Con más de 2.000 islas dispersas por el Egeo y el Mediterráneo, la cosa se pone complicada para escoger una sola isla griega donde ir de vacaciones. Solo unas 200 están habitadas, y cualquiera de ellas puede ser buena para disfrutar de la vida al más puro estilo mediterráneo: calas solitarias (incluso en verano), aguas cálidas y profundamente azules, leyendas mitológicas, antiquísimas ruinas blanqueadas por el sol y el tiempo… y ahora también muchas actividades para disfrutar al aire libre, como senderismo, buceo o escalada en roca.
Las hay de todos los tamaños, desde la gran isla de Creta o la histórica Rodas, hasta las diminutas Cícladas esparcidas por el Egeo. Las hay muy pero que muy turísticas, como Mikonos o Santorini, y otras casi deshabitadas donde podemos soñar que somos los primeros en descubrirlas. Aquí te proponemos 10 pequeñas islas en las que probablemente no encuentres a nadie conocido.
1. Hidra, a un paso de Atenas
Hidra, isla no tan alejada y no tan deshabitada, está a escasa media hora en ferri desde Atenas y es una de las islas del golfo Sarónico que motean la costa de la capital griega, cada una con su atmósfera y su cultura. Son las más visitadas por los atenienses y por turistas de paso que sacan un poco de tiempo para escaparse del empacho arqueológico por unas horas.
Hidra no resulta tan turística como su vecina Egina, pero es la joya de la zona: con casas de piedra encaladas de blanco, un puerto histórico donde amarran veleros, caiques y yates y sin coches ni ruidos. Es la única isla griega sin tráfico motorizado —ni automóviles, ni motos—, solo callecitas empedradas, burros, rocas y mar. Artistas, músicos (entre ellos Leonard Cohen), actores (Melina Mercouri, Sophia Loren) y otros famosos se han sentido atraídos por este lugar a lo largo de los años. Además de construcciones de piedra exquisitamente conservadas hay caminos rurales en zigzag, aguas límpidas y profundas, y se puede tomar un buen capuchino en el muelle mientras se disfruta del ajetreo cotidiano.
La isla tiene apenas 2.000 habitantes, pero históricamente fue un lugar importante, refugio ocasional para los venecianos y otomanos, una isla de comerciantes de éxito durante siglos hasta convertirse en el XIX en una potencia marítima, de lo que dan fe las lujosas mansiones de la ciudad que levantaron sus armadores. Su punto débil (no hay playas de arena) ha sido también su salvación para los que huyen de los arenales congestionados.
Casi toda la población vive en la ciudad de Hidra, que gira en torno al puerto. En temporada alta, hay un movimiento constante en su muelle de mármol, que se convierte en un bulevar por el que desfila todo el mundo. Las casas se alejan del centro por empinadas cuestas y aquí podemos ver estampas muy diferentes, con vecinas que charlan en la puerta de casa y calles retorcidas que se transforman en caminos de tierra que se adentran en las montañas. En el municipio se encuentra incluso una catedral del siglo XVII, pero lo mejor es salir a conocer la isla. Su interior es árido y montañoso, pero esconde buenos caminos para el senderismo. Una experiencia insuperable es la subida al Moni Profiti Ilia, un monasterio con vistas extraordinarias. Otros senderos conducen al monte Eros (con 588 metros es el punto más alto de Hidra) o atraviesan de este a oeste el espinazo de la isla.
Podemos parar en rincones encantadores, como Kamini, un pequeño puerto pesquero con varias tabernas buenas y una playita de guijarros. O en Vlyhos, un kilómetro más allá, con aguas cristalinas y varias tabernas para hacer un alto.
Otras islas del golfo Sarónico cercanas a Hidra son: Egina, la más grande y la más cercana a Atenas, que posee un templo dórico y un pueblo bizantino en ruinas; Angistri con su ambiente completamente en calma fuera del verano; Poros, con un interior cubierto de bosques, o Spetses, la más meridional, con aroma a pino, una bonita arquitectura, caletas de color aguamarina y una rica historia naval.
