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Cuanto más odio, más viral: por qué Twitter se ha llenado de saña en pleno auge de la ultraderecha

Hace unos años, cuando hablábamos de extrema derecha, imaginábamos chavales violentos con cabeza rapada y chaqueta bomber, tatuajes de esvásticas, hostias en calles y graderíos de estadios, señores nostálgicos con gafas de sol y camisa azul levantando el brazo en el Valle de los Caídos. Hoy la extrema derecha es algo diferente: se sienta en los parlamentos, luce traje y corbata, se mueve con soltura en las redes sociales, recibe atención mediática y arrastra a muchos votantes que no son fanáticos ni nostálgicos, sino ciudadanos de a pie. Los mensajes no han cambiado tanto, si cabe, se han hecho más alucinados, incrustados en teorías de la conspiración y fake news.

La extrema derecha de hoy, además de haberse vuelto aparentemente más moderna y tolerable (que no tolerante), es variopinta. De Donald Trump a Matteo Salvini, de Vox a Alternativa por Alemania, de Jair Bolsonaro a Viktor Orbán. A pesar de sus particularidades, el historiador Steven Forti (Trento, 40 años) cree que pueden integrarse dentro de una macrocategoría que sería la de extrema derecha 2.0. Más allá de diferencias en materias económicas, geopolíticas o morales, lo que tienen en común los grupos que caen dentro de este saco son tres características.

La primera es que su objetivo consiste en la polarización creciente de la sociedad hasta escorarla hacia sus posturas extremas. La segunda, que muestran un tacticismo exacerbado, es decir: lanzan globos sonda al debate público tratando de acaparar el protagonismo o tentar al electorado (como en el caso de Vox pidiendo la legalización de las armas en España, sin demasiado seguimiento popular). Además, no les importa incurrir en contradicciones: hoy en día la memoria es fugaz y uno puede defender algo un día y lo contrario al siguiente sin coste político (estas estrategias de farsa y manipulación son practicadas incluso por políticos que no están rigurosamente dentro de la extrema derecha 2.0. propiamente). La coherencia no importa. La tercera es que no reniegan de la democracia en sí misma, sino que critican la democracia liberal como desconectada de la voluntad del pueblo (que ellos sí representan).

Una camioneta atraviesa Gragnano, Italia, con un cartel electoral del ultraderechista Matteo Salvini en 2020.Ivan Romano (Getty Images)

El panorama es explorado por Forti, profesor asociado en la Universidad de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa, en su reciente libro Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla (Siglo XXI). A principios de mes, en una entrevista con El Periódico, Forti declaró que el independentismo catalán de Junts x Cat compartía algunos rasgos con los movimientos de ultraderecha: se levantó contra el autor una tormenta de ofensa digital durante varios días. Él prefiere no hacer comentarios y dejar que este asunto se muera como se mueren las polémicas tuiteras.

¿De dónde viene este resurgir de la extrema derecha? Hay muchas razones. Por un lado, el aumento de las desigualdades, la precarización, los recortes, los ataques al Estado del Bienestar dentro del sistema económico neoliberal. También razones culturales: controversias en torno al aborto, los movimientos migratorios, el feminismo, los derechos del colectivo LGTBIQ… Algunas dependen del contexto nacional: en España, Vox resurge en parte como reacción al procés catalán. También influye cómo las sociedades se han deshilachado, instituciones como partidos y sindicatos ya no son lo que eran, y vivimos una fuerte crisis de confianza en el sistema. Ahí se asientan discursos rupturistas.

Otra característica de esta extrema derecha es la utilización, muchas veces tramposa y agresiva, de las redes sociales. ¿Por qué Twitter está lleno de ultraderechistas? Estas formaciones políticas hace tiempo que entendieron la importancia de las redes sociales para sus propósitos. Utilizan métodos legales y aceptables, y otros que no lo son, como cuentas falsas, bots [cuentas automáticas] o granjas de trolls, que son pequeñas empresas o departamentos gubernamentales que tratan de imponer su discurso, muchas veces plagado de odio y falsedades. Algunas de estas acciones se llaman shitstorms (literalmente, tormentas de mierda), consistentes en linchamientos digitales de mucha virulencia. Un ejemplo de todo esto es ‘La Bestia’ de Matteo Salvini, como se llamó al equipo que trabajaba en las redes a través del análisis de sentimientos: los mensajes más llenos de odio se viralizaban mejor. Aquí hay problemas que están incluso más allá de la extrema derecha. Por ejemplo, la necesidad de tener un control democrático y público de las redes sociales, que son propiedad de grandes empresas. Sabemos muy poco de cómo funcionan los algoritmos.

