¿Cómo contarles la homofobia, la guerra o el acoso a los niños?


El viejo zorro está muy cansado. Tanto que se tumba en la nieve y cierra los ojos, para siempre. El osito nota que su abuelo a veces se pierde, o ya no lo reconoce. A Daniela no la dejan ser pirata, porque es chica. A Juan no le dejan pintarse las uñas, porque es chico.

La vida puede ser muy compleja. Y la literatura infantil, también. Porque los cuentos siempre han servido para afrontar los miedos, del lobo al bosque profundo. Pero ahora los libros para pequeños se atreven a tratar abiertamente los asuntos más espinosos del siglo XXI: la muerte, el alzhéimer, el machismo, el acoso, la homofobia, la mentira o la guerra. Tras sus coloridos dibujos se esconden las grises contradicciones del planeta. Material suficiente para aterrar a unos cuantos padres. Pero los autores, editores y educadores entrevistados animan a perder el miedo. Y, sobre todo, a confiar en los niños.

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“No soy partidaria de poner límites. La literatura refleja el mundo, y en el mundo hay de todo. ¿Por qué ocultárselo a los pequeños? Criarlos en una burbuja los hace personas con una visión más cerrada”, asevera Pilar Núñez Delgado, profesora del Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Granada, que ha investigado a fondo esta temática. “Todo lo que consideramos tabúes se puede tratar, con una manera y un contexto adecuados”, argumenta Isabel Alonso, directora pedagógica del madrileño Centro Privado de Educación Especial María Corredentora.

En lugar de ocultar, defienden, hay que explicar, algo que también está haciendo el teatro infantil: por qué miles de niños cada año deben dejar atrás sus juguetes y su país, como en Me llamo Maryam —Maryam Madjidi (Blackie Books)—; por qué es normal tener dos mamás, dos papás o un solo progenitor, como bien sabe el gato Federico y sus familias —Mili Hernández y Gómez (nubeOCHO)—; por qué ¡No es fácil, pequeña ardilla! —Elisa Ramón y Rosa Osuna (Kalandraka)— superar un duelo muy cercano; o por qué un niño acaba criado entre perros callejeros, como relata Rey, de Mónica Rodríguez, basada en una historia real y reciente ganadora del premio Edebé de Literatura Infantil. El editor de nubeOCHO, Luis Amavisca, plantea solo un par de excepciones: “Podemos hablar de tristeza, pero suicidio y depresión me parecen para adultos”. Aunque las dos educadoras creen que se pueden pisar incluso campos tan minados. Eso sí, con pies de plomo. Porque todos coinciden en una respuesta: más allá del tema, la clave es el tono. El cómo.

Detalle de ‘Me llamo Maryam’, de Maryam Madjidi, editado por Blackie Books.

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He aquí la pregunta del millón. El riesgo de generalizar se antoja alto. Y cada niño es un mundo. Aun así, las opiniones más recurrentes ofrecen algún indicio. “Tiendo a huir de lo lacrimógeno, de relatos excesivamente dramáticos. Y a menudo se recurre al humor para afrontar temas trágicos”, afirma Alice Incontrada, editora infantil de Blackie Books. “Otra calidad que busco es que no te den la conclusión hecha”, agrega Núñez Delgado. Y tanto ella como Alonso recomiendan un lenguaje sencillo y mucha normalidad a la hora de tratar argumentos difíciles.

Al fin y al cabo, los mismos asuntos llenan televisiones, móviles y charlas en casa, en la escuela o en el parque. La infancia está llena de maravillas. Pero los regalos de los Reyes Magos o del Ratoncito Pérez no quitan que existan injusticias y horrores. Y así lo refleja la literatura. “Los pequeños están rodeados de imágenes y estímulos, pueden asomarse a lo que hay en el mundo o incluso más allá, con series de zombis o películas y videojuegos donde se dispara. Y se aceptan iconos religiosos no exactamente alegres: Cristo en su cruz, los mártires, Caín matando a Abel… Los editores estamos contribuyendo a crear la memoria del mañana. Nuestra responsabilidad es hacer libros dignos, lo más hermosos posibles, y que se toque cualquier tema con el respeto que nos merecen los niños”, reflexiona Xosé Ballesteros, editor de Kalandraka.

A veces, de hecho, el problema está en los adultos. Generaciones de padres han temido el fatídico momento en que su hijo quiere saber por primera vez de dónde vienen los bebés. O adónde se marcharon los abuelos. “Si te preguntan algo, necesitan la respuesta. El miedo es: ‘No vayamos a traumatizarles’. Pero es un temor que tenemos los mayores. Y la literatura puede ser un recurso: disfrutan de una historia a la vez que se acercan a una realidad”, insiste Isabel Alonso. Y añade: “Hay una tendencia a sobreprotegerles con estos temas, cuando emocionalmente son bastante más fuertes que los adultos. Pero en todo lo demás la educación se ha vuelto más permisiva, tienen acceso a lo que quieren cuando quieren y, en cambio, no hay tantos debates sobre el daño que eso pueda generar”.

Doble página de ‘Mi abuelo’, de Marta Altés.

Todos coinciden en que otro aspecto de la educación también ha cambiado, para bien: el trato hacia los niños se ha vuelto menos condescendiente. “Son personas, no se puede menospreciar su inteligencia. Piensas que la literatura infantil es algo inocente, pero en realidad nos posicionamos. Está siendo una revolución, editores que hace 10 años no tenían postura clara respecto al género o la igualdad, de repente ha reflexionado y cambiado su catálogo”, lo resume Amavisca. Aunque no todo son pasos adelante: ¡Vivan las uñas de colores!, de Alicia Acosta, Gusti y el propio editor de nubeOCHO, suma varias ediciones en España, pero no pasó de la primera en Italia. Y, además de familias y profesorado, la explosión de esta literatura fascina también al mercado. “Hay una producción bestial, más que nunca. Cuesta más encontrar los buenos libros”, relata Incontrada.

