A Zendaya y Tom Holland les traen sin cuidado los estereotipos. Ella mide 1,79, seis centímetros más que él, pero esa diferencia de estatura no ha supuesto un problema ni en la gran pantalla ni en la relación sentimental que comparten fuera de ella. Preguntado al respecto durante la gira promocional de Spider-Man: No Way Home, Holland recurrió en primer lugar al humor corrosivo asegurando que “estudios recientes apuntan a que la vida sexual de los hombres bajitos es más intensa y satisfactoria”. Zendaya, sentada a su lado, añadió que la presunción de que las mujeres no deben ser más altas que sus parejas masculinas le resulta “absurda y misógina”, además de contraria a lo que ella misma percibe como “normal”: “Mi madre es mucho más alta que mi padre”, explicó la actriz de Oakland (California), “bueno, en realidad mi madre es una gigante, en todos los sentidos. Es la mujer más alta que conozco”.
Holland quiso zanjar el asunto apelando al sentido común: “Si criterios de ese tipo siguiesen aún vigentes en Hollywood, yo nunca hubiese podido ser Spider-Man, porque todas las actrices que optaban al papel de MJ me sacaban al menos un par de centímetros. Después de todo, Zendaya no es tan alta, soy yo el que tiene una estatura por debajo de la media. Y es una suerte que eso no suponga un problema ni para ella ni para Jon Watts [el director de la película]”.
Para Jasmine Washington, redactora de la revista estadounidense Seventeen, “la naturalidad y la falta de complejos con que Zendaya y Tom abordan este asunto resulta refrescante, pero, por desgracia, sigue sin ser lo más habitual en el mundo del espectáculo”. Los directores de casting siguen teniendo muy en cuenta la correlación de alturas entre personajes masculinos y femeninos, algo que supone “un injusto obstáculo a la hora de optar a determinados papeles para actrices tan altas como Una Thurman (1,83), Geena Davis (1,83), Brooke Shields (1,84), Elizabeth Debicki (1,90) o incluso Sigourney Weaver (1,80), porque se considera que su presencia puede “incomodar, disminuir o incluso mortificar” a sus compañeros de reparto.
No se trata, por supuesto, de un criterio rígido: Tom Cruise, con su escaso 1,70, fue compañero de reparto y pareja estable de la australiana Nicole Kidman, 11 centímetros más alta, pero esta diferencia, según explica Washington, “tendía a disimularse en pantalla e incluso en la alfombra roja recurriendo a alzas, plataformas, planos cortos y demás trucos”. Además, cualquier referencia a la estatura era un tema tabú en las entrevistas a la pareja.
La periodista asturiana Raquel Presumido, autora del libro Anónimas, la escritura silenciosa de las mujeres (Editorial Antipersona), considera que Hollywood, con su adhesión a tan ridículas inercias patriarcales, no ha hecho más que reproducir un estereotipo con profundo arraigo social y aún, pese a todo, de una indiscutible vigencia: “La diferencia de estatura continúa siendo un criterio que se tiene muy en cuenta a la hora de elegir pareja”, explica Presumido. Basta con darse un paseo por Tinder para constatar que “la mayoría de hombres heterosexuales incluyen la altura en sus descripciones en caso de ser altos, lo que, traducido al mundo animal, sería el equivalente al despliegue de plumas coloridas con el que los pavos reales se esfuerzan por atraer a las hembras de su especie”.
En cambio, los hombres que se mueven en la franja del 1,70 o por debajo, tienden a omitir el dato e incluso “evitan fotos en grupo, para evitar comparativas indeseadas” o se muestran solo en fotos en contrapicado “para parecer más altos”. Algunos se ponen dignos, dejando claro que esta imposición social les resulta desagradable: “Si me preguntas mi estatura, deshago el match”. En cuanto a las mujeres altas, se han acostumbrado a desarrollar estrategias que eviten la incomodidad de sus parejas potenciales, como “acudir a las citas con zapatos planos”. Presumido considera que, entre los hombres, siguen vigentes “tópicos de un machismo vomitivo” como la insistencia en que “las mujeres bajitas resultan preferibles porque son más manejables”, algo que evidencia, en su opinión, que dos de las características que más se sigan valorando en las mujeres son “la inferioridad y la vulnerabilidad”. El refranero español recoge una expresión que a Presumido le parece muy significativa de esta jerarquía de valores primitiva asociada a la altura: “La mujer y la gallina, mejor pequeñina”.
El ser humano es uno de los mamíferos superiores que presentan un significativo dimorfismo sexual en lo que a dimensiones corporales se refiere. Según datos recientes, la estatura media de las mujeres se sitúa en la franja entre 1,50 y 1,70 metros, y entre 1,65 y 1,85 en el caso de los hombres. Esa diferencia es algo más pronunciada en Europa Occidental y Norteamérica que en el conjunto del planeta. En el caso de España, según datos de la Organización Mundial de la Salud, la estatura media de las mujeres de entre 18 y 25 años es de 1,62, por 1,76 de los hombres, una diferencia de 14 centímetros, entre las mayores del mundo. En el caso de Zendaya y Tom Holland, ella se sitúa 14 centímetros por encima de la media de las mujeres estadounidenses, mientras que él, nacido en Londres, está ocho por debajo del 1,78 que promedian los ciudadanos del Reino Unido. Es decir, que es una pareja perfectamente formal, pero infrecuente en términos estadísticos.
