El pelo de gato no se tira al cubo marrón. Esas hebras que, en forma de bola, se reproducen incontroladamente por toda la casa son materia orgánica, sí, pero no se reciclan en el mismo lugar que una piel de plátano. Enfrentados a esta tesitura los confiados dueños de gatos fallan. También dudan ante cuestiones más sencillas, como dónde depositar el bote de champú del perro o los excrementos del gato.
Ser ducho en esta materia puede reducir la huella ambiental asociada al cuidado de las 13 millones de mascotas registradas, según datos de la Red Española de Identificación de Animales de Compañía. Un impacto que también se puede minimizar si somos cuidadosos con los productos que compramos y con el alimento que elegimos. A continuación, te ofrecemos claves para mejorar.
Reciclaje. Dónde tirar cada residuo
Envases, arena, pelo, juguetes… La parte más accesible y sencilla de este camino hacia la sostenibilidad es tirar en el cubo correcto los desperdicios y objetos en desuso de nuestras mascotas. Estos son algunos de los desechos más comunes:
Bolsas de alimentos. Las bolsas de pienso y comida animal suelen estar fabricadas de plástico. Hay que tirarlas al contenedor amarillo, el lugar correcto para envases de plástico, briks y latas.
Excrementos. Como indica Acierta con la orgánica, la página web del Ayuntamiento de Madrid para el reciclaje de la materia orgánica, los excrementos no se deben tirar nunca al cubo marrón, ya que contienen microorganismos que perviven tras el proceso de compostaje y comportan riesgos sanitarios. Las deposiciones caninas hay que recogerlas siempre con una bolsa y tirarlas en el cubo gris con tapa naranja, la basura normal, también llamada fracción resto. Sucede lo mismo con las heces de gato, pero conviene separarlas antes de la arena del cajón.
Pelo. Siguiendo la lógica anterior, el pelo de los gatos (o de los perros) tampoco es reciclable en el cubo marrón, ya que cabe la posibilidad de que en él hayan anidado parásitos o permanezcan sustancia químicas derivadas de tratamientos higiénicos o veterinarios. De la misma manera que las pelusas que recogemos con la escoba, este residuo se tira al cubo gris.
Arena. Como ya se ha mencionado, lo idóneo es retirar las deposiciones del animal de la arena y tirarla después al cubo gris en una bolsa cerrada. Tampoco se debe echar por el inodoro, ya que este material no se disuelve de manera inmediata y puede causar atascos en las tuberías.
Collares antipulgas. Los collares antipulgas no pueden arrojarse en los cubos convencionales. “Tampoco se deben verter en cursos de agua, puesto que podrían resultar peligrosos para los peces u otros organismos acuáticos”, comenta Víctor Algra, veterinario clínico y divulgador en la web UnVeterinario y redes sociales.
Juguetes. Los juguetes que usan los animales, como un ratón de plástico o una pelota de goma, se pueden llevar a un punto limpio o depositarse en el cubo gris.
Envases de productos de limpieza. Los botes de champús animales van al contenedor amarillo.
Restos de comida animal. La comida sobrante se tira al cubo marrón, el destinado a materia orgánica.
Jaulas. La jaula metálica de un pájaro hay que llevarla a un punto limpio. En su defecto la podremos tirar al cubo gris, el contenedor de restos. Lo mismo sucede con un acuario de cristal.
Serrín. Como indica aciertaconlaorgánica.com, la página web del Ayuntamiento de Madrid para el cubo marrón, el serrín suele contener productos químicos o sintéticos que dificultarían el reciclaje de la materia orgánica. Su sitio por tanto está en el cubo gris.
