La situación de Irlanda del Norte dentro de la nueva realidad que suponía el Brexit era el problema más complicado de resolver para Londres y Bruselas, casi un nudo gordiano. La República de Irlanda, miembro de la UE, se convertía en la nueva frontera externa del Reino Unido tras la salida de la UE. ¿Cómo proteger el mercado interior sin imponer una separación física en medio de la isla de Irlanda? Parte fundamental del Acuerdo de Viernes Santo de 1998, que puso fin a décadas de violencia sectaria, fue crear la ficción de que solo había un territorio irlandés, sin controles ni limitaciones de paso. Todavía resulta llamativo, al recorrer la carretera que limita con ambas realidades, que las señales cambien de kilómetros a millas o los cafés se paguen en euros o libras, dependiendo de dónde se pare a descansar. Evitar fronteras era la solución perfecta para que los irlandeses de todas las sensibilidades se sintieran en casa.
El Protocolo de Irlanda del Norte, la fórmula acordada por el Reino Unido y la Unión Europea para preservar lo alcanzado con el fin de la violencia, fue retener a Irlanda del Norte dentro del mercado interior y el espacio aduanero comunitario. Así, los controles tras el Brexit no se realizarían entre las dos partes de la isla, sino en el mar de Irlanda, que la separa de Gran Bretaña.
¿Cuáles fueron las consecuencias prácticas del protocolo?
A partir de la entrada en vigor del protocolo, todos los productos que viajaran desde Gran Bretaña —Inglaterra, Escocia y Gales; si se le suma Irlanda del Norte, pasa a denominarse el Reino Unido— a Irlanda del Norte, o viceversa, debían someterse a los controles aduaneros, sanitarios y fitosanitarios correspondientes. En la práctica, aumentaron los trámites burocráticos y los costes operativos de aquellas empresas británicas que comerciaban con el territorio norirlandés. Por ejemplo, las grandes cadenas de supermercados (Sainsbury´s, o Tesco) no podían llevar ya en una misma carga paquetes de galletas y carne fresca a Belfast o Londonderry, porque ambos productos exigían inspecciones separadas. Fue la llamada “guerra de las salchichas”, porque los controles sanitarios dificultaron la llegada a las estanterías de un producto tan habitual en el desayuno británico. No es que Irlanda del Norte, con abundante ganadería local, se quedara sin suministro, pero aquella crisis fue la señal de que el principal problema del Brexit seguía siendo un problema.
Londres lleva más de dos años retrasando su compromiso de dotar de infraestructura y personas a los controles aduaneros que, sobre el terreno, deben estar en los puertos y superficies logísticas norirlandesas (la frontera del mar de Irlanda es más bien una metáfora). Es un modo informal de rebajar la tensión, a base de no cumplir con lo pactado.
¿Cuáles han sido las consecuencias políticas?
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La comunidad protestante de Irlanda del Norte, siempre susceptible ante cualquier movimiento de Londres, comenzó a entender que el entonces primer ministro, Boris Johnson, en su ímpetu por lograr el anhelado Brexit, había negociado para los norirlandeses condiciones distintas a las del resto de los británicos, a pesar de que no dejara de negarlo. Los unionistas, leales al Reino Unido, consideraron el protocolo una nueva traición. Resurgió en Belfast y Londonderry, dentro de los barrios protestantes, una violencia callejera como no se había visto en décadas. El principal partido unionista, el DUP, se desmarcó de los incidentes, pero no hizo nada por mandar un mensaje de calma. Al revés, tomó la bandera del agravio para agitar aún más la situación. Sus dirigentes exigieron que el protocolo fuera anulado por completo y amenazaron con boicotear las instituciones norirlandesas de autogobierno surgidas del Acuerdo de Viernes Santo. El “principio del consentimiento”, parte fundamental de aquel acuerdo, imponía el cogobierno en Irlanda del Norte. Sin la voluntad de protestantes y católicos, el día a día del Ejecutivo o el Parlamento se veía paralizado.
¿Qué avances ha logrado Sunak?
Los detalles finales del nuevo acuerdo alcanzado entre Londres y Bruselas se han guardado bajo siete llaves. Horas de negociaciones, sin embargo, han permitido a Downing Street afirmar que se han logrado concesiones por parte de la UE que nunca obtuvieron los equipos negociadores de los ex primeros ministros Boris Johnson o Liz Truss.
Los productos que viajen desde Gran Bretaña a Irlanda del Norte, o viceversa, sin que su destino final sea la República de Irlanda o el continente, serán canalizados a través de las llamadas “líneas verdes”, y los controles aduaneros serán mínimos o inexistentes. Todas las demás mercancías viajarán a través de “líneas rojas” y deberán someterse a los controles aduaneros, sanitarios o fitosanitarios impuestos por el protocolo.
El primer ministro británico, Rishi Sunak, habría logrado que todo lo relacionado con el IVA o con subsidios estatales a empresas de Irlanda del Norte quede bajo el control de Londres, y no de Bruselas. El Parlamento Autónomo de Irlanda del Norte, la llamada Asamblea de Stormont, lograría tener voz y votos previos —con limitación— ante cualquier cambio en la legislación o normativa comunitaria que afectara al territorio.
