Contra el pensamiento político

La expresidenta madrileña Esperanza Aguirre, acompañada por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el pasado mes de mayo en Madrid.
La expresidenta madrileña Esperanza Aguirre, acompañada por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el pasado mes de mayo en Madrid.Rodrigo Jiménez / EFE

Si no supiera con certeza rotunda que no es así, pensaría que Esperanza Aguirre es una agente a sueldo de Pedro Sánchez. Para empujar la ambición de Ayuso, que está impaciente por devorar su partido, se ha transformado en la versión teleñeco de Macbeth (insulta como en el teatro de guiñol: “¡niñatos, chiquilicuatres!”; le faltaron “polloperas” y “petimetres”) y ha metido al PP en una gresca de bar muy navajera y entretenida, mientras un Sánchez redentor anunciaba en TVE que se disponía a rescatar a los españoles de la asfixia eléctrica. No sé cómo se las ponían a Fernando VII, pero esta oposición, con la ayuda cizañera de Aguirre, se las pone muy bien al Gobierno.

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Es muy divertido que alguien que irrumpe en el debate a pedradas, aunque sean pedradas de felpa, reivindique el pensamiento político. Dice Aguirre que en el PP no hay nadie mayor de 55 años pensando. Se entiende que menores, tampoco, porque por debajo de esa edad solo hay niñatos, y los niñatos están todo el día retuiteando a Ibai y explotándose granos. Desde la grada del retiro, todo tiempo pasado luce mejor, pero no recuerdo yo ninguna época en que los despachos y pasillos de Génova fuesen un murmullo de paradojas, silogismos y diálogos platónicos, como evoca Aguirre. A no ser que por pensar entienda malpensar y no se refiera al cultivo de la doctrina liberal o democristiana, sino al ingenio del niño con tirachinas que traza planes retorcidos para incordiar al vecino. Fuera de eso, en los partidos, el pensamiento político parece un oxímoron, como aquel chiste sobre la revista El Pensamiento Navarro. O se piensa o se hace política.

Estas polémicas se agostan mientras las escribo. Para cuando se publique esta columna, otra gresca (¿Cataluña?) ocupará la atención de los “queridos niños”, como llama a los ciudadanos el cínico protagonista de la última novela de David Trueba, y a este ritmo no hay quien piense. Un argumentario de partido es a una corriente de pensamiento político lo que las frases de los azucarillos a la literatura: no llega ni a sucedáneo. Los políticos actuales pueden aspirar a prologar El manifiesto comunista, como ha hecho Yolanda Díaz, pero no a escribir otro, y Aguirre lo sabe. Por eso apuesta todo a la política española más ajena al pensamiento, la que está hecha de pura acción, la que mejor ha entendido estos tiempos voraces de 280 caracteres.


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