Creemos

Ayuso y Casado, durante la convención del PP.
Ayuso y Casado, durante la convención del PP.Mònica Torres

Como soy del Atleti, nunca dejó de creer. Creo desde hace muchos años, cuando tengo motivos y cuando no. Por eso sé que, aunque el refrán dice que mueve montañas, la fe funciona más a menudo como un licor suave, ligeramente narcótico, que fomenta el cariño, la amistad, a costa de distorsionar la realidad. Me parece que eso es lo que mejor define el título de la convención del PP, la exhibición de hooliganismo voluntarioso y lleno de cariño que ha hecho feliz a Pablo Casado a pesar de todos los despropósitos que han acompañado a las gráficas de García Egea mientras se disparaban hasta el infinito y más allá. La corrupción de Sarkozy, las bromitas de Aznar, la inconcebible opinión de Vargas Llosa, entre otras cosas, no han empañado la calidad de la fe depositada en el líder. Ellos sabrán, pero me habría parecido más interesante que la misma forma verbal, creemos, se correspondiera con el verbo crear, porque yo diría que en el proyecto del PP hace más falta la creación que la fe. Y hay que reconocer que crear, lo que se dice crear, no lo ha hecho nadie excepto Díaz Ayuso. Es cierto que lleva semanas en racha, ahí está lo de que el indigenismo es el nuevo comunismo, o el desparpajo con el que se atreve a criticar al Papa, pero en la gran cita de su partido tampoco ha dejado de hacerlo. Desde la sorprendente fórmula con la que se dirigió a Casado ―te lo digo delante de tu mujer, Pablo, de la gente que te quiere―, hasta el peculiar tono de unas promesas de lealtad considerablemente inquietantes. Yo sé cuál es mi sitio, yo me quedo en Madrid. Lo que muy bien podría querer decir yo sé cuál es mi sitio y tú me lo vas a dar, yo voy a ser leal mientras controle en Madrid el Gobierno y el partido e, incluso, yo me quedo en Madrid, pero tú ándate con el bolo colgando. Mientras tanto, Pablo sonreía, lo cual no deja de ser conmovedor.

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