. La cámara me la había regalado mi padre. Me regaló una guitarra y una máquina de escribir, nunca una muñeca.

P. ¿Y su madre?

R. Descubrí que ella y mi abuela eran republicanas cuando murió Carrero Blanco. “Un hijo de puta menos”, dijo ella, que no decía jamás “puta”.

P. Eran burgueses pero no franquistas.

R. Tuve dos tíos que desaparecieron en alguna cuneta. Eran indianos. Hicieron fortuna en Venezuela. Cuando regresaron a La Laguna montaron una tienda como las del Oeste: vendían herramientas abajo y organizaban partidas de cartas arriba.

P. Aventura y burguesía. ¿Cómo se conocieron sus padres?

R. Nunca lo pregunté. Es mi gran drama. Cuando quise saber era tarde. Me quedé huérfana de padre con 22 años y de madre con 35. Me he pasado la vida arrepintiéndome de no haber hablado más con ellos.

P. ¿Cómo se hizo amiga de la gauche divine?

R. En el restaurante Mariona. Oriol Maspons me llevaba para exhibirme como si fuera un perro de raza porque era divertida.

P. Y se dejaba llevar.

R. Era desinhibida: salí del colegio y no pisé más una iglesia.

P. Eso es no ser creyente.

R. Dar la cara por tu agnosticismo era ser desinhibido.

P. ¿Era una rara en el Sagrado Corazón?

R. No, era popular. Las monjas me adoraban.

P. No sería entonces tan rebelde.

R. Tenía madera de líder, y ellas cuidan a las líderes.

P. ¿Por qué tiene fama de rara?

R. He sido una mujer que ha hecho lo que le ha dado la gana. Eso en mi generación era raro.

P. ¿Qué ha sacrificado para ser libre?

R. Me jugué la decepción de mi padre, que quería que fuese farmacéutica. Quería demostrarle que hay muchas maneras de hacer las cosas bien. No tuve tiempo.

P. ¿Con su madre no tuvo esa deuda?

R. No. Y menos con mi abuela Isabel. Me crie con ella porque mis padres salían a bailar. Era muy sano. No se gana mucho estando todo el rato encima. Yo jugaba en la cocina donde ella, a las once de la mañana, ponía agua a hervir y abría una botella de vino blanco. Iba poniendo vino en el guiso y, como hacía calor, ¡pum!, se zurraba un vasito. Era venezolana y se casó a los 15 años con un militar. Mis padres estaban muy enamorados. Y nosotros, donde teníamos que estar: haciendo de niños, no dando el coñazo.

P. ¿Es más verdadera la Colita que fotografió gitanos o la que retrató a asiduos de Bocaccio?

R. Retrataba lo que veía: gitanos, amigos o mis perros.

P. ¿Era gauche y quería ser divine?

R. A mí me importa un bledo ser divine. Mi ambición era vivir de mi trabajo y no hacer el idiota. Era feminista y de izquierdas, y tenía claro lo que se podía y no hacer.

P. ¿Qué no se podía hacer?

R. Publicitar algo que le fuera bien a la derecha. Se puede fotografiar sin piedad buscando la verdad.

P. ¿No busca eso cuando retrata a un amigo como Serrat?

R. No, entonces busco que la gente lo quiera conocer.

P. Ha sido políticamente incorrecta.

R. Desde el punto de vista actual, sí.

P. Parece Plácido Domingo. ¿Un contexto justifica una injusticia? En los setenta retrató al editor Jorge Herralde con sus secretarias arrodilladas y enseñando las bragas. ¿Fue un error?

R. No. La minifalda estaba de moda, enseñábamos las bragas todo el santo día. Por eso eran de colores. Era una forma de demostrar que la mujer estaba contenta con su cuerpo. Esas chicas estaban cachondeándose del jefe.

P. ¿Por qué no puso a Herralde en calzoncillos?

R. Si se me hubiera ocurrido, lo hubiera hecho.

P. Defiende que provocar es de izquierdas. ¿Abascal no es un provocador?

R. Sí, claro. Pero la derecha provoca para dominar y la izquierda para hacer pensar. La derecha miente cual bellaca.

P. ¿La izquierda no?

R. No. A mí a quien me apetece provocar es a la Iglesia. Te juro que cuando veo una sotana…

P. ¿Lo jura?

R. ¡Ja, ja, ja! Lo juro.

P. ¿Los happy few de Bocaccio eran una panda de pijos cultos?

R. No. Eran gente encantadora e inteligente con ganas de divertirse.

P. ¿Esnobs?

R. ¿Qué tiene de malo el esnobismo? Es el arte de la gente divertida y guapa.

P. ¿Quien no era guapo no entraba en Bocaccio?

R. Se podía entrar también por ser inteligente. Tenías que tener algo.

P. ¿Usted qué tenía?

R. Era divertida. Tampoco era tan complicado entrar, solo tenías que ir limpio y con corbata. Pero es cierto que había clasismo: nosotros bajábamos a Las Ramblas, pero Las Ramblas difícilmente subían a Bocaccio.

