Por segunda vez el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha anulado la jurisprudencia mantenida durante el último medio siglo, hace un año sobre el derecho al aborto y ahora sobre la discriminación positiva dirigida a garantizar una presencia proporcional de ciudadanos negros en las universidades. Joe Biden ha declarado que “no es normal” este tribunal, compuesto por seis jueces conservadores frente a tres progresistas. Nada ha cambiado en la sociedad que justifique tan radical cambio de doctrina si no es la orientación ideológica surgida de su composición, han escrito los editorialistas del Times de Nueva York.
La catástrofe que ha sido Donald Trump para todos, a excepción de los regímenes autocráticos, tiene en el actual Supremo su criatura más apreciada por los votantes trumpistas, desde católicos y evangélicos fundamentalistas, antiabortistas, racistas y xenófobos, hasta los más tradicionales enemigos de los impuestos, partidarios del estado mínimo o simplemente republicanos disciplinados. Esta insólita supermayoría judicial es el auténtico legado de su presidencia, que perdurará sin necesidad de que termine de hundir al sistema político, la democracia y de paso la OTAN y Ucrania, con un nuevo mandato a partir de 2025.
A partir de ahora ninguna universidad podrá tener en cuenta la pertenencia a la comunidad afroamericana de los candidatos, como hacían las de Harvard y Carolina del Norte, aunque persisten otras preferencias en favor de los hijos de antiguos alumnos, donantes de fondos o deportistas destacados. La Constitución es ciega ante el color de la piel, pero el color de la piel sigue siendo motivo de discriminación y desigualdad. El criterio invocado de igualdad ante la ley no se aplica, en cambio, para las academias militares, donde seguirá la discriminación positiva. Según recoge un voto discrepante, se podrá “preparar a los afroamericanos y otras minorías subrepresentadas para triunfar no en los consejos de administración sino en el búnker (un lugar particularmente incómodo para aterrizar, a la luz de la historia que la mayoría opta por ignorar)”.
La jurisprudencia, surgida de dos sentencias ahora anuladas de 1978 y 2003, contó en su día con la opinión favorable de jueces conservadores y fue defendida por republicanos como Colin Powell o Condoleeza Rice. Trump nombró tres jueces en cuatro años, uno menos que Clinton y Obama, en 16. El primero, Neil Gorsuch, pudo nombrarlo en abril de 2017, más de un año después de la vacante por muerte de Antonin Scalia, gracias al bloqueo por el Senado republicano de cualquier nombramiento que pudiera hacer Obama en su último año presidencial. Con el nombramiento de otros dos conservadores por la jubilación del más centrista Anthony Kennedy y el fallecimiento de la progresista Ruth Baader Ginsburg, surgió la mayoría insólita que ha permitido las actuales sentencias y, propiamente, el inicio de una era de contrarreformas.
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