2. Folégandros, el presidio transformado en paraíso mediterráneo
Las Cícladas son la imagen más típica de las islas griegas de ensueño: pueblos blancos e iglesias con cúpulas azules, interesantes yacimientos arqueológicos, playas de postal, escarpadas rocas, restaurantes sencillos y también un punto de sofisticación. Aquí están Santorini y Mikonos, dos grandes destinos turísticos a los que no les falta ni uno de estos detalles. Pero las Cícladas, dispersas en el mar Egeo, esconden joyas como Folégandros, donde además se encuentra el que probablemente sea el pueblo más bello del archipiélago, en lo alto de un acantilado. Está en el extremo meridional de las Cícladas y tiene una belleza cautivadora. Apenas mide 12 kilómetros de largo por cuatro de ancho, y no siempre fue el paraíso que hoy nos parece: por lo lejano y escabroso de la isla, fue el lugar preferido para el destierro de prisioneros políticos desde la época romana hasta el siglo XX.
Antes apenas llegaban ferris, pero hoy Folégandros está bien comunicada, al menos en verano, con El Pireo y con Santorini. Los barcos atracan en el pequeño puerto de Karavostasis, en la costa este, que junto con el puerto de Hora y Ano Meria es el único núcleo urbano de cierta entidad. La isla cuenta con buenas playas, pero llegar a algunas requiere emprender fatigosas caminatas por lo que es mejor ir en barco.
El mayor de los atractivos de la isla es Chora, un pueblo lleno de encanto que ya no es un secreto para nadie. La calle principal serpentea entre animadas plazas arboladas y mesas al aire libre. Los edificios de piedra natural, intercalados entre construcciones blancas y azules, son de lo más fotogénicos. El kastro medieval queda al oeste: es un pequeño núcleo de callejones con arquerías bajas que data del siglo XIII, con balcones cubiertos de buganvillas y con el encanto añadido de unas cuantas capillas encaladas. Al atardecer, es casi obligado subir a ver la puesta de sol a la iglesia de la Virgen, Panagia, encaramada en una colina por encima del pueblo: son 20 minutos para unas vistas espectaculares de Chora, los acantilados y las olas.
Para ver la cara más tradicional de Folégandros, donde todavía el turismo no ha dejado huella, hay que ir al extremo oeste de la isla, a Ano Meria, una comunidad dispersa compuesta por pequeñas granjas y casas que se extiende varios kilómetros por la cresta de la isla. También hay playas: los arenales de Livadi, Katergo, Angali (la más visitada), LIvadaki o Agios Georgios prometen un poco de soledad, aunque tengamos que llevarnos comida y agua.
3. Sifnos, las Cícladas en estado puro
Los cazadores de islas de ensueño tienen el éxito asegurado en la pequeña Sifnos, otra de las islas Cícladas. A pesar de que los turistas hace tiempo que la descubrieron, sigue siendo un lugar de postal. Hoy es famosa por su cerámica, pero en tiempos remotos, como ocho siglos antes de Jesucristo, era ya un lugar muy rico gracias a sus minas de oro y plata, que se agotaron antes del siglo V a.C. Merece la pena acercarse hasta las remotas playas del norte. Tres pueblos junto a la capital, Apolonia, se ensartan como perlas en un collar por la cresta de la isla. La luz cambiante acaricia el paisaje, y en las laderas de los montes centrales abundan los olivos, almendros, adelfas y plantas aromáticas. Cada una de las bahías de la isla exhibe una paleta de aguas verdiazules y ofrece vistas espectaculares.
El puerto de Kamares puede ser una base para descubrir la isla, porque cuenta con la mayor oferta de alojamientos, pero es menos práctico que Apolonia, situado en el centro. Kamares está encerrado entre escarpadas montañas, pero en su puerto se respira un ambiente vacacional, con una gran playa y un paseo marítimo con cafés, tabernas y tiendas. Apolonia es laberíntica y está salpicada de iglesias. En temporada alta, desfilan por sus calles y cafés los atenienses adinerados, pero fuera de esta época vuelve a la tranquilidad.
La isla también anima a ser recorrida a pie. Se siente muy orgullosa de sus más de una decena de senderos señalizados, con un total de 98 kilómetros, que van desde magníficos paseos de 20 minutos (como el que va de Apolonia a Artemonas) hasta caminatas de cuatro horas. Y dos excusiones recomendables para los amantes de la historia: la que lleva al monasterio de Moni Chrysopigi, con más de 600 años a sus espaldas, colgado en un islote unido a la costa por un pequeño puente peatonal (se llega desde el pueblo de Faros), y la excursión a la Agios Andreas, en el centro de la isla, una acrópolis que tiene su origen en el período micénico, 13 siglos antes de Cristo.
