Cresol, descanso en una almazara del siglo XVIII en Calaceite


Puntuación: 7,5
Arquitectura 7
Decoración 8
Estado de conservación 8
Confortabilidad habitaciones 7
Aseos 6
Ambiente 8
Desayuno 8
Atención 9
Tranquilidad 8
Instalaciones 6

Hay muchas Toscanas, pero ninguna como la comarca aragonesa del Matarraña, cabría apostillar. Y ya, en este plan, hay muchas Matarrañas, pero ninguna como la de Calaceite, con su Ayuntamiento renacentista, su iglesia barroca, sus plazas, sus soportales y su almazara de 1735 rehabilitada hace dos décadas como hotel con encanto. El Cresol es el emprendimiento vital de José Vicente Enguidanos, que no pudo soslayar la tradición aceitera de la villa (no por casualidad lleva ese topónimo) ni los objetos decorativos de todos los tiempos. En la casa halló un antiguo candil de aceite (cresol), con el que dio nombre a su hotel. Tampoco renunció a decorarlo con muebles de diseño contemporáneo y algunas esculturas. Aunque es en la bodega donde surgió el hechizo del propietario con esa gran muela de piedra que hoy acoge a su alrededor el pequeño bar y la zona de catas, cuidada con exquisito celo.

La entrada se diluye en un espacio compartido con una escalera de azulejería, paramentos de sillería y un trillo reconvertido en mesa de atenciones personales. Más allá se esconde una mínima biblioteca junto a una chimenea apreciada por la clientela invernal. Otro hogar ceremonial de estructura minimalista ambienta un espacio sereno con sillas, sillones y pufs para reunirse. Con los años ha adquirido refinamiento, una mejor configuración del turismo rural que viene.

Distribuidas en cuatro plantas, las seis habitaciones sustancian distintas visiones de alojamiento. Mientras las dobles Alechín y Grossal apenas admiten distracciones ornamentales, las júnior suites Arbequina y Empeltre no se resisten a una versión de la famosa chaise longue LC4 de Le Corbusier, ni a una lámpara Arco de Achille y Pier Giacomo Castiglioni. Matan también las buhardillas Picual y Hojiblanca, especialmente a los urbanitas en escapadas de fin de semana. Si en la primera uno se entretiene contemplando los detalles de la iglesia de la Asunción a través de la mirada fotográfica de un artista local, en la segunda lo mejor es proyectarse desde el mural fotográfico de Concha Prada hasta la terraza volada sobre los tejados de Calaceite y las cresterías que delinean los montes de Beceite en el horizonte.

Es cierto que las vistas distraen y retienen, pero por la mañana un placer no menor es paladear el desayuno. Huevos de corral, membrillo casero y un pan recién horneado para mojarlo con el aceite empeltre y arbequina que ofrece la comarca. De cuento literario.

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