Cuando Manuel Vicent dejó de ir a misa por “algo mucho más profundo”, bañarse en el mar

Eran las 12 de un día radiante en la población costera de Benicàssim. Las campanas tocaban a misa. Manuel Vicent era un niño y decidió cometer un acto de rebeldía. En vez de escuchar al cura, como mandaban su familia y la costumbre, se marchó a la playa y se bañó en el mar. No ha dejado de hacerlo desde entonces, tampoco de recordar las sensaciones que experimentó. Lo cuenta él mismo en el documental A cielo abierto que se emite este domingo en el espacio Imprescindibles, en La 2 de RTVE, dedicado al escritor valenciano de 86 años. “Se me quedó grabado. Pensé que bañarme en el mar era también un acto religioso y al mismo tiempo algo mucho más profundo, con la arena, el agua, el olor del salitre, el paisaje…”, recuerda el novelista y periodista.

Un paisaje recurrente en la vida y la obra de Vicent, como atestigua la película que viaja a donde nació, la castellonense La Vilavella; a donde estudió, Valencia; a donde se hizo un nombre y reside buena parte del año, Madrid, y a donde se escapa en cuanto puede, la alicantina Dénia. Echar la vista atrás y repasar tu vida en presencia de los telespectadores da “mucha vergüenza”, dice. “Es un acto impúdico sobre todo cuando presentas el documental delante de amigos. Es como si te arrancaran de golpe un esparadrapo de una herida. Creo que son los efectos secundarios de una timidez congénita”, apunta en conversación telefónica con este periódico.

Manuel Vicent, en el documental 'A cielo abierto'.
Manuel Vicent, en el documental ‘A cielo abierto’.

“Me gusta el enfoque sobre mi obra y de mi trayectoria del documental porque es la narración de un tiempo, de unas nuevas formas de vivir, de una forma de ser, de la crónica política de una determinada época como la Transición, de ese cambio profundo que se produjo en España”, apunta el columnista de EL PAÍS y antiguo cronista parlamentario. “Tuve el privilegio de estar allí entonces, en el Congreso de los Diputados, y en su bar donde se humanizaban la política, las pasiones y contradicciones. Todo concentrado en un bar, cosa muy española”, agrega.

¿Y estuvo también en la Movida madrileña? “Mi hijo la conoció por dentro, yo por fuera. La viví como espectador, me pilló mayor, pude escribirla y describirla. La vida siempre me ha parecido un espectáculo en el que más que formar parte en la escena, siempre he estado en el patio de butacas”, señala.

Los testimonios de periodistas como los exdirectores de este periódico Juan Luis Cebrián o Soledad Gallego Díaz, de escritores y cineastas como David Trueba, políticos como Javier Solana o cantantes como Miguel Ríos, entre otros, se alternan con las lecturas de párrafos de sus libros por parte de las actrices Leonor Watling y Emma Suárez y los escritores Ray Loriga y Manuel Jabois y con los recuerdos y paseos guiados por el autor de Son de mar.

“Yo no quería ser un portavoz de valores eternos, sino un gozador de placeres efímeros. Empecé a pensar que había más estructura en un aroma que en cualquier pensamiento, más verdad en los sentimientos que en la lógica”, narra Vicent en Tranvía a la Malvarrosa, tal vez la novela más popular del autor que se dio a conocer en la literatura en 1966 cuando ganó el premio Alfaguara con Pascua y naranjas, si bien su padre nunca se tomó realmente en serio la dedicación de su hijo hasta que escuchó una entrevista, en la que el entonces ministro Francisco Fernández Ordóñez hizo mención a un comentario de su “amigo Manuel Vicent”.

Manuel Vicent, en una imagen de archivo recogida en el documental.
Manuel Vicent, en una imagen de archivo recogida en el documental.

Eso del ministro le parecía lo más, rememora sonriendo el escritor en el documental dirigido por José Ángel Montiel y producido por Voramar Films para la televisión autonómica À Punt, en la que ya se ha emitido, y para RTVE. La película es una síntesis de la forma de ver el mundo y la literatura de un escritor que trata de “tener un mundo propio”, reconoce Vicent.

“He cambiado mucho la forma de escribir”, prosigue. “Tiendo a la sencillez. La naturalidad es una conquista muy ardua que siempre se alcanza al final. Uno se da cuenta de que cuanto más simples y más desnudas sean las cosas, mejor. Después, la experiencia de la vida te lleva a pensar o sospechar que todo se reduce a lo mismo. El ser humano tiene una serie de pasiones que se repiten. Se puede decir que la vida se reduce, según los cristianos, a los siete pecados; según los agnósticos, a unas sencillas emociones, a la inteligencia y a la razón”.

¿El adjetivo está sobrevalorado? “El adjetivo calificativo califica a uno mismo. Creo que hay dos formas de escribir: al modo anglosajón, en el que el verbo tira de la acción y las personas se definen por los actos; y la cultura latina, más atmosférica”.

Vicent se considera un escritor analógico, lejano de la actual cultura digital hegemónica. “Hoy vivimos en una en la Inquisición. No se puede escribir lo que se escribía hace 20 años. Hay una censura moral terrible, un tribunal anónimo brutal que son las redes, que te juzgan y te sentencian y acaban impregnando la imaginación y la escritura”, afirma.

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