Otro de los reclamos de la isla es su gastronomía. Aquí nació el autor del primer y más famoso libro de cocina griega, Nikolaos Tselementes (1878-1958), y desde entonces Sifnos ha dado buenos chefs. Sifos Farm Narlis (www.sifnos-farm-narlis.com) imparte clases de cocina griega.
4. Cárpatos, la isla más tradicional
Cárpatos es una de las muchas islas que cita Homero, a la que llama Krapatos, y tiene todavía un cierto aire primitivo. Cuenta la leyenda que Prometeo y sus titanes nacieron aquí, y uno se lo puede imaginar perfectamente. Esta larga y escarpada isla, famosa por sus agrestes montañas y sus calas de aguas azules, figura entre las menos turísticas de Grecia. Con sus pueblos envueltos en nubes y su belleza algo salvaje, resulta encantadora para los que busquen la Grecia más auténtica, aunque el sur es ya bastante popular entre los amantes de la adrenalina, y acoge cada verano una competición internacional de kitesurf.
Los ferris llegan Pigadia, la capital, un puerto que se despliega junto a una larga bahía en la costa sureste y que acaba conquistando al viajero con su embarcadero, sus bares y panaderías frente al mar. Es sencillamente un lugar tranquilo, típicamente griego. Al sur de la isla varios pueblos se han reinventado como pequeños centros vacacionales gracias a sus playas de arena. El otro pueblo con encanto en el sur es Arkasa, una de las poblaciones más antiguas de la isla. El pueblo original, cuesta arriba desde el mar, ahora se complementa con un complejo de playa.
Pero si lo que buscamos son las típicas tranquilas de playa, hay que ir a Lefkos, con un encantador arenal curvado. Y en el interior, salpicado de pintorescos senderos, hay tranquilas poblaciones entre las colinas, como Menetes, rodeada de montañas y sobre unos acantilados. Se aconseja subir primero hasta la iglesia, en el punto más alto, y desde allí explorar sus estrechas calles de casas encaladas.
Y aún queda por descubrir el norte. Los locales suelen considerar esta parte escarpada y montañosa de Cárpatos como otra isla, en fuerte contraste con la zona sur, fértil y llana. Una nueva carretera permite llegar hasta el antaño remoto pueblo de Olimpos, un lugar magnífico. La vista cuando se llega es espectacular: casas de tonos pasteles envueltas en la niebla y aferradas precariamente a la cima del monte Profitis Ilias (716 metros). Ya de paseo por sus ventosos callejones y entre mujeres mayores vestidas con coloridos trajes tradicionales, nos puede parecer que estamos en un decorado de cine. Y, por si fuera poco, incluso escucharemos un dialecto con vestigios del antiguo griego dorio. Este enclave está considerado el lugar más tradicional de Grecia, donde las lugareñas aún usan chaquetas tejidas a mano y tocados floreados. Vale la pena pasar aquí unas cuantas noches, en especial para los amantes del senderismo y las playas remotas. Hay bonitos pueblecitos como Diafani, que merecen la pena aunque la mayor parte de los turistas pasan de largo. En este conjunto de casas blancas azotadas por el viento frente a unas aguas color azul cobalto y montañas de fondo hay poco que hacer, aparte de ver romper las olas y contemplar a hombres mayores que juegan al Backgammon. La ventaja: podremos tener sus senderos y playas casi para nosotros solos.
5. Symi, la asombrosa isla de color pastel
Cuando el ferri llega a Symi es inevitable que todos los pasajeros se queden mirándola asombrados. Y es que la primera visión del puerto de Gialos, bordeado por un anfiteatro de casas de tonos pasteles que se elevan por todos lados, es inolvidable. Todo esto es herencia de los italianos, que gobernaron la isla hace casi un siglo e impusieron el estilo arquitectónico neoclásico que Symi ha seguido desde entonces. Aquí solo tiene tres poblaciones: Gialos, el antiguo pueblo de Horio y Pedi. Una carretera lleva hasta el monasterio de Panormitis, cerca del extremo sur de Symi, que ya aparece mencionada en La Ilíada por enviar barcos para ayudar a Agamenón en el asedio de Troya. Y el resto del territorio está prácticamente desierto, aunque la isla está rodeada de playas y calas con aguas tan transparentes que los barcos parecen flotar en el aire.
