Dice Lorca en unos versos: “La Carmen está bailando / por las calles de Sevilla. / Tiene blancos los cabellos / y brillantes las pupilas”. El poeta no lo sabía, pero esa Carmen podría ser Cristina Hoyos, con su melena canosa recogida en un moño, sus sonrientes ojillos rasgados, ahumados por el maquillaje. La reconocida y reconocible figura de la bailaora coincide, casualmente, con la descripción del escritor y podría estar en las calles de Sevilla, la ciudad donde nació hace 75 años; pero estos días, baila en Madrid. Bueno, sobre todo, dirige y modela el baile de otros.
OléOlá es el espectáculo que, con dirección de Cristina Hoyos y José Carlos Plaza ―ella en la coreografía y él en la parte escénica―, reinaugurará el legendario Teatro Eslava de Madrid el 17 de marzo. Se podría pensar que son tiempos complicados para una reapertura y más con un espectáculo permanente de flamenco (tres días a la semana), pero este lugar ya tiene experiencia en comienzos con dificultades: antes fue la mítica Joy Eslava ―que cerró a finales de 2020, después de casi 40 años siendo un hito en la noche de la capital―, la discoteca se inauguró en 1981, el 24-F, justo la noche después del golpe de Estado. ¿Alguna juerga más o menos flamenca habrán terminado en esta sala? “Y entregas de premios”, sonríe y apunta Plaza, eludiendo la fiesta. La bailaora es más tajante: “No. He viajado muchísimo, cuando venía a Madrid era para ver a mi familia, verdaderamente no tenía tiempo”.
Cristina Hoyos, durante un ensayo de ‘OléOlá’, en Madrid.INMA FLORES (EL PAIS)
Las largas trayectorias de Hoyos y Plaza ―entre los dos suman más de un siglo trabajando― se han cruzado bastantes veces. “Cuatro”, “No, cinco”, se interrumpen el uno al otro mientras hacen memoria. Se complementan y conocen perfectamente, presumen de aprender el uno del otro —”de seguir aprendiendo”—. El director de escena admira la manera en la que la coreógrafa percibe la música como movimiento. “Veo figuras”, explica Hoyos. Plaza añade: “Presenciar cómo convierte las notas musicales en un cuerpo es un milagro”. La bailaora dice que solo es una profesional. “Una buena profesional”, agrega. “Amo lo que hago, desde muy pequeña lo que quería era bailar [comenzó a los 12 años]. Y sigo pensando que lo que quiero es bailar. Si no es bailar, es hacer coreografías para los demás. Ya no tengo edad para hacer siete u ocho números en el escenario, como hacía antes, pero me encuentro con fuerza para hacer alguna interpretación”.
Lleva más de una década sin subirse al escenario para realizar un espectáculo completo, aunque nunca ha dejado de coreografiar y de montar piezas para otros, y también para ella, como la farruca que bailó el pasado mayo en el Museo Helga de Alvear (Cáceres). Sobre si se la verá sobre las tablas en OléOlá, la respuesta en palabras es clara: “No”, pero las miradas y los ademanes, tanto de Hoyos, como de Plaza y del resto del equipo indican que lo están intentando, que la quieren convencer, que “quizá alguna sorpresa…”.
Hoyos rebosa baile, le sale por los cuatro costados. Cuando posa para la fotografía que acompaña esta entrevista, realizada el 10 de febrero, durante los ensayos del espectáculo, los gestos con los brazos le salen solos, igual con las palmas. Cambia de actitud cuando los chicos comienzan a bailar, entonces se queda seria, impertérrita, atentísima. Sigue el ritmo de la guajira con las palmas, pero ni un taconeo. Parece imposible porque hasta al más profano se le van los pies con el sonido de la guitarra. Memoriza el movimiento de cada uno. Los bailaores saben que aún no ha llegado el momento de las correcciones. “Hay que avanzar, acabar de montar los números. Luego ya diré lo que tengo que decir. Iré puliendo”, advierte. Se refiere a perfeccionar figuras de manera individual. Cuando está terminando el número ensayado, se incorpora a la fila de bailaoras, entonces sí alza los brazos con ellas. Termina la música y todos aplauden. Les explica de dónde tiene que salir la energía para mover los brazos: “¡De aquí!”, y vuelve a alzarlos con brío, los demás lo repiten y ella busca la cámara. Reta a la fotógrafa. Se sabe artista observada.
