Concierto en las barricadas de la Ópera de Odesa

Concierto en las barricadas de la Ópera de Odesa

Ivan está en shock. Dice que no lo puede definir de otra manera. “Me despierto y todavía no me lo creo. Estamos en guerra. Rusia nos está atacando”, dice. El joven de 21 años, alto, fornido y de sonrisa fácil, forma parte de la orquesta de las fuerzas navales ucranias. Toca el trombón y se ha reunido con sus compañeros para un pequeño concierto frente al barroco edificio de la Ópera y Ballet de Odesa, fortificado con sacos de arena. Música entre las barricadas que protegen el corazón de la ciudad portuaria de los ataques del Ejército de Vladímir Putin y que junto a los militares dan a todo un color de película de la II Guerra Mundial.

Odesa espera un ataque inminente de las fuerzas rusas, que avanzan por el flanco sur y ansían conquistar toda la costa. La ciudad trata de blindarse y de fortalecer la resistencia civil. También de animarla al ritmo del himno nacional de Ucrania y de Don’t worry be happy, de Bobby McFerrin. Una pizca de ese humor mítico de la ciudadanía de Odesa, que ha sembrado sus calles de carteles que mandan literalmente a la mierda —a veces de formas más obscenas y otras más poéticas— a las tropas del Kremlin.

Odessa, Ucrania, centro de coordinación de ayuda para las milicias. Foto: MARÍA SAHUQUILLO

Fundada por Catalina la Grande a finales de 1700, Odesa fue la joya de la corona del Imperio ruso, y un puerto comercial clave para la Unión Soviética. Hoy es la tercera ciudad de Ucrania, con alrededor de un millón de habitantes, y un puerto estratégico del mar Negro que el Kremlin ansía conquistar. Y no solo por su importancia geoestratégica y comercial. También está anclada muy profundamente en el imaginario de Putin y de otros nacionalistas rusos como clave para la reconstrucción de la “Nueva Rusia” de la era imperial, una región a lo largo del cálido mar Negro en la que Odesa es clave.

La ciudad también es uno de los principales focos dialécticos de la ofensiva rusa contra Ucrania y de su operación para “desnazificar” el país. En la primavera de 2014, grupos organizados de separatistas prorrusos apoyados por el Kremlin tomaron edificios oficiales y lanzaron disturbios en todo el este y varios puntos del sur del país. En Odesa, ultranacionalistas ucranios y hooligans violentos de fútbol se enfrentaron contra los participantes de una marcha separatista. Las batallas campales callejeras acabaron con 48 muertos, la gran mayoría en el incendio de un edificio sindical, a las afueras de la ciudad; la mayoría eran prorrusos. El caso aún está bajo investigación, pero no se ha avanzado apenas.

Poco antes de ordenar la invasión, Putin recordó lo sucedido en la casa de los sindicatos y aseguró que estaba preparado para hacer todo lo posible para castigar a los responsables de aquella tragedia. “Los criminales que cometieron este acto perverso no han sido castigados. Nadie los está buscando, pero los conocemos por su nombre”, dijo.

La tragedia es un enorme “punto negro” en la ciudad, dice Katia Salvina, una joven estudiante de Ingeniería. Es 8 de Marzo, Día de la Mujer, y su novio, Valeri, le ha regalado un ramo de tulipanes anaranjados. Un toque de “normalidad y de tradición” en una guerra que ha cumplido ya 13 días, dice el chico. La pareja, de 22 años, cuenta que nunca les había interesado la política y que veían a Rusia, donde tienen amigos y familiares, como un país cercano. “Ya no más. Quizá no es toda Rusia, es Putin, pero lo que están haciendo aquí es criminal”, dice Valeri, mientras niega con la cabeza. Quiere apuntarse a las Fuerzas de Defensa Territorial para proteger las infraestructuras críticas de la ciudad, pero las brigadas de Odesa se llenaron dos días después de la invasión. Ahora hay lista de espera.

Hace unos días, el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, aseguró que el Gobierno tenía información de que Rusia atacaría la ciudad con fuerza muy pronto. “Los rusos siempre han venido a Odesa”, dijo en uno de sus videomensajes. “En Odesa siempre han sido recibidos con calidez. Siempre con sinceridad. ¿Y ahora qué? ¿Bombas contra Odesa? ¿Artillería contra Odesa? ¿Misiles contra Odesa? Será un crimen de guerra. Será un crimen histórico”, alertó.

Las fuerzas de Putin avanzan por el sur, se han hecho ya con la ciudad de Berdiansk, en el mar de Azov, y la de Jersón, una importante ciudad del mar negro. Ahora bombardean y asedian Mikolaiv, otra relevante ciudad portuaria y la pieza del rompecabezas que les falta para solidificar un ataque contra Odesa y que podría servir incluso como otra lanzadera de desembarco anfibio para la invasión de la perla del mar Negro. El Kremlin ha situado además buques de guerra en las costas, amenazando la ciudad.

Odesa, que presume de ser una ciudad artística y que también tiene fama de ser hogar de estafadores y mafiosos, está preparándose para la ofensiva. Los coquetos cafés de la ciudad están cerrados, las playas, minadas. Las calles aledañas al centro, con un aire entre romántico y decadente, casi vacías. Hay una barricada casi en cada esquina y la ansiedad ante un bombardeo mayúsculo crece cada minuto.

En el centro de la ciudad, en un mercado gastronómico de moda, se ha instalado el cuartel general de la resistencia civil. Allí, Inga Kordonovska, una abogada y empresaria de 30 años, coordina grupos de voluntarios que recopilan productos de primera necesidad, medicinas y comida para las milicias ciudadanas. La idea nació el día de la invasión, en el grupo de Telegram que tiene con sus amigas. “No sabíamos qué hacer, cómo contribuir, así que empecé a preguntar qué se necesitaba, a hacer listas y todo ha derivado en esto”, comenta entre cajas de comida enlatada y botellas de agua, en el moderno patio de comidas, decorado con un enorme dragón rojo de estilo oriental, que ofrecía champán, ostras y que presumía de tener uno de los mejores cafés de la ciudad. Ese grupo de Telegram se ha convertido ahora en decenas de canales que coordinan la resistencia civil de Odesa, intercambian peticiones y organizan la logística de preparar 8.000 comidas al día, cuenta Kordonovska

En las barricadas del icónico edificio de la Ópera, Grigori Barats, director de un histórico club cultural de Odesa, lleva el ritmo con los pies y con la cabeza al ritmo de la música folclórica que inunda el ambiente. No puede contener la sonrisa. A su lado, un dúo toca la guitarra y el acordeón y canta sobre la “madre Odesa”: “Hay muchas ciudades en el mundo. Pero no hay ciudad más hermosa de Odesa. Estoy dispuesto a dar mi vida por ella. Y si no, que me cuelguen”.

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