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Cómo se fabrica una guerra



El 4 de agosto de 1964, dos buques de guerra estadounidenses entraron en combate en el golfo de Tonkin. Durante dos horas, sacudidos por un fuerte temporal, el Maddox y el Turner Joy dispararon furiosamente. El comandante del Maddox, John Herrick, envió tras la batalla un cable a Washington en el que explicaba que, en realidad, no hubo enemigos, sino disfunciones del radar y del sonar a causa de la tormenta. Fue una batalla contra nadie. Pero el informe de Herrick permaneció en secreto. Tres días después, el presidente Lyndon B. Johnson convocó al Congreso para denunciar el ataque sufrido por el Maddox y el Turner Joy en el llamado “incidente de Tonkin”. El Congreso autorizó más bombardeos sobre Vietnam y el envío de más soldados a la zona. La publicación de los Papeles del Pentágono en 1971 permitió saber que la guerra de Vietnam había comenzado con una manipulación de la CIA y una gran mentira presidencial.

Una falsedad bien orquestada por el poder y jaleada por los medios hace maravillas

Estas cosas funcionan así. Una falsedad bien orquestada por el poder y jaleada por los medios hace maravillas. El 31 de agosto de 1939, una unidad de las Schutztaffel (SS) con uniformes polacos asaltó una emisora de radio alemana en Gleiwitz, junto a la frontera con Polonia, y emitió un mensaje en el que se animaba a la minoría polaca de la Silesia alemana a tomar las armas contra Adolf Hitler. Para que el “incidente de Gleiwitz” resultara más verosímil, las SS dejaron en el lugar varios cadáveres de prisioneros del campo de concentración de Dachau, disfrazados de soldados polacos. Al día siguiente, 1 de septiembre, Berlín reaccionó a la intolerable provocación del vecino y el ejército alemán invadió Polonia. Así comenzó la guerra más devastadora de todos los tiempos. Cuando terminó, con Alemania convertida en escombros, muchísimos alemanes seguían pensando que el conflicto lo habían provocado los polacos. Incluso después de que los detalles de la manipulación, organizada por Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich, fueran expuestos durante los Juicios de Nuremberg.
El 5 de febrero de 2003 marcó un hito en los anales de la infamia prebélica. El entonces jefe de la diplomacia estadounidense, Colin Powell, compareció ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para aportar pruebas sobre la acumulación de armas de destrucción masiva por parte del régimen de Sadam Husein. Las pruebas, dijo, eran “irrefutables e innegables”. Irak constituía un “peligro inminente” para el mundo. Ni rusos, ni chinos, ni franceses quedaron convencidos. Dio igual. En el Reino Unido, Tony Blair aseguraba que Irak disponía de misiles capaces de alcanzar Londres. “Puede usted estar seguro, y pueden estar seguras todas las personas que nos ven, de que les estoy diciendo la verdad: el régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva, tiene vínculos con grupos terroristas y ha demostrado a lo largo de su historia que es una amenaza para todos”, dijo el entonces presidente del gobierno español, José María Aznar, en una entrevista televisada.
El 19 de marzo de 2003 comenzó la invasión de Irak. Las famosas armas no existían. ¿Y qué? Colin Powell tuvo la relativa decencia de admitir, en 2005, que su informe ante la ONU constituía “una mancha” en su carrera y que los servicios de inteligencia habían mentido a sabiendas. Los otros farsantes siguen por ahí, impartiendo doctrina.
Ahora es Irán quien supuestamente lanza fantasmagóricos ataques contra petroleros occidentales y moviliza guerrillas remotas para amenazar la paz mundial. Estemos atentos: a ver qué mentira escuchamos esta vez.


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