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Cuando la camioneta no descarga comida sino amigos


El fin de semana pasado me paseé por mi región preferida de Francia, Auvernia, una de las más rurales del país y por ende de las más despobladas. Este último dato es relativo: hay pocos habitantes pero muchas cabezas de ganado. En Auvernia viven más vacas que personas, y entre estas, muchas que han llegado ya a la edad de jubilación.

Francia es un país envejecido y también muy enraizado al territorio. Muchos franceses que viven en medio rural prefieren seguir viviendo en sus casas al jubilarse, a pesar de los inconvenientes de perder autonomía y de estar aislados, antes que mudarse a una residencia geriátrica y ganar en servicios. ¿Cómo ayudar a estas personas vulnerables que además viven lejos de los centros urbanos?

Les petits frères de pauvres (los hermanos pequeños de los pobres, en español) ha encontrado un apaño para paliar hasta cierto punto la desconexión y el aislamiento. Se han inventado la baraque à frat, un juego de palabras en francés entre baraque à frites, una camioneta típica del norte de Francia que vende patatas fritas, y la palabra fraternité, que significa “fraternidad”.

Se trata de una camioneta que se pasea por los pueblos de Francia no para servir patatas fritas sino para trasladar personas voluntarias que ofrecen su amistad, un rato de conversación, espectáculos; personas que se desplazan para a fin de cuentas combatir la soledad de los mayores. Una vez instalados en la plaza del pueblo, pueden ir a buscar a su casa a las personas si están imposibilitados o tienen problema de movilidad y, una vez acabado el show, los devuelven a casa: servicio de puerta a puerta. La baraque empezó su tournée en el norte de Francia. He descubierto con alegría este fin de semana que también se aparca en las plazas mayores de los pueblos de Auvernia.

Dos años atrás hablamos ya de otra iniciativa de Les petits frères de pauvres, esta vez en París, encaminada a poner en contacto personas voluntarias que quisieran ayudar puntualmente a parisinos de la tercera edad en sus desplazamientos. La iniciativa pionera en Francia se bautizó como París, en compañía.

Por aquel entonces ya sonaron voces de alarma sobre la gran cantidad de personas mayores que no solo viven a solas sino que además sufren la “muerte social”, es decir, que no se encuentran nunca o casi nunca con otras personas, ya sean miembros de su familia, amigos, vecinos o redes asociativas. En el 2019 se calculaba que unos 300.000 franceses mayores de 60 años sufrían este aislamiento casi total.

En una publicidad de la organización se cita el testimonio de Denise, una mujer de 81 años, quien confiesa que llegó al extremo de hacer un agujero en el seto que circunda su casa para al menos entrever las personas que pasaban por la calle. No lo hizo por espiar sino porque el simple hecho de ver gente circular le alegra el día.

A finales de septiembre de este año Les petits frères de pauvres han publicado su nuevo barómetro sobre la soledad y el aislamiento y la cifra casi se ha duplicado en solo dos años. Según cálculos de la asociación hoy en día son unos 530.000 franceses quienes repartidos por todo el territorio no mantienen prácticamente relaciones con nadie del exterior de su domicilio. Se trata de tantas personas como habitantes tiene, por ejemplo, la ciudad de Lyon.

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