Coral Bracho entre patos y adolescentes


La poeta Coral Bracho acompaña de alumnos de la Preparatoria 4 en Guadalajara.

Los patos generan la hormona de la felicidad. En los jardines de la Prepa 4 de Guadalajara varios patos y un ganso pasean por el césped o se bañan en la alberca. Los estudiantes hablan con ellos, los conocen a la perfección y ese contacto entre el reino animal y el reino adolescente, explican, va bien para la autoestima (del alumnado, se entiende). No es poca cosa en esa atormentada edad andar a buenas con uno mismo. Hoy es un día especial en este centro educativo que cada año lanza una cohorte de muchachos a la universidad. La Feria Internacional del Libro, ese inacabable tren intelectual que recorre la capital de Jalisco durante 13 días, también para a saludar a los estudiantes. Hoy visita la Prepa 4 la poeta Coral Bracho. Poesía y adolescencia es quizá mejor binomio que patos y adolescencia, como ahora se verá.

Coral Bracho es un pajarito que sonríe sin cesar. Frágil (parece) y menuda, baja del coche con una camisa estampada y una rebeca clásica, oscura, casi el atuendo desinteresado de una monja laica. El pantalón negro también le queda amplio. Todo es holgado contra la delgadez de su cuerpo. En el trayecto hasta el centro educativo, sus dedos de bambú han ido marcando con delicadeza las páginas en el volumen de su poesía completa, que edita Era, para leerles a los alumnos versos seleccionados. No bien ha puesto un pie en el recinto, las alumnas la reciben con una flor, la rodean y casi no se la ve. Se escurre entre los abrazos.

La primera lección de la poeta invitada llegará en su presentación, una biografía que contiene algún error: “Es que en Internet hay cosas que no son correctas”, les dice. Coral Bracho (Ciudad de México, 1951), es una laureada poeta cuya fama no ha conseguido cambiar su carácter. Es difícil, quizá imposible que alguien no la halague para mencionarla: todo dulzura. Apenas da un paso sin pedir una disculpa o ensayar una fórmula para que el de enfrente se sienta mejor. Es premio nacional de poesía Aguascalientes (1981) y recibió el prestigioso Xavier Villaurrutia en 2003; es premio internacional de poesía Jaime Sabines-Gatien Lapointe 2011 y el mismo año se hizo con el Zacatecas.

La maestra Coral se cuida hoy de no contradecir en ningún otro momento a los alumnos, todas sus palabras son un estímulo positivo, una motivación esencial para que el alumnado participe. Después de todo, les informa, la poesía tiene la ventaja de evocar distintas imágenes, causar impresiones diversas y todas son válidas. Cualquier interpretación del alumnado será correcta. Sumará. La autora de Peces de piel fugaz empezó como docente en Ciudad de México cuando era muy joven. Ya lo tiene olvidado. Hoy le sorprenden los muchos talleres de los que disponen los estudiantes en esta Preparatoria.

En el salón se hace ahora el silencio para escuchar la voz tímida de la autora recitando poemas que trazaron esos mismos dedos de bambú (el acero vegetal) con los que puede fustigar al poder político o recordar a su madre acorralada por el alzhéimer: “Una mujer tan brillante que de repente no sabe lo que es un pájaro”, les dice a los estudiantes, de pie, frente a ellos. Sus palabras son un bálsamo para la adolescencia porque toca varias teclas que mueven los sentimientos a esa edad: la libertad, el control de uno mismo, la tristeza a raudales o la felicidad efímera, la intensidad de vivir, las realidades cambiantes. “Todo eso es escribir”, les dice. Y ellos lo saben, porque ya han probado a combatir la soledad con la pluma, el miedo con los versos. Lo cuentan en la charla y ella les anima a seguir haciéndolo.

El alumnado se empeña en las partes sombrías de la existencia, en los días malos, las noches tristes, las gafas empañadas. Pero no pueden echar abajo la sonrisa de la poeta: por cada puerta cerrada abre Coral Bracho una ventana: habrá días buenos y tormentas que dejarán cielos claros. Los adolescentes quieren creer que así será. Como creen que los patos “generan la hormona de la felicidad”.


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