Finalmente, el papel del Tribunal de Justicia de la UE como supervisor del cumplimiento de las normas del Mercado Interior dentro de Irlanda del Norte se verá reducido. Será la última instancia en aquellos casos en los que los tribunales locales no hayan sido capaces de solucionar el conflicto legal.
¿Cómo se acercó el riesgo de una guerra comercial?
El Gobierno de Boris Johnson utilizó siempre el Brexit como la bandera a la que aferrarse para lanzar una cortina de humo sobre otros problemas políticos. No era un objetivo, sino la batalla constante que daba su razón de ser al propio Johnson y a los euroescépticos, que habían pasado a dominar el Partido Conservador. Frente a los intentos del vicepresidente de la Comisión Europea, Maros Sefcovic ―encargado de la negociación con Londres― de hablar con políticos y empresarios norirlandeses, y de ofrecer soluciones prácticas a los problemas reales surgidos en la aplicación del protocolo, la respuesta de Londres fue beligerante. Downing Street inició los trámites legislativos de una ley que otorgaba a los ministros capacidad para alterar unilateralmente partes fundamentales del texto firmado con Bruselas.
La UE demostró su irritación ante la maniobra con la puesta en marcha de los procedimientos de sanción previstos en el Acuerdo de Retirada firmado por los dos bloques. Respondía con su propia amenaza de acciones legales. Durante un tiempo, la posibilidad de una guerra comercial entre el Reino Unido y la Unión Europea fue real, y solo a través de tiras y aflojas, maniobra de distensión y tiempo muerto, se ha suavizado un enfrentamiento que ha seguido, sin embargo, latente durante más de un año.
¿Por qué se acelera la urgencia de encontrar una solución?
En mayo de 2022, el Sinn Féin ―durante décadas considerado el brazo político de la organización terrorista IRA― logró por primera vez en la historia ser el partido más votado en las elecciones de Irlanda del Norte. En parte fue gracias al lavado de cara de la formación, y a un mensaje más pegado a las necesidades sociales de la población, y en parte por la fragmentación de la comunidad unionista a cuenta del protocolo firmado con la UE. La candidata republicana, Michelle O´Neill, tenía derecho a ocupar la silla de ministra principal del Gobierno autónomo.
El DUP, sin embargo, se encastilló, dispuesto a bloquear la puesta en marcha de los poderes legislativo y ejecutivo norirlandeses hasta que el protocolo fuera radicalmente alterado. Exigía que Irlanda del Norte tuviera voz propia en cualquier negociación o cambios en el texto, y que el Tribunal de Justicia de la UE dejara de tener un papel central en la supervisión de las reglas del mercado interior en territorio norirlandés.
El próximo 10 de abril se cumplirán 25 años de la firma del Acuerdo de Viernes Santo. El nuevo Gobierno de Sunak se empeñó en dar con una solución al problema del protocolo antes de que llegara esa fecha. La Administración del presidente estadounidense, Joe Biden ―él mismo de ascendencia irlandesa―, ha presionado a Londres con insistencia para que pusiera fin a la tensión, y en más de una ocasión ha expresado su disgusto con lo que estaba sucediendo.
Londres miró para otro lado al concluir, a finales de 2022, el límite legal para que unionistas y republicanos acordaran la formación de gobierno. Debían convocarse nuevas elecciones, pero el ministro para Irlanda del Norte, Chris Heaton-Harris, en cuyas manos está la decisión, decidió retrasar hasta un año el plazo, con el fin de ganar tiempo para alcanzar un acuerdo con Bruselas y con el DUP.
¿Por qué Sunak intenta lo que no lograron Johnson o Truss?
Sunak, un defensor del Brexit desde primera hora, se hizo con el poder en octubre del año pasado, después del catastrófico mandato de su predecesora, Liz Truss. Llegó a Downing Street con la misión de enderezar la economía y recuperar la credibilidad del Reino Unido, hundida por la fallida rebaja de impuestos cargada de ideología de Truss.
Las encuestas otorgan actualmente a la oposición laborista una ventaja de más de 20 puntos. Sunak es consciente de que parte fundamental de la estabilidad política que necesita depende de una solución para Irlanda del Norte. Mucho más pragmático y atento a los detalles que sus dos predecesores, el primer ministro se ha involucrado de lleno en las negociaciones, hasta el punto de viajar por sorpresa a Belfast para explicar su acuerdo a los partidos regionales, y hablar directamente con los distintos líderes europeos.
Más allá del ruido provocado desde la sombra por Johnson, consciente de que una victoria en este terreno de Sunak alejaría las posibilidades de su hipotética vuelta a la escena política, el primer ministro apuesta por el hartazgo de la gran mayoría de los diputados conservadores, que quieren ya una solución al problema norirlandés. Si consigue apaciguar al DUP, serán apenas tres decenas los euroescépticos que puedan intentar obstaculizar en el Parlamento la solución definitiva.
Y nadie apuesta por que Johnson, que ya demostró su debilidad a finales del año pasado al retirarse a última hora de la carrera por el liderazgo tory, acumule respaldos entre los conservadores para lanzar un desafío a toda regla al Gobierno.
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