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Cómo recuperar el entusiasmo


Las Navidades y el fin de año no han sido fáciles. Es normal que fallen las fuerzas. La pandemia dura y los ánimos decrecen. El virus sigue rondando. El estrés mantenido en el tiempo puede afectar al estado de ánimo. Según el psicólogo Adam Grant, 2021 ha sido el año de la languidez. Tras el miedo y la ansiedad, llega la fatiga generalizada o la apatía.

La RAE define al lánguido como aquel que carece de fuerza, vigor o lozanía, o quien está abatido o falto de ánimo o alegría. En el campo de la salud mental, la languidez se asocia a la astenia o la dificultad para realizar tareas que, en condiciones normales, se hacen fácilmente.

Las personas que se sienten así describen que están estancadas. En la época del confinamiento notaban cierta motivación. Percibían que progresaban al aprovechar el tiempo. Pero ahora experimentan una sucesión de días donde no sucede nada en especial, como si estuvieran en barbecho.

Transmiten que han perdido ilusiones y que no disfrutan de las actividades como antes. Se notan más desconcentrados. No poder planificar a corto y medio plazo se traduce en conductas de más reclusión. Se van aislando. Solo la anhelada noche transmite algo de paz y tranquilidad. Los proyectos parecen menos realizables. Todo se deja para el día siguiente. Si uno se quiere apuntar a un curso nuevo, se frena porque lo ve inútil. Si uno tiene ganas de encontrar pareja, lo ve complicado y no queda con nadie. En definitiva, es como si a mucha gente no le gustara la vida que lleva ahora. Y esto inquieta, molesta y pone de mal humor. Pero, a pesar de todo, las personas que se sienten así continúan con la rutina del trabajo, del colegio, de los niños… Van tirando, aunque no estén al cien por cien. Pero si este estado se cronifica puede ser la antesala o factor de riesgo para un trastorno depresivo, sobre todo, en personas con mayor predisposición o vulnerabilidad. Por lo tanto, conviene tener presente una serie de indicaciones para convivir mejor con la languidez y recuperar cierto entusiasmo.

Lo primero de todo es identificarlo. Es necesario comprender que uno no es responsable de sentirse así, sino que son las circunstancias actuales las que determinan este sentimiento. Convendría contextualizarlo, ya que es una sensación compartida por muchas personas. Ponerle nombre ayuda a comunicarlo con más naturalidad. Ante la pregunta de cómo te sientes se puede responder: “Ahí vamos, tirando”. Y no fingir. Intercambiar estas impresiones legitima el malestar, sin regodearse en un lenguaje muy negativo.

Mantenerse activo y ocupado llevando a cabo hábitos saludables como el deporte, una buena alimentación, practicar la relajación y buenas conductas de higiene del sueño contribuyen a conectarse con el cuerpo desde el autocuidado.

Resulta útil organizar el tiempo dedicado al trabajo y al descanso. Centrarse en actividades de ocio que absorban la atención ayuda a perder la noción del tiempo. Esta teoría del flow la formuló Mihály Csikszentmi­hályi. Cuando se está fluyendo, se disfruta aunque uno no sea consciente de ello. Se puede experimentar leyendo un libro, cocinando, viendo una serie o corriendo.

Otra recomendación sería aferrarse a las fuentes de placer particulares. Distinguir con qué planes se está más a gusto y con cuáles no. Y ponerse en acción. Existe el derecho a incrementarlos sin sentirse culpable, dentro de las posibilidades de cada cual y con los riesgos que se puedan asumir en pandemia. No se puede vivir de espaldas a la realidad, pero no es justo quedarse bloqueado por el miedo. Hay que dedicar tiempo a reflexionar sobre los momentos de bienestar que también existen. Este objetivo se puede conseguir con pequeñas tareas, como anotar tres momentos significativos del día y destacar las fortalezas personales asociadas a ellos.

Ser agradecido es otro gesto que sirve para disminuir la languidez, así como realizar pequeños actos colaborando con otros, por ejemplo, a través del voluntariado. Estas actividades contribuyen a que salgamos de la rumiación y nos centremos en el beneficio de ser de utilidad a los demás. También puede ser provechoso ponerse un reto: apuntarse a alguna actividad formativa genera la sensación de desafío. La cultura creativa nos hace evolucionar, mientras que la cultura pasiva nos ayuda a digerir. Ambas son necesarias para sentirse bien.

Sin duda, es muy positiva la reconceptualización sobre la salud mental que se está poniendo en el debate público, social y político. Pero normalizar el derecho a verbalizar que se tiene una enfermedad mental es compatible con regularizar la legitimidad a sentirse lánguido sin tener un diagnóstico. Se puede estar pasándolo mal sin estar deprimido.

Siguiendo estas y otras recomendaciones en la misma línea, pasaremos de la languidez al florecimiento. No hay que esperar a que llegue el examen o el fin de la pandemia para sentir que la vida de ahora también merece la pena si la sacamos partido.

Patricia Fernández es psicóloga clínica en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid.

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