Symi está muy cerca de Rodas y de la costa turca y tiene una larga tradición de pesca de esponjas y construcción naval. Durante la época otomana se le concedió permiso para pescar esponjas en aguas turcas a cambio de ceder a sus mejores constructores navales al sultán. La isla se enriqueció con este intercambio: se levantaron elegantes mansiones y florecieron la cultura y la educación. A principios del siglo XX, tenía 22.500 habitantes (hoy tiene unos 2.500) y en la isla se construían unos 500 barcos al año. Sin embargo, la ocupación italiana, la llegada del barco de vapor y el declive de la industria de la esponja pusieron fin a su prosperidad y la obligaron a reinventarse como destino turístico.
Prácticamente todos sus habitantes viven en Gialos, un pueblo realmente precioso con sus tonos galleta y ocre y uno de los puertos más bonitos del mundo. Los barcos de pesca se balancean en unas aguas realmente cristalinas y los vendedores de esponjas pregonan sus tesoros de las profundidades. Además, hay unos cuantos hoteles boutique y buenos restaurantes —hay que asegurarse de probar las famosas gambas de la isla—, que hacen que recalen ricos y famosos en sus deslumbrantes yates.
Horio es el otro pueblo de la isla, levantado en lo alto de una colina para disuadir a los piratas. Se llega subiendo por unos callejones detrás del puerto y lo curioso son sus majestuosas villas, construidas para antiguos capitanes de barco, algunas de ellas en ruinas. También en ruinas está el kastro de los Caballeros de San Juan, en este caso debido a una explosión del arsenal alemán que albergaba durante la Segunda Guerra Mundial.
Y aún queda Pedi, un pueblo convertido en un puerto deportivo y con agradables playas, en las que no falta la típica taberna para hacer más llevadero un día bajo el sol.
Cerca de la punta sur de Symi, en la espectacular bahía de Panormitis, se encuentra el Moni Taxiarhou Mihail Panormiti, un monasterio que está allí desde el siglo V, y al que los isleños tienen gran devoción. Aparte del monasterio, en Symi solo hay playas para visitar, como Nimborios, con una buena taberna para pasar el día en tumbonas bajo tamariscos.
6. Cos, las mejores playas del Dodecaneso
Con las mejores playas del Dodecaneso, peñascos imponentes y unos frondosos valles, Cos es una verdadera isla del tesoro. Los visitantes pronto se acostumbran a pasar junto a columnas corintias milenarias rodeadas por flores silvestres, incluso en la ciudad de Cos, la animada capital, con antiguas ruinas griegas esparcidas por todas partes y un imponente castillo medieval que todavía custodia el puerto. Aquí hay tres importantes centros vacacionales. Kardamena, en la costa sur, es muy popular entre el turismo organizado, pero Mastichari, en la costa norte, y Kamari, en el lejano suroeste, son más atractivos y están menos masificados. Lejos de los centros turísticos, la isla conserva gran parte de su carácter agreste, con el escarpado monte Dikeos (850 metros) pocos kilómetros al oeste de la ciudad de Cos.
Esta es un puerto atractivo, custodiado por un castillo medieval y llena de antiguas ruinas griegas, romanas y bizantinas. Aquí llegan los ferris y, aunque a veces esté demasiado saturadas de turistas, quedan calles muy atractivas, como la del puerto, bordeada de cafés y tabernas y repleta de barcos turísticos, pesqueros y lujosos yates. El castillo de los Caballeros no está en lo alto de una colina, como suele ser habitual, sino junto a la entrada del puerto, por lo que es accesible a través de un puente desde la plaza principal. Desde sus murallas se contempla la actividad portuaria y también Turquía. La plaza principal es el mejor lugar para disfrutar del encanto de la isla y de su tranquilo ritmo de vida. Aquí nació Hipócrates, considerado el padre de la medicina moderna, en el año 460 a.C. Tras su muerte se construyeron el santuario de Asclepio y una escuela de medicina que perpetuó sus enseñanzas e hizo que Cos fuera famosa en todo el mundo heleno. Además, la plaza principal está presidida por el árbol de Hipócrates, un plátano bajo el cual se dice que el médico griego impartía clases a sus alumnos.
