A finales de febrero, poco después de comenzar la guerra en Ucrania, el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, compareció solemnemente en televisión y dijo que había “envejecido 10 años en los últimos cuatro días” por las presiones para que su país ―casi el único de Europa que rechaza sumarse a las sanciones― se alinease con el resto de Occidente ante la invasión. Tres meses después de aquel “estos días son una pesadilla para mí y me alegra que la gente no lo vea”, Vucic debe de estar perdiendo otra década.
La visita al país balcánico del ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, prevista para este lunes y martes, se ha vuelto “excepcionalmente complicada” a causa de las represalias occidentales por la guerra, ha admitido este domingo la primera ministra, Ana Brnabic. Bulgaria, Macedonia del Norte y Montenegro no dan permiso al avión ruso para sobrevolar su espacio aéreo, según el diario serbio Danas. Belgrado ha condenado la agresión rusa en la ONU, pero se niega a secundar las sanciones, en un acto de malabarismo político como el que aplicó con éxito el año pasado, al comprar vacunas contra la covid tanto a las potencias occidentales como a Rusia y China. La visita el próximo viernes del canciller alemán, Olaf Scholz, también está ahora en el alero.
El presidente, un populista pragmático reelegido el pasado abril con mayoría absoluta, ejemplificó recientemente su juego a varias bandas en apenas 48 horas. El pasado día 5 anunció eufórico que había pactado por teléfono con el presidente ruso, Vladímir Putin, prorrogar tres años la compra de gas natural a Rusia a precio reducido. “Es de largo el mejor acuerdo de Europa”, subrayó. Dos días más tarde, en la jura del cargo, dejó claro ante el Parlamento que Serbia debe “ser firme en la vía europea” y que “no es políticamente neutral” porque aspira a entrar en la UE.
Aleksandar Vucic, durante la jura del cargo en el Parlamento, el pasado martes.MARKO DJURICA (REUTERS)
Antes de la invasión, Serbia gozaba de buenas relaciones con Ucrania, uno de los alrededor de 100 países de la ONU que no reconoce la independencia de Kosovo, declarada unilateralmente en 2008. Pero sus lazos históricos, políticos y económicos con Rusia son mucho más potentes. El principal: la garantía de veto a la entrada de Kosovo en la ONU que supone el asiento permanente de Moscú en el Consejo de Seguridad.
Serbia es además el cuarto país del mundo más dependiente del gas ruso (casi por completo), sus principales eléctricas están participadas mayoritariamente por compañías rusas y una parte notable de su población se siente vinculada a un país con el que comparte alfabeto (cirílico) y la religión mayoritaria (cristianismo ortodoxo), y con el que luchó en las dos guerras mundiales. En Belgrado, de hecho, las manifestaciones prorrusas por la guerra han atraído más gente que las proucranias, se venden camisetas con el rostro de Putin en los quioscos y se pueden ver anuncios de la petrolera nacional NIS, controlada por la rusa Gazprom, con las banderas de Serbia y Rusia enlazadas y la palabra zajedno (juntos).
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Pero Belgrado es también la capital balcánica con las negociaciones de adhesión a la UE más avanzadas, por mucho que vayan a paso de tortuga, dependan de un acuerdo previo con Kosovo y la ampliación genere hoy escaso entusiasmo en la UE. El pasado mes, el jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, lanzó un claro toque de atención: “Mantener lazos estrechos con el régimen de Putin ya no es compatible con construir un futuro común con la UE”. Dos meses antes, nueve eurodiputados del grupo liberal Renew Europe, entre los que estaba el expresidente balear José Ramón Bauzá, habían pedido a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y a Borrell el cese temporal del diálogo de ingreso y de la entrega de fondos a Belgrado hasta que “alinee sus declaraciones, políticas y valores” con las de la UE. La Unión, que en la práctica valora más la estabilidad que aporta Vucic que las denuncias de erosión democrática, es de largo el principal donante de Serbia (3.170 millones de euros en las últimas dos décadas).
