Comúnmente, la aproximación del verano nos hace querer disponer de un tiempo libre o de una vacación, anhelamos ese periodo en el que el tiempo no tendrá sentido —un fin de semana permanente y fluido—. Teléfonos apagados, el portátil cerrado; el día regido por la marea, por así decirlo, o por los ritmos de nuestro apetito; si el viento es apto para volar una cometa o si el sol está demasiado intenso para quedarnos en la playa —cualquier cosa, que no sean las horas ni los minutos—, esto se debe a que lo que queremos es escapar del tiempo del trabajo, que es, por supuesto, el tiempo que estructura el globo. Mas, ¿ahora qué?
¿Cómo concebir la alegría de sumergirnos en el ensueño del verano, dado que durante este último año nuestras vidas han sido coreografiadas por lo que podríamos caracterizar como un sueño continuo? ¿Es el término “sueño” el adecuado para describirlo? La pregunta clave sería entonces: ¿qué pueden significar las vacaciones ahora que, como dice Hamlet, “time is out of joint”, el tiempo se ha desarticulado y hemos perdido nuestro norte? ¿Es una existencia estructurada la nueva vacación? Con un poco de adecuación y creatividad, muy probablemente el verano no vaya a ser un desastre.
Para muchas personas como Virginia Ungar —psicoanalista bonaerense y actual presidenta de la Asociación Psicoanalítica Internacional—, que acaban de iniciar su invierno en el Cono Sur y en lockdown, la perspectiva de unas vacaciones de verano, aunque distante, es un ingrediente esencial para aceptar y gestionar el riesgo. “La pandemia nos ha hecho tener que postergar la gratificación”, me dice Ungar, “la gente va a estar manejando esto durante un tiempo prolongado, queda para siempre un tipo de cuidado”. En nuestra conversación, Ungar hace énfasis en lo duro que la pandemia ha sido para los niños y adolescentes, “ellos tuvieron que aprender que son peligrosos para los adultos”, y propone que el verano “es un tiempo para reconectarnos —nos tocamos, nos besamos, nos abrazamos—, vamos a tener que sobreponernos a las condiciones y recrear una manera de vivir, de poder disfrutar de espacio libre, de tiempo libre”.
Las vacaciones son motivo de mucha anticipación, planes, expectativas y, en ocasiones, también de desilusión. El psicoanalista Miquel Bassols, de Barcelona, es de la idea de que “el inconsciente no se toma las vacaciones; de hecho, se aprovecha de ellas para trabajar más”, y recuerda que el psicoanalista Jacques Lacan solía decir que “el inconsciente es el trabajador ideal”. Las vacaciones suelen ser periodos de mucha actividad psíquica. Bassols ha observado que los efectos de ese trabajo, con frecuencia, se traducen en cambios significativos en la vida de la persona o en sus relaciones con otros, que se manifiestan al retorno. “Estas transformaciones se cocinan en el inconsciente en el periodo de más placer, de más distensión”.
Por otra parte, Bassols subraya que “las vacaciones lo confrontan a uno con expectativas que no necesariamente se pudieron satisfacer”, y puntualiza que “en la modernidad los viajes están tan planeados que ya no parecen viajes”.
Las ilusiones frustradas de Marcel Proust, al encontrar que sus lugares de asueto no son tan relajantes ni tonificantes como él esperaba, lo ponen en evidencia y me parecen incomparables. No soporta ni siquiera las habitaciones del hotel, donde la cama está en el lugar incorrecto —el correcto es donde está ubicada en su propia habitación—; lo mismo ocurre con todo lo demás. Estar de vacaciones resulta ser una pesadilla. Hasta que, por así decir, el hábito vuelve a establecerse, y Proust logra engranar la geografía de Balbec, o de Venecia, con la de su psyche. Para muchas personas es difícil tomarse vacaciones, son prohibitivas, se están acortando o se han ido fraccionando en periodos repartidos a lo largo del año —es el efecto de una crisis que ya lleva tiempo—. No obstante, este verano puede ser una ocasión para salir de una especie de hibernación que nos ha sido impuesta. La oportunidad para dejar de ser viajeros inmóviles, confinados. Puede haber decepción, pero también hay hallazgo: las mejores vacaciones son las que uno no se esperaba, “el deseo no se puede programar”, la buena vacación “no se busca, se encuentra”, resalta Bassols, parafraseando a Picasso y a guisa de despedida.
El tiempo de vacaciones podría pensarse como interludio entre dos maneras de ser y estar. Como el entreacto en una ópera, es un espacio en el que algo se suspende, “en el que el valor del silencio, como en la música, es tan importante como el de la nota”, comenta Ungar.
Este verano nos permite volver a recuperar nuestros ritmos de vida, que el coronavirus nos había desfasado, y acoplar el metrónomo al compás de nuestras cadencias. “Todos llevamos un cierto ritmo que nos organiza”, dice Ungar, “es precisamente dicho ritmo, tan arraigado en nosotros, el que se ha afectado”. Volver a sincoparlo es lo que se pone en juego en estas vacaciones.
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista
Source link