El resto de la isla está marcada también por la historia, con yacimientos tan antiguos como el Asclepeion, un santuario dedicado a Asclepio, el dios de la curación, que también fue un sanatorio y una escuela de medicina a la que acudía gente de todo el mundo. Está en una colina cubierta de pinos, tres kilómetros al suroeste de la ciudad de Cos, con encantadoras vistas que también se extienden hasta tierras turcas.
Los pueblos desperdigados por la verde ladera norte del monte Dikeos están muy bien para excursiones de un día. Zia, el más bonito, prácticamente se convierte en verano en un parque temático de una sola calle, aunque las vistas del mar aún son maravillosas. Otra parte que atrae a los visitantes es Kamari y la enorme bahía de Kefalos, un tramo de 12 kilómetros de excelente playa que se prolonga por la costa suroeste de Cos prácticamente sin interrupción. Bañadas por aguas templadas y con verdes colinas cubiertas de maleza de fondo, son los mejores arenales de la isla, y de las menos abarrotadas. El mejor de todos es Agios Stefanos, en el extremo oeste, con un pequeño promontorio coronado por una basílica en ruinas del siglo V y el fotogénico islote de Kastri a poca distancia a nado.
7. Quíos, la isla que inventó el chicle
Dicen que durante el dominio otomano en Grecia los sultanes dispensaron a Quíos un trato especial porque a ellos (y a las mujeres de sus harenes) les encantaba mascar goma de mastique, una resina especial que se extrae del lentisco que crece al sur de esta isla. El caso es que esta resina, antecesora del chicle, se ha producido en esta isla del Egeo desde la Antigüedad, e incluso Hipócrates hablaba de sus beneficios para la salud (hoy se sabe que contiene antioxidantes). Esta singular riqueza hizo de Quíos un lugar diferente al resto, incluso en sus construcciones, levantadas por los navieros y comerciantes, que aquí son tipo castillo, muy diferentes a las blancas arquitecturas.
Su variada orografía comprende desde los solitarios peñascos del norte hasta las plantaciones de cítricos de Kampos, cerca de la capital portuaria de la isla (en el centro), y la fértil mastichochoria en el sur, la comarca donde generaciones de cultivadores de mastique han convertido sus pueblos en joyas del arte decorativo. Las islas de Psara y de Inuses, menos visitadas, comparten con Quíos este legado de grandeza marítima.
Casi la mitad de la población de la isla vive en la capital, la ciudad de Quíos. Detrás del puerto se extiende un barrio antiguo, mucho más tranquilo y con algunas casas típicas turcas y un hammán, ceñidos por las murallas de un castillo genovés. También hay un bullicioso mercado por detrás del paseo marítimo y unos extensos jardines públicos (Vounaki), con un cine al aire libre en verano.
Para los que quieran conocer mejor la historia del lugar, algunos pequeños museos pueden ser interesantes. Pero la historia sale mejor a nuestro encuentro por las carreteras que van hacia el centro de la isla. En Vrontados, unos cinco kilómetros al norte de la ciudad de Quíos, es donde se encontraba la legendaria silla de Homero, la Daskalopetra (en griego, “piedra del maestro”). Es un pináculo rocoso cerca del mar pintiparado para impartir clases. Y justo al sur de la ciudad de Quíos, está Kampos, una zona exuberante con cítricos donde veraneaban los ricos mercaderes genoveses y griegos desde el siglo XIV. Aquí pueden verse vergeles y mansiones de altos muros, algunas restauradas y otras que amenazan derrumbe.