Vuk Vuksanovic, investigador sénior en el Centro de Políticas de Seguridad de Belgrado y asociado en LSE IDEAS, un think tank de política internacional de la London School of Economics, considera que el liderazgo serbio se encuentra ante una encrucijada que “no sabe cómo resolver”. “Es el mismo dilema de siempre, pero potenciado monumentalmente por la guerra en Ucrania”, explica por teléfono. Según el presidente, la inversión extranjera directa se ha resentido por la negativa a imponer sanciones y “siete productores y actores estadounidenses” han rechazado rodajes en el país. El experto cree, sin embargo, que Serbia está saliendo bien parada de las presiones cruzadas: “Gana puntos al presentarse como guardián de la estabilidad en la zona” y “no hará ascos” a las iniciativas occidentales para reducir su dependencia energética de Rusia, una preocupación que la invasión ha exacerbado.
El recuerdo del bombardeo de la OTAN
En la posición serbia pesa también la memoria: la OTAN que arma estos días a Ucrania y acumula tropas en los países fronterizos es la organización que bombardeó en 1999 la Serbia de Slobodan Milosevic, en una operación sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU dirigida a impedir la limpieza étnica de los albanokosovares.
Las baterías antiaéreas iluminan el cielo de Belgrado durante uno de los ataques de la OTAN, en 1999.Agencia Reuters
Como con la visita de Lavrov, lo malo del equilibrismo es que a veces juega malas pasadas. Al comenzar la invasión de Ucrania, los tabloides serbios, que apoyan (todos) al Gobierno, eligieron titulares como “¡Ucrania ataca Rusia!” o “Jaque mate de Putin a Ucrania”. Dos meses más tarde eran “Putin apuñala Serbia por la espalda” o “Putin se olvida de los serbios y de Kosovo”. Este giro de 180 grados se explica porque, entre unos titulares y otros, el presidente ruso había tocado la fibra nacional más sensible al defender ante el secretario general de la ONU, António Guterres, el reconocimiento de la independencia de Donetsk y Lugansk (las provincias separatistas prorrusas de Ucrania) con el argumento de que el Tribunal Internacional de Justicia de la ONU concluyó en 2010 que la declaración de independencia de Kosovo no vulneraba el derecho internacional. Justamente el respeto al principio de integridad territorial ―al que Serbia concede gran importancia por Kosovo― fue central en el sí de Belgrado a la resolución de la ONU que pedía la retirada inmediata de las tropas rusas de Ucrania, sobre la que tenía reservas.
“No estamos interesados en el Este o el Oeste. Solo estamos interesados en Serbia”, resumió el pasado marzo Ivica Dacic, presidente saliente del Parlamento y ex primer ministro. “No tenemos problema en decir que apoyamos la integridad territorial de Ucrania, pero preguntamos qué pasa con la integridad territorial de Serbia, que fue tan brutalmente aplastada con el reconocimiento de la independencia de Kosovo”, añadió.
La soledad de Belgrado
Como cuando se oye una frase con nitidez al callar de repente la multitud, la soledad de Serbia ha quedado aún más en evidencia por el impulso que ha generado la guerra en otros países europeos, como las tradicionalmente neutrales Suecia y Finlandia (que han pedido entrar en la OTAN pese a las amenazas rusas) o Dinamarca, que aprobó el pasado miércoles en referéndum poner fin a 30 años de ausencia de la defensa europea. También desentona en la parte de los Balcanes que no pertenece a la UE. Albania, Macedonia del Norte, Montenegro y Kosovo están aprovechando la guerra para subrayar su orientación prooccidental, y si Bosnia no se suma a las sanciones es porque lo veta su entidad serbia, la República Srpska.
Resulta difícil calibrar cuánto del reciente triunfo electoral de Vucic, ya en medio de la guerra, fue un refrendo de la apuesta por la neutralidad, dada su popularidad prebélica, su control de medios de comunicación y redes clientelares y los relativamente buenos indicadores económicos. Es presidente desde 2017 y fue primer ministro los tres años anteriores.
Aún no ha formado Gobierno y a Vuksanovic no se le ocurre más motivo que la encrucijada de las sanciones. El pasado martes, en la jura del cargo, Vucic pareció insinuar un cambio de estrategia: “Formar un nuevo Gobierno es fundamental por la situación en la que estamos, que es muy difícil. Tendremos que lidiar con nuevas sanciones y cosas que podrían dañarnos, así que pediremos ayuda a nuestros socios europeos”. Tendrá que encontrar la fórmula para ―en palabras de Vuksanovic― “contentar a los europeos sin enfadar a Moscú”.
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