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“Cuando uno es cantante, más le vale cerrar el pico. No hay artista que me haga cambiar mi voto”



Charles Aznavour tiene la carrera de una estrella y las maneras de un debutante: amable, conversador imparable, con el entusiasmo y la disposición de un veinteañero, no hay pregunta a la que no responda. Y, curiosamente para alguien de su talla, lo hace a solas: sin managers, agentes de prensa ni demás representantes de lo políticamente correcto pululando a su alrededor. Nacido en París en 1924, a sus 92 años, el menudo cantante francés de padres armenios parece haberse tomado muy en serio aquel verso de su canción Il faut savoir (Hay que saber) en el que dice algo así como que hay que saber dejar la mesa cuando el amor se retira. En su caso, ninguna necesidad de aplicarse el cuento. “Mi público me adora y yo lo adoro a él. Estamos completamente de acuerdo”, exclama hablando del concierto único que le traerá a Madrid (Barclaycard Center) el 31 de enero en una gira que inició en ¡2014!
Es usted considerado el embajador por antonomasia de la canción francesa, pero, sin embargo, no vive en Francia. Vivo entre Francia y Suiza. Tengo derecho a vivir en Francia seis meses y tres días. No quiero pagar mis impuestos en Francia. Quiero pagar en Francia por mis impuestos de Francia, en Italia por los de Italia, en España por los de España. Prefiero la fórmula de pagar impuestos por todas partes. Pero sí, Suiza es mi domicilio, aunque también tengo un apartamento en París y… Tengo demasiadas cosas. Es ridículo. Pero es mi profesión la que me obliga a tener todo esto.

“Incluso los críticos llegaron a decir que no deberían dejar a un discapacitado cantar en un escenario. Ignoré a la crítica durante años. Lo sigo haciendo”

Usted siempre se ha vanagloriado de ser de los que gastan mucho dinero. Mi padre solía decir que el dinero tiene que rular. Y conmigo, ¡vaya que sí lo hace! Nunca he buscado hacer fortuna, he intentado ser feliz y hacer feliz a la gente que está a mi alrededor. De todos modos, siendo sincero, no sé en qué gasto el dinero. Me encantan los gadgets, las maletas, las camisas, los zapatos… Tengo zapatos nuevos que llevan en mi armario 30 años y cada vez que los veo, me digo: “No, no… ¡Es demasiado pronto para estrenarlos!”. Es curioso cómo los antiguos zapatos vuelven a estar de moda.
Al menos les quitará la etiqueta. ¡Siempre!
“No quiero ser el más rico del cementerio, pero sí el más famoso”, ha dicho en alguna ocasión. Por supuesto, y no es que lo quiera, es más bien que lo prefiero.

Por edad, Charles Aznavour casi podría ser el primo del jarrón de la dinastía Ming que tiene detrás y el abuelo de las cortinas que decoran esta estancia. Gianfranco Tripodo

Parece que la muerte le divierte, tanto como para escribirle canciones. Sí, pero sólo la mía [sonríe]. Hablar de la de los demás no sentaría muy bien; hacerlo de la mía, sin embargo, provoca risas.
En cualquier caso ha compuesto canciones sobre todo: drogas, homosexualidad, travestismo, depresión, próstata… ¿Cantar es romper tabúes? Totalmente. De lo contrario se acaba diciendo siempre lo mismo: “Te amo, me amas”. No es interesante. Hay que forzar un poco, atravesar los muros, romperlo todo.
¿De dónde le viene la inspiración? De cualquier cosa. De la prensa, de la televisión, de la radio que escucho incluso dormido para que las cosas entren en mi cabeza sin que me dé cuenta. Todo me interesa. Una vez me pidieron escribir una cosa sobre la muerte de Cleopatra, leí tres libros al respecto y escribí una bonita canción que probablemente no cantaré jamás.
Trabaja usted sin descanso. ¿No será un workaholic? No, no, en absoluto. Yo trabajo todo el rato porque ustedes piensan que lo hago. En realidad, lo único que hago es darme gusto. No me fuerzo a trabajar. Me siento irremediablemente atraído por mi escritorio. Mi mujer siempre dice que mi trabajo es mi amante. Y no le falta razón. Al menos no tengo otras [risas]. Vamos a celebrar nuestros 50 años de matrimonio, y no he sido infiel ni una sola vez. Ni a mi mujer, ni a mi trabajo.
¿Cuál es el secreto? La libertad. Y no hablo de libertad sexual. Una mujer que quiere transformar un hombre a su antojo se equivoca y un hombre que quiere cambiar a su mujer comete un error. Hay que dejar las cualidades del otro; incluso algunos defectos pueden llegar a ser bonitos. Recuerdo que cuando conocí a mi mujer [su tercera esposa, la sueca Ulla Thorsell, con la que se casó en 1967], la gente trataba de corregir su modo de decir ciertas cosas en francés, y a mí me daba rabia: esos pequeños errores me hacían gracia.