El norte está dominado por los montes y los peñascos, y es territorio de caseríos dispersos, de calas con pinos y tabernas locales. De vez en cuando, algún pueblo un poco más destacado, como Marmaro y Kardamyla, con casas solariegas de muchos armadores. Pero los que llegan a Quíos de vacaciones van sobre todo al sur. Es este el territorio de los famosos lentiscos que han dado la riqueza a la isla durante siglos. Este árbol crece en un fértil territorio rojizo conocido como los mastichocoria (pueblos de mastique), pintoresca región atravesada en zigzag por muros de piedra de laboriosa mampostería que divide olivares y lentiscales. Los pueblos de Mesta y Pirgi conservan extraordinarias peculiaridades arquitectónicas. El primero es un asentamiento amurallado, sin automóviles, construido por los genoveses en el siglo XIV. Y el segundo es el pueblo más grande de los mastichocoria, un lugar curioso ya que sus fachadas están decoradas con intrincados motivos grises y blancos, unos geométricos y otros de flores, hojas y animales. Para ellos se utiliza la técnica denominada xysta, que emplea cemento, arena volcánica y cal en cantidades iguales y para aplicar la mezcla se requieren tenedores doblados. Una curiosidad: en la plaza mayor de Pirgi, flanqueada por tabernas, tiendas y una pequeña iglesia del siglo XII, encontramos una casa con una placa recordando que allí vivió Cristóbal Colón. ¿Verdad o leyenda? Puede que para sea lo de menos.
8. Samotracia, la isla de los grandes dioses
La isla de Samotracia se esconde en la esquina nororiental del Egeo, a un paso de la costa turca y solo comunicada con el puerto de Alejandrópolis. Aquí se eleva también el pico más alto del Egeo, el monte Fengari (1.611 metros), desde donde, según Homero, Poseidón, el dios del mar, contemplaba el desarrollo de la guerra de Troya.
Desechada por la mayoría de los viajeros en sus periplos isleños, posee uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Grecia: el antiguo santuario tracio de los Grandes Dioses. Es también un lugar misterioso. Los tracios construyeron este templo consagrado a sus dioses de la fertilidad un milenio antes de Cristo y, durante siglos, los ritos sagrados y sacrificios asociados con su culto atrajeron a peregrinos tan famosos como Filipo II, el padre de Alejandro Magno, o el historiador Herodoto. Se sabe poco de lo que de verdad ocurría allí, aunque se cree que eran ritos iniciáticos. Hoy su museo da una visión útil sobre el yacimiento. ¿Y la famosa escultura Victoria de Samotracia? Pues sí: estaba aquí, en un monumento a Niké que miraba al mar. Eso antes de que los franceses se la llevaran al Louvre.
Al margen de la arqueología, es una isla para explorar, hacer senderismo y ciclismo de montaña, sobre todo por el interior, cubierto de corpulentos robles y plátanos de sombra. Para refrescarse hay muchas cascadas, que caen en profundas pozas. Las remotas playas del sureste se conservan intactas, mientras que el norte ofrece aguas termales. Y tierra adentro desde Kamariotissa, el principal puerto pesquero, se encuentra la antigua capital, Hora, llena de bellas casas que miran al mar en la lejanía pues está encerrada dentro de una fortaleza natural formada por dos acantilados casi verticales. Con sinuosas calles empedradas adornadas con flores y casas tradicionales con tejados de terracota, es perfecta para disfrutar de un almuerzo pausado o de un café, y en las noches de verano la vida nocturna discurre con calma entre sus callejones y bares de azotea.
Pero donde más se alojan los viajeros es en Loutra, cerca de la costa. El pueblo, con mucha vegetación y arroyos, cobra vida por la noche cuando gente de todas las edades se reúne en sus cafés al aire libre. En los alrededores hay tan sitios interesantes como las cascadas de Paradeisos, una sucesión de pozas y cascadas con plátanos con una antigüedad de 600 años cubiertos de musgo que emergen de la niebla sobre helechos gigantescos y peñascos. En verano se impone un baño, bien en la playa o en sus baños termales milenarios: dicen que sus aguas lo curan casi todo, desde las afecciones cutáneas hasta la infertilidad.
9. Esciro, la isla de los caballos
Las Espóradas son 11 islas (solo cuatro habitadas) singulares en el Egeo, más al norte que otras y también con un aire diferente: Scíathos tiene más de 60 playas y es la más visitada; Skópelos ofrece atractivas bahías y senderos interiores; Alónnisos, con un autobús, cuatro taxis y 27 iglesias, es la más remota y menos alterada, y Esciro tiene caballos salvajes y una vida artística de lo más interesante. Esta última es la más grande de las Espóradas, y puede parecer dos islas diferentes, con un norte lleno de pequeñas bahías, tierras de cultivo y pinares, y un sur cubierto por áridas colinas y un litoral rocoso.
