Cordones sanitarios


Los sustos de la vida nos enseñan que la apuesta por los cordones sanitarios es menos segura que la medicina preventiva. Si estalla un virus en nuestra respiración social, conviene desde luego dibujar un cordón sólido contra las malas compañías. Y es que una mala compañía consigue arrastrarnos hacia los lugares más sucios y menos hospitalarios. Pero no es bueno acomodarse a la engañosa tranquilidad, porque detrás de las puertas cerradas surgen obsesiones y desequilibrios. Las soledades son un caldo de cultivo peligroso. Hasta las malas compañías se vuelven atractivas, sobre todo cuando un mal sistema provoca el deseo de bajar a los sótanos en los que se sirven himnos antisistema y bebidas fuertes. Quien convierte a un país en un supermercado hace tentadora cualquier leyenda que invite a recuperar una identidad nacional. Los malos pasos facilitan que se desaten los cordones de la Razón en los zapatos de Descartes.

Las elecciones francesas, y confieso que también la edad, me han recordado mi preferencia por una sosegada medicina preventiva. Evitar que los impúdicos beneficios de los avaros empobrezcan a las mayorías reduce de manera notable el colesterol. Combatir las brechas sociales con una fiscalidad justa impide que los huesos se descalcifiquen, suavizando así los dolores de rodilla activados por las humedades del invierno democrático. Invertir en cultura y educación pública modera los ataques epilépticos y las aguas pantanosas de la amnesia y la demencia precoz. Denunciar la corrupción de manera rotunda evita la subida del azúcar en la sangre. También se evitan muchas caries si la política pasea por los barrios y habla con los vecinos, explicando la importancia de tomar medidas higiénicas sobre los contratos basura, el desempleo, el recibo de la luz y las pensiones. La verdad es que no hay mejor cordón sanitario que una buena medicina preventiva.

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