P. Como militante socialista, ¿eso cómo lo ve?

R. Mal. Tendría que haber funcionado en las dos direcciones. Beatriz de Moura y yo bajábamos al Copacabana a bailar con camioneros.

P. ¿Les gustaba provocar?

R. No, divertirnos. La provocación se hace para fastidiar.

P. ¿El dinero no faltó en su casa?

R. No, éramos normales. Papá tenía un puesto de funcionario y por la tarde era representante de carpinterías metálicas. En aquella época los hombres se machacaban.

P. Trabajó en prensa diaria. ¿Hay más vida en la instantánea que en los posados?

R. No. En un retrato te pones al servicio de esa persona para sacar lo que ves. Quien posa está indefenso como un gatito abandonado. Una persona que no tiene un retrato no ha vivido.

P. ¿Saber posar es saber engañar?

R. No, es ser natural. Tienes que sacar lo bueno sin inventarte una persona que no existe.

P. No quiso retratar a Raphael.

R. No sabía qué hacer con él: me parece una máscara y era el cantante del régimen.

P. Sí retrató a Areilza, que había sido de la Falange.

R. Era un señor. No como los de derechas de ahora: unos horteras mentirosos. Las mujeres de Vox me ponen de los nervios. ¿Qué pasa con la izquierda de este país?

P. Dígamelo usted. Ha sido militante socialista.

R. Después de que Felipe González decepcionara tanto, voto a la Colau y compañía. La equivocación se admite; el cinismo, no. Hacer política es buscar soluciones y para eso hay que pactar. ¿Qué sería hoy del Partido Socialista sin Podemos vigilando?

P. ¿A Podemos quién lo vigila?

R. Nosotros. Hasta que se demuestre lo contrario, tienen el valor de la honradez. El día que se la jueguen se van a tomar por culo. El Gobierno de ahora, en el que se vigilan los unos a los otros, es la mejor forma de gobernar. No se tienen que ir a la cama, tienen que vigilarse. Dicho esto, admito que en las últimas elecciones voté a Sánchez porque tenía tanto miedo de que perdieran…

P. ¿Qué se pierde cuando la izquierda no gobierna?

R. La vida. La libertad, la democracia, la posibilidad de curarse y educarse. Estamos viendo una sanidad pública saqueada.

P. Estando en el poder, el PSOE no hizo mucho por romper monopolios o blindar la sanidad…

R. El PSOE en el poder no ha sido un partido socialista de verdad. Por eso veo solución en la mezcla.

P. ¿Cuándo dejó el PSOE de preocuparse más por los ciudadanos que por sus propios dirigentes?

R. A Felipe González lo idealizamos y demostró que lo que quería era ser millonario. Quien no comulgaba con eso se tenía que apartar del aparato del partido. Admiro a Sánchez porque buscó una alternativa, pero lo veo un poco soso. Muy guapo, pero más sentido del humor lo haría más humano.

P. ¿Qué político tiene buena foto?

R. Iceta. Es adorable, pero necesitábamos un relevo. En su lugar me hubiera gustado ver a una mujer, Núria Marín, la alcaldesa de L’Hospitalet.

P. Es maragallista. ¿No se equivocó Pasqual Maragall nunca?

R. Supongo, pero lo hacía con grandeza y dignidad. No buscaba enriquecerse, ya tenía dinero. Es un alcalde mítico.

P. ¿No es peligroso mitificar?

R. Tan peligroso como no reconocer los logros. A Pasqual no me lo toques. A la Barcelona “color de paloma sucia” de Jaime Gil de Biedma la puso en el mapamundi. Y lo hizo siendo de izquierdas: haciendo bibliotecas, construyendo plazas, integrando la periferia… [En ese momento entra la perra y ella la aplaude]. Le cuesta subir las escaleras y aun así ha venido a protegerme. Hace décadas dejé de comprar perros. Adopto a los viejos. Los tres gatos son de señoras del barrio que ahora viven en una residencia.

P. ¿El amor a los animales oculta decepción con las personas?

R. Un poco sí. Como personas decepcionamos casi siempre. La culpa es nuestra. De las personas esperamos cosas; de los animales, no.

P. ¿Qué es más fácil de retratar, una ciudad o una persona?

R. Mira, para un torpe las dos cosas son difíciles. A mí me gustan las fotos. Soy de las que, cuando pasan el viaje a Grecia o la boda, me quedo mientras los demás se van largando a fumar.