“Vamos a celebrar nuestros 50 años de matrimonio, y no he sido infiel ni una sola vez. Ni a mi mujer, ni a mi trabajo.”

Con más de 1.400 canciones compuestas, casi 300 discos publicados y más de 100 millones de unidades vendidas, Aznavour aún debe estar riéndose de todos aquellos críticos que le auguraron una imposible carrera dada su, decían, espantosa voz, escasa estatura y físico poco agraciado. “Incluso llegaron a decir que no deberían dejar a un discapacitado cantar en un escenario”, recuerda. “Ignoré a la crítica durante años. Lo sigo haciendo. No voy a prestar atención a aquellos que ni siquiera saben escribir tan bien como yo”.
Si hay algo de lo que se enorgullece Aznavour es precisamente de eso, de su escritura, y se permite un solo consejo: “Siempre les digo a los jóvenes que en vez de tener un diccionario de rimas, tengan uno de sinónimos”, sentencia. La curiosidad como motor. Así salta en una sola frase de su admiración por Pedro Almodóvar a su breve encuentro con Marlene Dietrich, pasando por su gran amistad con Edith Piaf y sus fiestas con los Gipsy Kings.
Tiene una energía increíble. Ha venido a España sólo para promocionar su próximo concierto. No, no. ¡También para comer!

“Soy embajador de Armenia en Suiza y en la ONU. No nací para ello pero, mire, siempre les digo al resto de embajadores: ‘Soy el único de ustedes que no ha ido a la escuela”

¡Y para comprar vinagre! [minutos antes de entrar a la entrevista, Aznavour revolvía preocupadísimo su suite preguntando por sus tres botellas de vinagre]. Me lo han regalado. Me habían dicho que el vinagre español es el mejor del mundo y cuando lo he comentado en el restaurante me han regalado tres botellas. Mezclado con mi aceite, que es el mejor de mundo, ¡voy a hacer unas ensaladas maravillosas!
Ha dicho que no retocarse es el secreto para parecer más joven. Sí, me operé la nariz cuando era muy joven porque decían que no era bonita, y me puse pelo aquí delante porque no quedaba muy bien. Pero el resto… A los maquilladores siempre les digo: “No escondáis mis arrugas, me ha costado 90 años hacerlas”.
Además de todo, tiene tiempo para dedicarse a la política. Soy embajador de Armenia en Suiza y en la ONU. No nací para ello pero, mire, siempre les digo al resto de embajadores: “Soy el único de ustedes que no ha ido a la escuela” [risas]. En cualquier caso, el conflicto armenio es muy complicado. Cada día tenemos un joven que muere en la frontera. Es una locura. Es terrible pensar que, para el poco tiempo que tenemos, lo pasamos matándonos.
Hablando de política, ¿cómo encara las próximas elecciones presidenciales en su…? ¡Me importa un soberano bledo! Francia vota y yo me aprovecho de lo bueno o de lo malo que se decida.
¿Y qué opina de la polémica Bob Dylan con el Nobel, quien por cierto ha cantado alguna canción suya? De algunas de mis canciones hay grabadas 300 versiones distintas. ¿De qué piensa si no que voy a vivir cuando me retire? [risas]. No, en serio, me parece ridículo. ¿Qué polémica? Dylan ha escrito maravillosas canciones. Es uno de los números uno de la escritura americana. ¡Yo me alegro muchísimo por él!
Usted tampoco puede quejarse en lo que a distinciones se refiere. ¡Ahora voy a tener mi propia estrella en Hollywood! Pero es verdad que lo tengo todo. La Legión de Honor, condecoraciones de todo el mundo, medallas… Voy a hacerme una montañita de cemento para incrustarlas todas ahí.
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