Cumbre de las Américas

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La novena Cumbre de las Américas, convocada desde este lunes, día 6, hasta el 10 de junio en Los Ángeles, ha evidenciado las costuras del continente incluso antes de su celebración. Esta convocatoria ha anticipado algunas de las tensiones que complican la relación entre Estados Unidos y Latinoamérica precisamente cuando el presidente Joe Biden busca salvar la influencia de Washington en la región. La espita del malestar fue la lista de países invitados. El primero en ponerlo encima de la mesa, aprovechando también la oportunidad política, fue el mandatario mexicano. Andrés Manuel López Obrador supeditó su participación a la inclusión de representantes de los Gobiernos de Cuba, Venezuela, Nicaragua, a los que la Administración estadounidense había excluido de la cumbre y a quienes acusa sistemáticamente de vulnerar los derechos humanos.

El envite empezó como un pulso bilateral que torcía los planes de la Casa Blanca, interesada en presentar en la cumbre una agenda común de América del Norte junto a México y Canadá. Pero pronto se sumaron otras voces críticas con el formato de la reunión, que recae en el anfitrión y en la Organización de los Estados Americanos (OEA), a través de una secretaría técnica. Varios jefes de Estado respaldaron la filosofía del planteamiento de López Obrador sin descartar su asistencia al evento. Es el caso del chileno Gabriel Boric, la hondureña Xiomara Castro o el argentino Alberto Fernández. Este último sí mantuvo hasta el final en suspenso su presencia, pero finalmente optó por acudir tras acordar con su homólogo mexicano que lo haría para hablar en nombre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), otro organismo regional presidido temporalmente por Argentina.

Durante las semanas de negociación ha habido gestos importantes por parte de Estados Unidos, que suavizó su política migratoria en relación con Cuba y rebajó las sanciones petroleras a Venezuela. Y esta semana los anfitriones aún no habían cerrado la lista final de participantes, dejando abierta la puerta a la invitación de una delegación cubana de segundo nivel. Pero lo que sí han dejado claro los preparativos de la Cumbre de las Américas son las diferencias entre Washington y un bloque significativo del resto del continente. Las últimas semanas han demostrado que la vía de la imposición de la era de Donald Trump se acabó. Los asuntos multilaterales deben abordarse a través del diálogo y la negociación, sin que ello implique pasar por alto los atropellos a los derechos humanos de los países marginados del cónclave.

Biden ha dado señales de haber recibido el mensaje y estar dispuesto a inaugurar una nueva etapa. Los gobiernos tradicionalmente más recelosos con Estados Unidos, en ocasiones aún anclados en una antigua retórica antimperialista, deben por su parte suspender los prejuicios y abrirse a una relación más fluida. Las fricciones políticas no solo han desviado el foco de las importantes razones que justifican la cumbre sino que ponen en peligro acuerdos urgentes en materia económica, sanitaria, migratoria y de seguridad que atañen a toda la región.


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