Con ustedes, la prórroga del siglo


Medio siglo. Cincuenta años han pasado y su recuerdo perdura en la historia como el mejor Campeonato del Mundo de todos los tiempos. El Mundial eterno. Perpetuo. Infinito. El Mundial del Brasil de Pelé. O lo que es lo mismo, el de los cinco dieces reunidos por el seleccionador Mario Zagallo en una delantera mítica: Jairzinho-Gerson-Tostão-Pelé-Rivelino.

México 70 —celebrado entre el 31 de mayo y el 21 de junio— es mucho más que el Mundial del equipo más rutilante jamás visto, según los grandes expertos. Es, también, el del denominado Partido del Siglo. La semifinal entre Italia y Alemania que se resolvió en una prórroga con cinco goles. El agónico triunfo de los azzurri (4-3) evitó el trance de la moneda al aire, mientras un estelar Franz Beckenbauer abandonaba el estadio Azteca con un brazo en cabestrillo. España se quedó en casa, relegada por Bélgica y Yugoslavia en la fase de clasificación.

Este torneo siempre será evocado por ser la competición de las grandes innovaciones reglamentarias y tecnológicas, además de por las propias hazañas futbolísticas: los 10 goles de Gerd Müller; los siete de Jairzinho, uno por partido; la parada del inglés Gordon Banks y el descubrimiento de un joven de 21 años llamado Teófilo Cubillas… a quien Pelé nombró su sucesor in situ. La apuesta generalizada por el fútbol de ataque, incluso en las selecciones de un nivel medio, lo convierte en el torneo más prolífico de los últimos 60 años con una media de casi tres goles (2,97) por partido: 95 en 32 encuentros.

El peruano Teófilo Cubillas (71 años) y el uruguayo Víctor Espárrago (75) protagonizaron buena parte de la fábula de esa Copa y ratifican desde su rica experiencia internacional que fue el Mundial por excelencia. Cubillas presume de jugar tres y de haber presenciado en directo “toditos los demás y nunca hubo uno como aquel”. “No solo era Brasil, que ya era mucho”, añade telefónicamente el peruano, “era Alemania con media docena de jugadores de categoría mundial. E Inglaterra, Italia… La cantidad y la calidad de los jugadores eran bárbaras. Y los partidos. Puro fútbol. Calidad. Goles. Y una estrella en el pedestal por encima de todos los demás: Pelé. Para mí fue un honor enfrentarme a él en ese partido de cuartos y más honor aún que después me citara como su sucesor. Palabras mayores”.

Desde Miami, donde ahora reside, Cubillas no necesita preguntas. “¿Qué cómo eran los brasileños de cerca? Como se los imagina uno por su calidad. La zurda de Rivelino era única. La velocidad de Jairzinho, tremenda. Para los peruanos pelearles el partido fue el mayor premio que pudimos tener. Lástima que no nos encontráramos un poco más adelante, en semifinales. Brasil fue un digno campeón. Ganó con categoría, con clase. Estaba sobrado. Daba la sensación de que si necesitaba marcar cinco goles, lo hacía”.

Pelé. El 10 por excelencia. Su luz nunca dejó de brillar y a su alrededor todos lucieron más. Llegó a México a punto de cumplir los 30 años y convencido de que era su última oportunidad para firmar la trilogía de títulos. No defraudó a nadie. Para sus compañeros era simplemente: O rei. Fue su consagración. Marcó cuatro goles y tuvo implicación en la mitad de los tantos de Brasil con asistencias. En la final se agigantó. Una diana y servicios de gol a Jairzinho y Carlos Alberto.

Trascendió por todo lo que hizo y también por lo que se quedó en el camino. Como aquel balón que levantó al portero checo Viktor desde el círculo central, todavía en su campo, y se marchó fuera por un dedo. El gol que no fue. O el cabezazo picado que le sacó el portero inglés en la parada del torneo. “Yo marqué el gol, pero Banks lo paró”, diría el genio brasileño. O la finta-regate con el cuerpo dejando pasar el balón que hizo al meta uruguayo Mazuerkiewicz. Su remate cruzado con la derecha abanicó el poste.

