Crimen individual, drama colectivo: “Que Álex sea el último en morir así”

Concentración en recuerdo de Álex, el niño de nueve años asesinado en Lardero (Logroño).
Concentración en recuerdo de Álex, el niño de nueve años asesinado en Lardero (Logroño).L. Rico

Hay muchas maneras de querer a los hijos, pero ninguna estremece más que la que provoca la muerte de un niño. Es el “me pudo pasar a mí” más letal, algo que uno no se saca de la cabeza durante días. Los mismos días que se dedican al cuidado y la sobreprotección de los hijos propios por puro instinto de supervivencia. No se separa uno de ellos, se les perdona todo. Podía observarse el domingo en la plaza Entrerríos de Lardero, un pequeño municipio riojano anexo a Logroño. Aquí habían matado tres días antes a Álex, un niño de nueve años que jugaba con sus amigos en un pequeño parque. El lugar está situado a cien metros del edificio en el que el menor fue asesinado, presuntamente por un hombre con antecedentes por violencia sexual y asesinato que se lo había llevado allí con engañifas.

El domingo hubo concentración en la plaza, repleta de flores y ramos, y ocupada por familias enteras de Lardero y Logroño. Y muchos niños jugaron en los mismos toboganes que Álex, otros trasteaban, algunos corrían por los alrededores. Un suceso como este, a partir de un crimen individual, se convierte de forma inevitable en una tragedia colectiva.

Momento de la detención y salida del domicilio del presunto asesino.EPV (GUARDIA CIVIL)

Lo dice con la mascarilla apretada, voz fuerte pero en calma, Gonzalo Martín, tío abuelo de Álex. ¿Los padres del niño? “Matados, matados”. ¿Los abuelos? “Derrotados, hundidos”. El niño, cuenta, se evaporó en un minuto. “Álex, cenamos en un minuto”, le dijo su madre. Y recuerda el tío abuelo que en ese minuto desapareció de la vista. Cuando salió a buscarlo, ya no estaba. Se lo habían llevado.

“No dejaban a sus hijos nunca solos”, asegura en referencia a Álex y a su hermano menor, de seis años, del que cuidaba. “Siempre estaban pendientes. No creo que se lo llevara por un despiste de los padres. Estaban muy dedicados a sus hijos, les dieron una educación y un saber estar”.

En la plaza de Lardero se elucubra sobre las razones por las que un niño tan agitado y divertido como Álex, loco del teatro y los disfraces (Halloween era uno de sus días más esperados), terminó marchándose del parque con, presuntamente, Francisco Javier Almeida. El tío abuelo del niño no cree que, al contrario de lo publicado por los medios —también EL PAÍS— siguiendo lo dicho por una niña que dijo escuchar la conversación, la trampa fuese mostrarle un cachorro. Ni los pájaros que Almeida tenía y que le servían, sin resultados, como cebo. “No era confiado y no nos creemos que el asesino le engañara diciéndole que fuese a ver un cachorro, porque tenemos un pastor alemán y el crío tiene fobia a los perros. Y tampoco se lo llevó engañado por unos pajaritos”, dice Martín, hablando en presente de su sobrino nieto.

Lo que hay aquí, además de pena, es indignación. La mostrada por los manifestantes que, tras los minutos de silencio, buscan micrófonos y grabadoras de periodistas para lanzar el mismo mensaje que está mandando el portavoz de la familia frente a numerosas cámaras. “Que Álex sea el último. La justicia podía haber hecho algo contra este individuo que hemos tenido suelto. La justicia no tiene por qué soltar a un asesino y dejarlo en la calle cuando mató a una agente inmobiliaria y violó a una niña de 13 años. Creo que tendría que estar en la cárcel de por vida”, dice Gonzalo Martín.

“Hoy”, sigue, “me ha tocado a mí con Álex, pero podía ocurrir con cualquier niña a la que intentó llevarse a su terreno la semana pasada. No sirve de nada pedir la prisión permanente revisable. Para qué, si por buen comportamiento le han dado 39 permisos penitenciarios [cuando estaba en prisión]. En esos permisos podía hacer lo mismo que ha hecho con mi sobrino. Ya estamos hartos”.

En este conjunto de urbanizaciones se llenan los bares, tres en la manzana, después de la manifestación del parque. Todos quieren pasar página y, al mismo tiempo, no hay página que pasar. “Mi sobrino ya no volverá. Pero no le puede pasar a nadie más”, afirma este hombre bajo y fuerte, pelado, cuya familia ha sido amputada en apenas un minuto, el tiempo en el que cualquiera de los padres aquí presentes pueden perder de vista a sus hijos.


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