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SuscríbeteVarios bailaores en uno de los ensayos de ‘OléOlá’, espectáculo que inaugurará el Teatro Eslava (Madrid).INMA FLORES (EL PAIS)
El siguiente número que ensayan sí es un reto: la pelea de chicos. Los bailaores utilizan navajas, cadenas y palos, es un número duro. El espectáculo es una mirada sobre el flamenco, de la raíz a la modernidad. “Sin perder su esencia”, incide Hoyos. Catorce bailaores acompañados de un par de cantaores, un guitarrista y una presentadora, con música de José Luis de la Paz, pondrán en escena la relación del flamenco con la naturaleza, con el pueblo, con Latinoamérica, con la ciudad, con la violencia, para terminar con un vistazo desde que se bailaba en grutas, pasando por los tablaos, hasta el mismo momento en el que el espectador esté sintiéndolo en el Teatro Eslava. “Hay tanta diversidad, el flamenco puede representar todas las emociones: amor, tristeza, sensualidad, alegría… No hay que entender, hay que sentir”, explica la coreógrafa, que no se imagina haciendo nada en su vida que no tenga relación con el baile. “Voy a estar bailando siempre, hasta que el cuerpo aguante. Bailo hasta haciendo la cama. De repente, me acuerdo de un movimiento y lo hago, me pongo ante el espejo y lo recuerdo como si estuviera actuando ahora mismo”. Según habla rememora movimientos y los reproduce. Cuando se refiere a Antonio Gades (1936-2004), mira fija a un punto y parece que le está viendo mientras ambos bailan. “Es el mejor, nadie le ha superado todavía”, dice de quien fuera uno de sus maestros y su pareja artística.
Repasar la carrera de Hoyos es recorrer el camino del flamenco desde los tablaos de Sevilla donde la dejaban trabajar antes de cumplir los 16 años, pero entrando por la puerta de atrás. Allí ganó el dinero con el que compró a su madre el primer frigorífico que hubo en su casa de vecinos, también la primera televisión. Cuenta cómo una señora italiana que la había visto actuar se encaprichó de sus palillos (castañuelas) y se los quería comprar. Ella no aceptó, no podía perder el dinero que habían costado. Hasta que pidió por ellas una cantidad que creía que no le iba a pagar. “No sé si dije 3.000 pesetas, no recuerdo bien. Me las compró y yo cumplí el sueño de mi madre que era tener una nevera”.
Y de esos tablaos a los teatros de todo el mundo, con Gades, con su compañía y con el Ballet Flamenco de Andalucía, que dirigió. Al cine, entre otros, con Carlos Saura, en Bodas de sangre, Carmen y Amor brujo. Se lamenta de que el flamenco haya desaparecido en la gran pantalla. Alza la voz ante las pocas ayudas que hay para las compañías, para la creación. “Hay gente que lo está pasando muy mal. Hoy es imposible mantener una compañía, pero es que hay quien no tiene ni para comer. Cada tablao que ha cerrado por la pandemia ha hecho mella en mi corazón”, asegura. Pero, a la vez, siente las ganas que hay de comenzar nuevos proyectos. Ella y Plaza están gestando La casa de Bernarda Alba. “Yo sería Bernarda, con mis canas, lo veo posible”. Vuelve a Lorca, constante en su vida. “Si me lo encontrara ahora mismo, lo abrazaría. Le bailaría. Le encantaría ver cómo se baila ahora… tan intenso”.
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