Eliminado Perú en cuartos de final, en las semifinales Brasil se encuentra con Uruguay. Duelo de campeones del mundo con el Maracanazo de 20 años antes en el subconsciente de todos los brasileños. Y, más aún, cuando Cubilla adelantó a la celeste. Víctor Espárrago formaba parte de aquel elenco. Luego hizo larga carrera en España como jugador del Sevilla y del Recreativo en los 70, seis años, y 15 como entrenador en media docena de clubes de LaLiga. En algunos con doble etapa.

Espárrago marcó el tanto a la URSS en la prórroga que dio el pase a semifinales a los suyos. Desde su Montevideo natal asegura que solo con cerrar los ojos aquellas experiencias se le amontonan en la retina. “Son recuerdos imborrables. Uruguay quedó cuarto y no le dimos ninguna importancia. Perdimos ante la mejor selección de todos los tiempos. El mejor equipo que yo vi jamás. Con sus individualidades, pero funcionando como un equipo”.

Como entrenador tiene una explicación táctica sobre cómo y por qué los cinco dieces podían jugar juntos. “Jairzinho realmente era un extremo derecho y allí se puso. Había que poner un 10 de 11 y Rivelino, que era zurdo y de un perfil bajo, se tiró a la izquierda. Gerson retrasó su posición, pero le favoreció. Futbolísticamente era quien mandaba en el equipo, aunque Pelé fuera la estrella, el líder espiritual. Gerson les gritaba a todos. Desde abajo se veía y escuchaba claro. Tostão, que también era de perfil bajo, muy habilidoso, se adaptó a esa posición intermedia. Todos aceptaron su posición como buenos profesionales. Ese fue su triunfo”.

A Espárrago tampoco se le olvida que el escenario de la semifinal entre Uruguay y Brasil se cambió a última hora. “Eso no ha pasado nunca en la historia de los Mundiales. Teníamos que haber jugado en el Azteca, en México D. F. Nosotros estábamos ya de camino desde Puebla cuando en el ómnibus nos dicen que se juega en Guadalajara, donde ellos habían estado concentrados. Nada que ver la altitud ni el calor. Nadie explicó por qué se hizo aquel cambio, pero fue para favorecerles. João Havelange [el dirigente brasileño que entonces presidía la FIFA] mandaba mucho”.

Cuatro años después, en Alemania 74, Uruguay, también con Espárrago, se enfrentó a la gran Holanda, 2-0 para los de Johan Cruyff. Nadie mejor para comparar a las dos selecciones que marcaron una época con sus distintos estilos de juego. “Holanda era una máquina perfecta y sincronizada. Debió ganar ese Mundial. Era otro juego diferente del de Brasil. ¿Quién hubiera ganado en un imaginario partido entre ellos? Hubiera sido lo más de lo más, pero no se dio y es imposible averiguarlo. El Brasil del 70 era más alegre y vistoso, pero aquella Holanda podría haberlo hecho daño con su ritmo de juego y su táctica del fuera de juego. A nosotros nos dejaron en una misma jugada a cinco fuera de acción”.

Los elogios de los rivales hacia la canarinha coinciden plenamente con la versión periodística del momento. Realizó una preparación perfecta. Nada quedó al azar. Dos meses concentrados. Hizo mucho hincapié en la preparación física, su gran déficit en la cita anterior de Inglaterra 66. “Entrenábamos como un ejército”, confesaron los jugadores, no acostumbrados a una disciplina militar en esa faceta. El fruto de ese trabajo le permitió el lujo de tener un once titular base. Zagallo alineó el mismo equipo en el primer partido contra Checoslovaquia que en la semifinal y en la final. Un bloque que defendía atacando. La ocupación de los espacios de los cinco dieces del centro del campo hacia delante era incomparable. Para muchos críticos eran realmente cuatro. Jairzinho siempre había sido extremo derecho, aunque en Botafogo en esos tiempos jugara como segundo delantero. El dibujo táctico de Brasil hacía discutir a los especialistas. Por momentos era un 2-4-4, en posición ofensiva. El 4-3-3 se dejaba ver en muchos momentos de los partidos y a la hora de defender la obligación era colocarse en el clásico 4-4-2, con Jairzinho y Rivelino en las bandas. Pelé y Tostão quedaban siempre liberados. Era un puzle formado para tener el balón y atacar. Uno de los dos centrales, Piazza, realmente era mediocentro. Carlos Alberto arrancaba desde la divisoria. Clodoaldo, 21 años, barría su zona central.

