Álvaro Morata fue el blanco fácil al que apuntar después de las dudas que despertó España al arrancar la Eurocopa. El equipo no carburaba ni encontraba rutas hacia el gol, responsabilidad que se atribuye a futbolistas como el de la Juve. Negado de cara a puerta, denunció el acoso que sufrió en las redes y en la calle, maltratado por parte de su afición. Frente a Italia fue la cara y la cruz. El hombre más criticado de la Roja le tiró el flotador al país para firmar la prórroga pero falló el penalti en la tanda que acabó con el sueño colectivo.
La eterna historia de Morata, capaz de pasar de la gloria al desastre en un santiamén. Con el 1-1 se ganó de repente la confianza de toda España. Engañó con un simple toque a Donnarumma, vencido ante la simpleza del remate. Al primer palo, sin necesidad de adornarse. Sin pensar demasiado. Quizá la mejor receta para un delantero que encuentra la inspiración sin filigranas de por medio. También cuestionado en Italia, entendió que no había mejor día para sacar pecho que ante el combinado transalpino.
En el momento de la verdad, sin embargo, volvieron a aparecer los viejos fantasmas de siempre. En la tanda de penaltis erró el tiro que dio alas a Italia para firmar su presencia en la final de la Eurocopa. Jorginho puso la rúbrica. Con Morata empezaron y terminaron las expectativas de España en Wembley, un estadio en el que el ariete de la Juve evidenció que no ha despejado todas las dudas que general.
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