Todas las comparaciones son odiosas, pero algunas resultan además vergonzosas. El narcisismo nacionalista español se siente reconfortado por la 14ª Copa de Europa del Madrid y el 14º trofeo Roland Garros de Nadal. Pero au même temps, también hemos podido comparar la pompa y circunstancia del jubileo de Isabel II de Inglaterra con el triste espectáculo que días atrás proporcionó el rey emérito (aunque mejor cabría llamarlo exrey demérito) Juan Carlos de Borbón. ¡Qué insalvable distancia media entre la autoridad regia y la torpe zafiedad!
Esta misma semana también cabe comparar la Cumbre de las Américas que acaba de iniciarse en Los Ángeles y el análogo Consejo de la UE que concluyó el viernes en Bruselas. Otra comparación en la que igualmente se abre una distancia astronómica entre el caótico desconcierto trasatlántico y la firme integración del cónclave europeo. Tras el Zeitenwende que supuso la invasión de Ucrania, la UE ha logrado refundarse gracias al propósito común que ha encontrado en la misión de defender la democracia y los derechos humanos contra una criminal agresión externa. Este mismo lunes se celebró el 78º aniversario del Día D: el desembarco de los Aliados contra las potencias totalitarias del Eje nazifascista. Y ese mismo espíritu de alianza cívica contra la tiranía es el que hoy anima a toda Europa, impulsando su cruzada en defensa de la democracia como ha revelado el referendo danés.
En cambio, al otro lado del Atlántico, las cosas no podrían ir peor. Con su demostrada torpeza habitual, aunque con inmejorables intenciones democráticas, al provecto presidente Biden no se le ocurrió nada mejor que excluir de su convocatoria a la Cumbre de las Américas a las tres autocracias que con mayor reiteración violan masivamente los derechos humanos: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Con lo que proporcionó una inmejorable excusa a un viejo zorro como el presidente mexicano para elevar la bandera populista del antimperialismo yanqui, en protesta por la exclusión unilateral de ciertos países por razones ideológicas. El resultado de la torpeza de aquel y de la astucia de este es que la Cumbre de las Américas no puede alinearse unánimemente, como ha hecho Europa, en defensa de la democracia contra la dictadura. Y esa negativa a respaldar la democracia se ha hecho además en defensa de los tres países que apoyaron la guerra de Putin contra Ucrania: Cuba, Nicaragua y Venezuela. ¡Qué vergüenza para América Latina!
¿Por qué no puede alinearse el continente hispano con las demás democracias occidentales? ¿Qué perverso germen ha legado la colonización española para que los Estados descendientes sean hoy campeones de la violencia, la tiranía, el populismo y la violación del imperio de la ley? El Estado anómico, llamó al continente el hispanista germano Peter Waldmann. Y aún hay entre nosotros quienes se atreven a defender la obra de la Hispanidad como un factor de libertad y civilización, mientras celebran que Madrid esté privatizada como una urbe latinoamericana donde campan a sus anchas bandas callejeras de pandilleros. No hay moraleja posible para esta comparación vergonzosa.
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