El pueblo es una tranquila base sin tráfico rodado: un laberinto de calles empedradas que fue diseñado para protegerse de los piratas, sobre un peñasco culminado por una fortaleza veneciana del siglo XIII. Todo se articula en torno a una calle principal que es un animado batiburrillo de tabernas, bares y tiendas. Al final, todos los callejones conducen al monasterio bizantino de San Jorge, en activo desde hace más de mil años, cuyas campanas puede que despierten temprano al viajero. Esciro tiene un cierto aire moderno pero alternativo gracias a los cursos de bienestar y artes alternativas que ofrece desde los años setenta el Skyros Centre, y también es muy popular entre los aficionados a las aves, que buscan al esquivo halcón de Eleonora, que migra entre la isla y Madagascar. Y es cada vez más conocido por acoger a una floreciente comunidad de artistas, desde alfareros y pintores hasta escultores y tejedores. Una comunidad artística que tiene su origen en la época bizantina, cuando los piratas de paso colaboraban con los pícaros del lugar, cuyas casas se convertían en galerías de botines robados a barcos mercantes, incluidos platos de cerámica y adornos de cobre europeos, de Oriente Medio y Asia Menor.
Y en la esquina más meridional de la isla, en la bahía de Tris Boukes, en un paisaje azotado por el viento y parcialmente restringido por una base naval griega, está la tumba del poeta inglés Rupert Brooke. Son muchos quienes la visitan y leen su poema más famoso, El soldado, inscrito en la lápida.
Según la mitología griega, es el lugar donde fue escondido el joven Aquiles, de quien se dice que montó un caballo de Esciro en la guerra de Troya. Estos pequeños équidos, en peligro de extinción (quedan menos de 300 ejemplares) y muy apreciados por su inteligencia, belleza y docilidad, aquí aún pueden verse en estado salvaje. Varias personas trabajan para preservarlos en Skyros Island Horse Trust, un rancho cerca de la ciudad de Esciro. Y cada verano, a finales de junio, se celebra el Festival del Caballo de Esciro: tres días que incluyen dos desfiles (uno de yeguas y otro de sementales), música en directo y danzas tradicionales.
10. Ítaca, la isla de Ulises
Y damos la vuelta a la península griega para ir por un momento a las islas Jónicas. Si hay una isla diferente esa es la escarpada, romántica y épica Ítaca, protagonista de la leyenda homérica. La patria montañosa y rodeada de mar a la que Ulises luchó por regresar durante 10 heroicos años aún logra seducir a los viajeros con sus antiquísimas ruinas, pequeños puertos y rutas agrestes. Encajonada entre Cefalonia y tierra firme, es una de esas islas en las que el tiempo parece transcurrir más lento y las preocupaciones, disiparse.
Cortada casi en dos por un enorme golfo, son en realidad dos islas unidas por un istmo. Vathy, su principal población, es el único asentamiento relevante del sur, mientras que el formidable macizo alberga pueblos preciosos como Stavros y Anogi, y está salpicado de caletas con minúsculos centros turísticos como Frikes y Kioni.
Vathy está asentado en torno a un abrigado puerto natural ribeteado por villas azul celeste y ocre donde se han instalado animados bares y restaurantes. Tiene pocos puntos de interés, pero por sus cercanías se pueden dar caminatas magníficas, como la que sigue el litoral hasta la encalada capilla de Agios Andreas. Otra opción es buscar sus playas más apartadas, como Mnimata o Skinos.
Pero si hay un pueblo bonito en la isla ese es el diminuto Assos. Es una población crema y ocre de estilo italiano con una caleta en forma de medialuna resguardada por un península cubierta de bosque. Una magnífica caminata es subir a la fortaleza que corona el promontorio, y después darse un chapuzón en la bahía. El ritmo de vida aquí es lento y las tabernas de lo más tradicional. Es la vida griega en estado puro.
Y si queremos buscar las huellas de Ulises tendremos que perdernos caminando por la isla. Según Homero, Ulises tardó 10 años en volver a Ítaca con su reina Penélope, tras pasar por todo tipo de peligros y penalidades. El viajero no tardará tanto en recorrer la isla en excursiones a pie que llevan a lugares relacionados con la Odisea, como la que lleva a la fuente de Aretusa, un paraje aislado al sur de Vathy, o al lugar conocido como la Escuela de Homero, aunque parece que podría tratarse del palacio en el que Ulises vivió hace 2.800 años.
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