Cómo descubrir ciudades engullidas por la tierra sin excavar un gramo de arena

El georradar de la Unidad de Geodetección de la UCA en 2017, cuando descubrieron el puerto púnico de la ciudad fenicia de Doña Blanca.
El georradar de la Unidad de Geodetección de la UCA en 2017, cuando descubrieron el puerto púnico de la ciudad fenicia de Doña Blanca.Juan Carlos Toro

El arqueólogo Lázaro Lagóstena es capaz de descubrir en pocos días el trazado completo de calles, edificios o puertos en ciudades que la tierra engulló siglos atrás. Hace años que no usa piquetas, palas o brochas, pero puede saber con detalle si, bajo un campo cualquiera de cereal, se oculta desde una necrópolis o un edificio que se dedicaba a la alfarería. Incluso puede conocer cuántos metros cúbicos de arena habría que extraer para sacarlos a la luz. Lo que este profesor de Historia Antigua llama “la arqueología del futuro” ya es, en verdad, el presente de la Unidad de Geodetección de la Universidad de Cádiz (UCA) que él coordina desde 2016. El equipo ha convertido en herramientas de trabajo habituales tecnologías no invasivas como georradares, drones o magnetómetros hasta hacerse líderes en esa nueva forma de descubrir e interpretar el patrimonio arqueológico.

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“No creo que exista en Europa un equipo de investigación que haya podido estudiar seis ciudades romanas en tan poco tiempo y eso solo si nos limitamos a ese periodo histórico, porque tenemos más”, avanza orgulloso Lagóstena. En cinco años, el grupo de entre 8 y 10 investigadores —en función de los alumnos que tiene en formación— ha sido capaz de reconstruir el urbanismo oculto de la Hispania romana en Hasta Regia (Jerez de la Frontera, Cádiz), Ilici (Alcudia, Elche), Libisosa (Lezuza, Albacete), Balsa (Luz de Tavira, Algarve), Arva (Alcolea del Río, Sevilla) y Calduba (La Perdiz, Arcos, Cádiz). Además, tiene en marcha el de Flavia Sabora (Cañete la Real, Málaga). Pero en su porfolio hay muchos más hallazgos: más de 60 trabajos, entre investigaciones propias y para instituciones públicas o privadas, en los que han sido capaces de descubrir el urbanismo completo de yacimientos de diversos periodos o colaborar en la localización de fosas de represaliados durante el franquismo.

El empleo de las llamadas tecnologías no invasivas a la arqueología no es nuevo ni exclusivo del equipo de Lagóstena, pero sí la capacidad de detección e interpretación que han alcanzado. “Hay empresas privadas, pero no con tanta tecnología. Además, este era un campo de geofísicos que recurrían a historiadores o arqueólogos. Nosotros directamente ya somos multidisciplinares, capaces de interpretar. Nuestro liderazgo viene porque ninguna otra universidad de España tiene tantos medios”, razona el profesor. Pero eso era algo que Lagóstena siquiera podía imaginar cuando, en 2003, comenzó a trabajar en investigaciones arqueológicas vinculadas a los Sistemas de Información Geográfica (SIG), un conjunto de herramientas capaces de interconectar gran cantidad de datos georreferenciados y posicionados en mapas. Fue entonces cuando optó por primera vez a una convocatoria estatal para infraestructuras y equipamiento científico para poder crear su Seminario Agustín de Orozco. “Me decían que eso era mejor para ciencias”, rememora el investigador.

Modelación en 3D del yacimiento romano de Arva, Alcolea del Río (Sevilla), realizada por la Unidad de Geodetección de la UCA
Modelación en 3D del yacimiento romano de Arva, Alcolea del Río (Sevilla), realizada por la Unidad de Geodetección de la UCAUCA

Aunque el verdadero salto para la unidad llegó en 2016, después de conseguir financiación para adquirir su primer gran georradar. Atado a la bola del remolque de una ranchera, pronto despejó las dudas de su utilidad cuando, en apenas dos campañas de prueba, fue capaz de localizar y trazar la retícula del mayor puerto púnico conocido del Mediterráneo en un campo de cultivo junto al yacimiento de Doña Blanca (El Puerto de Santa María). Desde entonces, el equipo de Lázaro ha logrado hasta cuatro proyectos más de inversión con los que ha adquirido medios tecnológicos por valor de 1,8 millones de euros. Con ellos, funcionan como un servicio periférico de la UCA, capaz de desempeñar contratos para terceros con los que ya han generado hasta 250.000 euros. “Nos contratan otras universidades, diputaciones, museos, ayuntamientos o empresas. Somos competitivos porque no hacemos presupuestos especulativos, solo para cubrir gastos y poder generar ingresos para los investigadores”, apunta el coordinador del equipo.

El equipo combina diversas tecnologías —todas en 3D— para obtener “la mayor cantidad de información sin intervenir en un yacimiento”, tal y como explica Lagóstena. Con los drones —habitualmente, el primer paso de trabajo—, los investigadores ya son capaces de identificar áreas de interés que son visibles a vista de pájaro y geoposicionar el área de trabajo. Los georradares —tienen hasta cinco diferentes— trazan los itinerarios urbanos que esconde la tierra a una profundidad de hasta cuatro metros. Con los magnetómetros —ya cuentan con dos, que van a ampliar con dos más— averiguan todos aquellos lugares en los que hubo combustión en el pasado, como una necrópolis o un centro de producción cerámica. Y los sismógrafos y tocógrafos —sus próximas adquisiciones— les permitirán llegar hasta oquedades muy profundas, reconstruir niveles geológicos e incluso diferenciar lo natural de lo humano.

Lagóstena guarda el descubrimiento del puerto de Doña Blanca como una de sus grandes satisfacciones, pero en estos cinco años ha habido más. Después de años de investigaciones propias en la desaparecida Hasta Regia, la unidad fue capaz de reconstruir el trazado completo de esta importante ciudad romana. El interés creado en torno a este yacimiento por explorar llevó al Parlamento de Andalucía a aprobar el pasado mes de julio una propuesta por unanimidad para iniciar las conversaciones con el propietario de los terrenos para su adquisición. El trabajo de los investigadores de la UCA no solo ha servido para añadir información sobre cómo era la distribución urbana del emplazamiento, sino que es de utilidad para marcar las áreas de protección necesarias de un yacimiento o las posibilidades más adecuadas de gestión, ya que permite saber los puntos concretos donde se encuentran los edificios clave para excavar.

“En historia necesitamos información. La arqueología de excavación es cara y determinadas fuentes de información están agotadas. Este es el futuro”, asegura el coordinador de la Unidad de Geodetección, integrada en el Instituto de Investigación Vitivinícola y Agroalimentaria (IVAGRO) de la UCA. Además, el profesor defiende que esa capacidad para conocer más datos, en menos tiempo y con menos coste hace posible abordar investigaciones territoriales más amplias en las que cobran peso la interpretación del territorio, el paisaje y la interacción con ellos, por medio de la agricultura o la gestión del agua, que se daba en el pasado. “Creamos bancos de información de las experiencias del pasado. Todas las sociedades preindustriales eran sostenibles por fuerza, si recuperas cómo funcionaban, vas en esa línea necesaria en el presente. La historia tiene que servir para algo, yo no soy un lujo y soy útil desde el conocimiento”, remacha el profesor Lagóstena.


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