Individualidades más colectivo. Brasil dominaba todas las artes. Desde el balón parado, un tercio de sus goles, a las acciones personales y un juego gregario en el que el balón era la pieza fundamental. Jugaba en corto y en largo. Mezclaba las circulaciones largas con las salidas rápidas y en la última media hora era imparable. En esos minutos cimentó sus victorias ante Checoslovaquia, Inglaterra, Uruguay e Italia.

Luiz Pereira hizo historia en el Atlético de Madrid. Llegó en 1975, justo un año después del Mundial de Alemania, donde jugó seis partidos. Cuatro años antes, en México 70, jugaba en el Palmeiras y tiene bien presente que su país ganó el título el día de su cumpleaños: 21 de junio. “Fue una locura. Yo me lancé a la calle como un aficionado más. No debuté en la selección hasta 1973. Jugué 33 partidos hasta 1977 y para nosotros esa selección fue un ejemplo. La perfección en el fútbol no existe, pero aquel equipo era casi perfecto. ¡Hasta defendimos bien!”

Todos los partidos televisados y se estrenan las tarjetas

Ninguno de los ochos Mundiales anteriores tuvo tantas novedades como el azteca. Aunque el Mundial de Suiza 1954 tiene el honor de ser el primero en el que la televisión hizo acto de presencia, es México 70 el primero que permite ofrecer todos sus partidos en directo y en color por satélite.

También aparecieron las tarjetas amarillas y rojas después de la violencia practicada por algunas selecciones en el Mundial de Inglaterra 66 y la poca claridad para los aficionados que contemplaban las amonestaciones verbales de los árbitros a los jugadores. Curiosamente, no hubo ninguna expulsión. La primera amarilla mundialista se vio en el partido inaugural entre México y la URSS y fue para el lateral derecho visitante Asatiani.

Los equipos, además, podían hacer ya dos sustituciones cada uno de entre los cinco suplentes en el banquillo. El primero sucedió en el descanso del primer encuentro. Y fue otro jugador soviético: Puzach entró por Serebrjanikov.

Después de cinco Mundiales en Europa (Italia, Francia, Suiza, Suecia e Inglaterra) y tres en el continente sudamericano (Uruguay, Brasil y Chile), el campeonato llegaba a Norteamérica. La altitud de la mayoría de sus sedes y el calor con tres horarios distintos de partidos fueron sus señas de identidad. Entre los conjuntos participantes, uno africano, otro asiático… y uno en guerra. Nunca hasta esa cita habían coincidido una selección africana y una que hubiera disputado la fase de clasificación de Asia y Oceanía. Marruecos e Israel rompieron moldes. La clasificación de El Salvador para la fase final vino precedida de un tinte dramático acaecido en las semifinales contra Honduras en la fase previa. Tras el partido de desempate se originó lo que se denominó la ‘guerra del fútbol’. Evidentemente, los incidentes en el césped no fueron el motivo de la contienda bélica. Las tropas salvadoreñas invadieron el país vecino y aunque oficialmente la contienda duró cuatro días (14-18 de junio de 1969), hasta 10 años después no se firmó el tratado de paz.

En el campo, un balón de diseño. Adiós a los esféricos marrones de 18 gajos. México 70 significó un avance sin precedentes en todo lo relacionado con la pelota, bautizada por Adidas como Telster por el satélite lanzado al espacio en los años 60. Nueva materia prima de cuero revestido con poliuretano, material sintético flexible y un diseño innovador con 20 hexágonos blancos y 12 pentágonos negros para su mejor visibilidad en televisión.

Y otro apunte para la historia. Por primera y única vez, los cuatro semifinalistas (Brasil, Italia, Alemania y Uruguay) eran campeones del mundo.


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