Compra. En busca de productos más sostenibles
El reto de cuidar a un animal doméstico de forma sostenible implica mirar la etiqueta de los productos que compramos para conocer su procedencia. En los últimos años han proliferado empresas que venden comederos y bebederos hechos con plástico reciclado. Es el caso de la compañía murciana Gaun, que fabrica accesorios con residuos recuperados y bioplástico. En el mundo de los gatos, Catit distribuye rascadores elaborados con cartón reciclado; y la empresa Duvo fabrica areneros a partir de botellas PET, las mismas que se depositan en el contenedor amarillo. Para felinos, y también para perros, ya se comercializan correas que incorporan lana en vez de compuestos sintéticos.
Una usuaria que cuida sus decisiones de compra es la psicóloga Camila Castellanos, guatemalteca de 31 años y residente en el madrileño barrio de Ventas. Es la madre adoptiva de Hugo, un jerbo de color pardo que acogió en 2019. El roedor mordisquea todos los juguetes que caen en su terrario y los convierte en viruta, por lo que Castellanos presta especial cuidado cuando adquiere juguetes para su mascota. Elige aquellos fabricados con materiales orgánicos, como el cáñamo o la lana. “Aunque su juguete favorito son los portarrollos de cartón de papel higiénico o de cocina. Cuando los destroza los llevo al contenedor azul. Es una forma de reutilizar”, comenta. Para el comedero del ratón optó por uno hecho con vidrio y cerámica.
Por su parte, Sánchez, el orgulloso dueño de Caruso, asegura que no ha hallado demasiada oferta de productos sostenibles para su gato. La mayor parte de los que posee son de plástico. “Excepto un palo de madera que acabamos de comprar y le vuelve loco. No sé qué tiene”, se sorprende.
En cuanto a las compras necesarias para la evacuación de nuestras mascotas, existe una amplia oferta de arenas para el cajón de los gatos. Las convencionales se elaboran a base de arcilla (sepiolita o bentonita), cuya extracción implica erosión y un notable impacto ambiental. Otra opción es la arena de sílice, que incorpora desodorantes y colorantes. Pero quizá la más verde sea la arena biodegradable, compuesta de materiales orgánicos como maíz, trigo, cáscaras o papel de periódico recuperado. Los dueños de los perros tienen a su disposición bolsas biodegradables o compostables para recoger los excrementos.
Alimentación. Una manera de reducir la huella de carbono
Al igual que los humanos, las mascotas también arrastran diariamente una huella de carbono que refleja la cantidad de gases invernadero que emite según su estilo de vida. Para estos animales, generar más o menos CO₂ depende en gran medida del tipo de alimentación que su dueño le suministre.
Solo con la elección del pienso la diferencia puede ser abismal. Si se opta por uno compuesto a base de ingredientes de origen animal, como el búfalo o la ternera, un perro de unos 30 kilos puede emitir casi 600 kilos de CO₂ al año. Pero si se elige uno fabricado con salmón o pollo, la huella podría alcanzar hasta los 150 kilos de CO₂. Estos datos, publicados por la Universidad de Alcalá de Henares en 2020, también son extrapolables a la alimentación gatuna. Un felino de cuatro kilos genera hasta 18,50 kilos de CO₂ anualmente si consume pienso sostenible y 78,34 kilogramos si consume el más contaminante.
Según explica el experto Algra, hay certificados que avalan los productos y sus estándares. Algunos son el sello True Zero Waste, que persigue el objetivo de cero residuos; el LEED del US Green Building Council, que reconoce mundialmente los logros en materia de sostenibilidad de las fábricas; o la iniciativa Ellen MacArthur Foundation’s New Plastics Economy, que impulsa el uso de envases reciclables y la reducción de la utilización de plásticos.
Algunos dueños incorporan también en la dieta de sus mascotas alimentos que ellos mismos comen. Es una buena idea para aprovechar productos que se desperdician habitualmente en casa. Por ejemplo, la zanahoria cruda para el perro y cocida para los gatos. ¡Ojo! Consulta antes a tu veterinario: cada animal necesita una cantidad concreta de nutrientes y determinados tipos de alimentos pueden ser perjudiciales para su salud.
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