P. ¿Cuesta más retratar si la persona es querida, como Ana María Moix?

P. No. Cuesta menos. La confianza ya existe.

P. Ha sido valiente, libre, pero también secreta.

R. Es la manera de defenderte.

P. No se sabe nada de su vida amorosa.

R. Más vale.

P. ¿Por qué eligió ser tan privada dentro de una generación con fama de acostarse todos con todos?

R. Porque hay muchas personas que todavía viven e igual no quieren que se sepa. He estado con hombres y mujeres. Mis parejas nunca han sido un secreto entre mis amigos. Pero he sido cauta porque en la época de la que provengo no era bueno para el trabajo que te catalogasen sexualmente y, si defendías la bisexualidad, todo el mundo se tiraba encima de ti, creían que todo el monte era orégano. Hay gente muy rara que no entiende que te gusten hombres y mujeres, y eso no quiere decir que te gusten todos los hombres y todas las mujeres. Soy fiel, pero considero que el amor es una enfermedad. Hay un momento en que me aburro.

P. ¿Se han aburrido de usted?

R. He abandonado siempre yo sin remordimiento porque me ha asistido la razón. La gente se vuelve tediosa y pierde interés.

P. ¿Usted no?

R. Jamás [carcajada].

P. ¿Cuándo se dio cuenta de que le gustaban hombres y mujeres?

R. Cuando vi que una mujer me miraba con los ojos fuera de las órbitas. Eso me gustó. No puedo decirte nombres porque igual a sus hijos o nietos no les gustaría. Pensé: por qué no, vamos a probar. Y fue un éxito. Siempre he tenido mucho éxito con las mujeres.

P. ¿Narcisismo?

R. Puede ser. Me ha gustado más gustar que que me gustaran. Va bien para el cuerpo. Y sí, tengo un ego que no cabe en esta casa. Ahora, desconfía de la gente que no tenga ego.

P. Siempre se ha ganado la vida.

R. He tenido necesidad de ser libre. Siempre que me han querido poner la bota encima, profesional o personalmente, he mordido. Soy de los que protestan. En mi casa no tuve necesidad. Cuando murió papá —que era el que se echaba las manos a la cabeza— tuve toda la libertad del mundo.

P. ¿Habló de tú a tú con su madre?

R. Jamás. Y con mi hermano, menos. Son los amigos los que conocen a la persona más libre. Mi familia me daba cariño. Pero no me tocaba la pera. Cuando tu familia no te conoce es porque le da miedo hacerlo. A mí madre en el fondo yo la debía de aterrar. Vivíamos en una armonía británica. Para saber callar hay que ser listo. Y ella lo fue para tener a mi padre encabronado toda la vida y para aguantar a la hija que le tocó.

P. ¿Está haciendo una defensa de la resignación?

R. No me puedo inventar a mi madre. Tal vez, si hubiera tenido una madre como yo, nos hubiéramos matado.

P. ¿Ha mantenido los amigos?

R. El más amigo es Francesc Polop, que lleva mi archivo fotográfico. Lo conocí hace 30 años, cuando era secretario de Terenci. Es mi familia. Pero no soy de llorar en el hombro de nadie. Lo hago sola y encerrada.

P. ¿Se fue a vivir a Begur para estar cerca de Carmen Amaya?

R. No. Cuando terminó Los Tarantos nos quedamos. Dormíamos en la playa o, si teníamos dinero, en una pensión… Y Carmen nos daba de comer. He conocido a dos personas extraordinarias: ella y Orson Welles.

P. ¡A Welles no lo conoció! Estuvo con él 15 minutos.

R. Suficiente para caer de rodillas. Los grandísimos emanan fuerza. A Carmen yo le iba a comprar el tabaco. Y ella se dejaba hacer fotos. Me llamaba torera. Luego murió papá y con la legítima me compré una casita donde ella vivía para que mi madre fuera a la playa porque su casa se la quedó la querida de mi abuelo. En mi familia ha habido muchas queridas. Mi casita era una ruina. Hice un cuarto de baño como pude. Y mi madre, cuando entró, dijo: “¡¿Qué es esto?!”. Luego se dio cuenta de que era la posibilidad de pasar tres meses junto al mar. Se ponía una batita, hacía croché y por la tarde salíamos de paseo a robar geranios. Tenía el jardín florido por sus latrocinios.

P. Beatriz de Moura la hizo editora de la colección negra de Tusquets.

R. Ya no existen editores como ella o Herralde.

P. ¿Será que existen y no los conoce?

R. Si tuvieran esa categoría, los conocería [carcajada]. No estoy en el mundo. Estoy a la mía. Haciendo el ridículo sin que me importe una mierda.

P. En 2014 rechazó el Premio Nacional de Fotografía.

R. Detesté la política educativa de Wert y no podía hacer otra cosa.

P. Pero no rechazó la Creu de Sant Jordi.

R. Claro. Porque me la dio Pasqual Maragall. Si me la hubiera dado Jordi Pujol, la hubiera rechazado, pero como me la dio mi querido Pasqual… Fue un honor.


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