Contra la degradación de la política (y II)

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante una sesión de Control al Gobierno en el Congreso de los Diputados.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante una sesión de Control al Gobierno en el Congreso de los Diputados.EUROPA PRESS/E. Parra. POOL / Europa Press

En la dinámica de degradación que sufre la política española, además de las endémicas lacras de corrupción, transfuguismo e ineficacia en múltiples aspectos de gestión, destaca especialmente en esta época la excesiva preeminencia de la cultura del relato. La comunicación es fundamental en política, no cabe ingenuidad al respecto, pero en España el dominio de la política del relato —el excesivo afán de conquistar adhesión a través del mensaje oral o del gesto— se ha tornado tan fuerte que parece aplastar a la política de las soluciones de manera enfermiza. Cuando la venta del mensaje es la prioridad, las dinámicas políticas sufren una seria perturbación. Por un lado, las diatribas verbales, aunque insustanciales, emponzoñan el terreno para la política real, en la cual se hace más difícil hallar puntos de encuentros después de las llamaradas retóricas que queman naves. La ligereza dialéctica, como en un castigo dantesco, se torna en pesadez fáctica, incapacidad de actuar con agilidad y pragmatismo. Por el otro, la obsesión del mensaje puede llegar a alterar los objetivos.

Los acontecimientos de los últimos días precisamente muestran un encadenamiento de sucesos políticos —que no de políticas— que están más relacionados con el efectismo del relato, del titular y con el cortoplacismo que con una estrategia de luces largas ligada a los intereses de la población. Ejemplos de esa escasa ejemplaridad hay en todos los grandes partidos e instituciones, aunque en la graduación de responsabilidades destacan los partidos en los extremos del espectro y sectores mayoritarios del PP. En el Congreso de los Diputados, los líderes y portavoces se han acostumbrado a emplear la sesión de control para sus virulentos cruces de ataques, ocurrencias y descalificaciones que nada tienen que ver con la gestión, como debería, sino con el pavoneo y los pellizcos verbales de vuelo gallináceo que no aportan nada constructivo sino que, por el contrario, rebanan cualquier asomo de centrar el debate en asuntos de calado. Triste exponente de esta tendencia fue el pasado miércoles la increpación de un diputado del PP contra Errejón —”¡vete al médico!”— cuando éste intentó poner sobre la mesa los problemas de salud mental durante la pandemia. Pidió disculpas, pero el enésimo daño queda hecho, con la imagen de un parlamentarismo insoportablemente infantilizado.

El Congreso no es el único entorno en sufrir esta lacra. Las dinámicas del Gobierno también son zarandeadas por la religión del relato, especialmente cuando se trata de exhibir las discrepancias en la coalición. Múltiples indicios refuerzan la sensación de que se hace más política en los despachos de mercadotecnia del mensaje que a través del debate franco en el Consejo de Ministros.

Más allá del Parlamento y el Gobierno, toda la política española parece instalada en una campaña permanente, pervirtiendo las estaciones naturales de la democracia. La vida intelectual de los partidos aparece deformada, entre hiperliderazgos e hipersensibilidad al sondeo. Casi todo tiene sabor a tacticismo en vez de estrategia; juego de poder antes que interés ciudadano. La moción de Ciudadanos y el PSOE en Murcia, más proclamada que atada, y el adelanto electoral en Madrid, más destinado a amarrar el poder que a las verdaderas necesidades de la comunidad, son dos ejemplos. Pero sobre todo hieren las omnipresentes consignas simplistas e incendiarias que se escuchan, desde el “socialismo o libertad” —que luego derivó a “comunismo o libertad”— a la lucha contra “la derecha criminal”, por no hablar de la lamentable dialéctica de tanta política catalana. Todas ellas en beneficio exclusivo del partido —da igual el daño de polarización y resentimiento que generan en la colectividad—. Una cadena de vaciedades con gran sonoridad.

No tiene por qué ser así. Hay ejemplos en Europa que muestran liderazgos diferentes. Y hay en España muchos servidores públicos deseosos de trabajar en un entorno diferente. Ojalá logren imponerse. La política española necesita imperiosamente corregir su infructuoso rumbo.


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