Existen, claro. Pero también los hay sesgados, o que aprovechan el tema de fondo para impactar y vender. Ante tal laberinto, conviene seguir a una guía experta. “Hay tres peligros principales. Ante todo, los intereses comerciales. Un maestro debe leer mucho para escoger. Que jamás elija lo que recomienda el catálogo de una editorial. El que conoce a los niños es él. También están las obras plagadas de moralina. Yo prefiero algo que atrape, divierta o emocione, y luego a lo mejor te das cuenta de lo que has aprendido leyendo. Y, por último, está el rol de los adultos como mediadores entre los niños y el libro. Se trata de ayudarles a interpretarlo, a hacerse las preguntas”, detalla Núñez Delgado. Aunque las opiniones, en este ámbito, difieren. Porque los intermediarios resultan fundamentales, y hasta muy beneficiosos. A la vez, sin embargo, su presencia excesiva genera dudas.

“La literatura infantil debe ser buena literatura. Lo más importante es que entretenga. Y si además enseña, bien. Demasiados filtros pedagógicos crean obras que entran en el didactismo”, plantea Xosé Antonio Perozo, editor, autor y vicepresidente de la Organización Española para el Libro Infantil y Juvenil. “Hay un filón de editores que no defienden la literatura comprometida, dicen que se está forzando. Yo creo que se puede tratar un tema comprometido con un libro artístico. Hace falta formarse mucho, que mucha gente externa opine”, sostiene Amavisca. Como ejemplo, Tu cuerpo es tuyo, una de las obras más difíciles que publicó nubeOCHO. Algo así como “no es no, solo sí es sí”, pero explicado a los jovencísimos.

Una página de ‘Tu cuerpo es tuyo’, de Lucía Serrano, editado por nubeOCHO.

“Le daba vueltas a cómo contarlo a través de metáforas, pero me resultaba incómodo. Al final pensé que debía ser directa y en dos semanas lo tenía”, recuerda su autora, Lucía Serrano. Aunque, entonces, llegó una prueba aún más difícil: se lo enseñó a sus propios hijos, de tres y cinco años. “Pasé muchos nervios, pero vi que rápidamente lo hacían suyo. Eso que parecía horrible en mi cabeza no resultaba tan traumático”, rememora Serrano. Tras la primera criba, el libro pasó por las manos de víctimas de abusos y de varios sanitarios y psicólogos. La autora no lo ve como una limitación creativa. Aunque, a la vez, aclara que el libro nació como un proyecto “didáctico”.

Doble página de ‘Orejas de mariposa’, de Luisa Aguilar y André Neves, editado por Kalandraka.AdministradorTiempo para leer

Todos estos temas, y otros, se afrontan cada semana en el taller que ha montado Núñez Delgado en Granada. Allí, expertos y familias se juntan para analizar obras infantiles y el mejor modo de disfrutarlas. Además, la profesora aconseja a los padres que compartan tiempo con los niños en torno a los libros. “Aunque sea 15 minutos dos veces a la semana”, tercia.

Pero algunos, aunque quisieran, lo tendrían muy complicado. Porque el océano de narrativa infantil se convierte en sequía para la educación especial. “Estos alumnos tienen un desarrollo cognitivo más lento. Pero cumplen años. Con 11 o 12 terminan de tener una lectura comprensiva, que puede corresponder a la de un niño de seis. Y nos encontramos con que las obras para esa edad tienen dibujo y enfoque muy infantiles. A ellos les gustaría Harry Potter, pero eso no se les puede leer”, relata Isabel Alonso. La profesora explica que algunos sellos sí están sacando títulos apropiados, incluso quitando la referencia a la edad en sus etiquetas. Pero, de momento, no es más que un nicho. Aun así, Alonso y su equipo quieren que sus niños tengan libros que les fascinen. A falta de editoriales, han optado por un remedio casero: los escriben y los imprimen.

Crecer junto con los superhéroes

Tanto Marvel como DC Comics, las dos principales editoriales de tebeos de superhéroes, son conscientes de que los niños suponen uno de sus pilares. Y, a la vez, una oportunidad: un pequeño que quiera crecer junto con un icono como Spiderman o Wonder Woman puede querer seguirlo a lo largo de libros juveniles y novelas gráficas para adultos. “Los autores de cómics infantiles contemporáneos no cometen el error de subestimar a los lectores más pequeños, el nivel gráfico es altísimo y se abordan todo tipo de temas, habiendo quedado más que probado el potencial pedagógico y didáctico de la historieta, totalmente compatible con su vertiente más lúdica y evasiva”, asegura David Fernández, editor de ECC, que publica las obras de DC en España.

“Priman las aventuras y la acción, combinados con humor. Pero esto no impide que —por fortuna— cada vez sean más habituales tramas o referencias argumentales que promuevan valores positivos, a favor de la diversidad, la integración y la tolerancia”, agrega el editor. Eso sí, parte del oficio de superhéroe consisten en derrotar a los villanos. Y la violencia, en las obras infantiles, genera dudas. “Su tratamiento es muy blanco, inocuo, comparado con otras obras juveniles o adultas: la ausencia de sangre es total, la presencia de armas de fuego cada vez menos frecuente y los golpes casi siempre están acompañados de grandes y coloridas onomatopeyas”, responde Fernández. 

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