El Hollywood clásico, esa máquina infalible de construir imaginarios, pero también de reproducirlos y contribuir a consolidarlos, tuvo muy en cuenta el criterio de correlación de estaturas normal y, por tanto, socialmente aceptable que predominó en Estados Unidos hasta finales del siglo XX. A Humphrey Bogart le tocó padecerlo. El actor neoyorquino medía 1,71, en la franja promedio de los estadounidenses de su generación, algo que en absoluto supuso un problema mientras estuvo encasillado en papeles en los que muy rara vez compartía planos largos con primeras actrices.
En su primer papel como galán, El último refugio, se vio emparejado con Ida Lupino, de 1,63, partenaire más que aceptable, pero las mujeres con altura por encima de la media irrumpirían muy pronto en su vida. Empezando por Lauren Bacall (un 1,74 oficial que, en opinión de sus biógrafos, escondía algún centímetro extra), con la que compartió pantalla en Tener o no tener en 1944 y que se convertiría un año más tarde en su cuarta esposa.
Sin embargo, la verdadera prueba de carácter para Bogart fue su papel de Rick Blaine en la hoy legendaria Casablanca (1942), película en la que compartió encuadres con la actriz sueca Ingrid Bergman, de 1,78, apenas un centímetro menos de lo que mide, cuatro generaciones más tarde, Zendaya. Bogart se vio forzado a corregir la asimetría calzando unas incómodas cuñas de hasta 10 centímetros que le ponían a la altura de Bergman e incluso, con algo de ayuda adicional por parte de la actriz, que se acostumbró a arquear ligeramente las piernas y ladear la cabeza, a mirarla a los ojos desde arriba en algunas escenas, como la inolvidable despedida en el aeropuerto.
Tal y como explica Bobby Bushell en un artículo en Metaflix, a Bogart le mortificaba tener que interpretar escenas de muy alta textura emocional encaramado a unas plataformas de corcho ridículas y a Bergman, mujer pragmática y sin prejuicios, le divertía que un recurso así de burdo fuese considerado imprescindible para que la química entre los actores funcionase en pantalla. En un clásico de la comedia extravagante, Bola de fuego (1941), Barbara Stanwyck se encaramaba a un par de tomos de la Enciclopedia Británica para poder besar los labios del altísimo Gary Cooper (1,90), en una escena ocurrente, deliciosa y de muy alto valor semántico. Nadie durante el rodaje de Casablanca se planteó un recurso así para sortear con elegancia la diferencia de estatura entre Ingrid y Humphrey.
Los zapatos de cuñas de Bogart han proyectado una alargada sombra sobre el Hollywood clásico y contemporáneo. Para Woody Allen, no supuso un inconveniente excesivo confrontar su 1,65 con el 1,70 de Diane Keaton en esa cumbre de la comedia romántica que es Annie Hall, pero ella sí tuvo presente la necesidad de “utilizar calzado plano y no caminar demasiado erguida en los planos que compartía con él”, para que su relación en la película “no resultase ridícula ni inverosímil”. Aunque tal vez el verdadero reto para Allen fuese que el 1,80 de la jovencísima Mariel Hemingway pasase desapercibido en Manhattan (1979). Stanley Kubrick, director brillante, pero de la vieja escuela, tuvo muy presentes durante el rodaje de Eyes Wide Shut (1999) los 10 centímetros de estatura que separan a Nicole Kidman de Tom Cruise, y eso condicionó la manera en que fueron filmadas las por otro lado exquisitas escenas de intimidad entre ambos.
Más allá de la pantalla, en la alfombra roja, parejas como las que forman Benji Madden y Cameron Diaz, Rosie Huntington-Whiteley y Jason Statham o Liv Tyler y Royston Langdon han recurrido a todo tipo de argucias y subterfugios para que no resultase demasiado evidente que ellas son mucho más altas que ellos. Y resultaba curioso comprobar cómo la modelo Karlie Kloss, de unos imponentes 188 centímetros, se las ingeniaba para no poner en evidencia a sus novios hasta que encontró un hombre a su altura, el empresario Joshua Kushner (1,91), junto al que ha recuperado la costumbre de lucir tacones.
No hay que irse tan lejos. Tal y como explica Raquel Presumido, uno de los casos más curiosos de ese esfuerzo por disimular la estatura de las mujeres para que parezcan menos “amenazantes” se produjo hace unos días en las campanadas de Año Nuevo de Televisión Española: “En Twitter se filtró una imagen de Jacob Petrus, el periodista que las presentaba junto a Anne Igartiburu, subido a una plataforma para parecer más alto”. Por supuesto, la decisión de poner artificialmente a Petrus a la altura del 1,75 que mide Igartiburu creó un considerable revuelo en las redes. Algunos lo atribuyeron a la adhesión a un “estereotipo machista” que resiste a las generaciones y a las modas y otros lo justificaron argumentando que se trata de un recurso de realización “para no volver locos a los cámaras”.
Presumido tiene su propia opinión: “Me resulta gracioso pensar en la pobre Anne, obligada a disimular su estatura cada vez que presenta algo con un señor más bajito que ella”. Zendaya no tiene ese problema. Ella ha optado por vivir fuera del armario de las mujeres con estaturas por encima de la media. Y cuenta con el apoyo de su pareja, el hombre al que nadie tuvo la descortesía de descartar para el papel de Spider-man por no dar la talla.
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