Hace no tanto, en las redes sociales predominaban los movimientos sociales asociados al 15M o los seguidores de Podemos, aunque quizás no de forma tan virulenta. ¿Cómo se ha dado la vuelta a la tortilla? Veníamos de una visión tecnoutopista de la democratización que permitían las redes sociales. Ahora tenemos una visión catastrofista. Supongo que tenemos que entender que Internet puede servir para hacer cualquier cosa, depende de cómo se use y de cómo se regule. Los partidos tradicionales no han sabido entender la importancia de las redes, salvo excepciones. Lo han entendido mejor los movimientos sociales y ahora la nueva extrema derecha, que ha conseguido una posición predominante. La diferencia con los movimientos sociales de izquierda es que tienen una financiación notable. Trump o Salvini, por ejemplo, han invertido mucho en esto.

El expresidente Donald Trump fotografiado el pasado enero antes de subirse al Air Force One.MANDEL NGAN (AFP via Getty Images)

¿Es ahora la derecha y la extrema derecha lo transgresor y cool, como antes lo era la izquierda? Gente como Santiago Abascal dice luchar contra la “dictadura progre”, en otros países esto se llama “corrección política”. La derecha ahora se define rebelde, defensora de la libertad, contracorriente, provocadora. Isabel Díaz Ayuso también bebe de esto. Hace unos años, una investigación encontró que los adolescentes romanos encontraban guay a Benito Mussolini. ¿Son fascistas? Probablemente no, pero tienen una percepción diferente del fascismo de la que tenían anteriores generaciones. En muchos países los partidos de extrema derecha tienen un alto porcentaje de voto juvenil. La imagen de la izquierda está virando hacia formar parte del establishment.

¿Qué es y qué importancia tiene el llamado rojipardismo? Son personas que se presentan con una retórica izquierdista, pero que si rascas un poco resultan ser de ultraderecha o incluso neofascistas. Se trata de una postura muy minoritaria, pero que en muchos casos es sintomática del parasitismo ideológico de la nueva extrema derecha. En otros casos no es solo tacticismo. El pensador italiano Diego Fusaro se presenta como marxista, experto en Gramsci o Marx, pero defiende las políticas de Salvini o habla de una sustitución étnica organizada por supuestas elites mundialistas. Al mismo tiempo reivindica a Hugo Chávez, Evo Morales y critica el capitalismo neoliberal. Pero compra gran parte del pack de la ultraderecha, lo que puede significar asfaltarle la autopista para que pase.

Otra mezcla curiosa es la del colectivo LGTBI y la extrema derecha, que se aliarían frente al Islam en algunos países de Europa. El llamado homonacionalismo. En Francia hay una parte no desdeñable del colectivo LGTBI que vota a Le Pen. Hace unas décadas sería impensable. Esto muestra cómo la extrema derecha intenta, y a veces consigue, capitalizar algunas banderas típicas de la izquierda. En la cuestión medioambiental se plantea el ecofascismo, que hace suya la lucha ecologista. Muchas mujeres líderes de extrema derecha se dicen las verdaderas feministas. Se quiere enfrentar el Islam porque se cuenta que viene a invadirnos y recortar derechos de mujeres y homosexuales. Alice Weidel, líder de Alternativa por Alemania, no solo es mujer, es, además, lesbiana, está casada con una extranjera y tiene dos hijos adoptados.

¿Se puede equiparar a la llamada extrema izquierda que hay en los parlamentos europeos con la extrema derecha 2.0, como ambos polos del espectro político? No lo creo: ninguna de las formaciones de la izquierda radical se está proponiendo vaciar de contenido la democracia liberal, como mucho la quieren llenar de más contenido, ampliar los derechos y libertades, ir en una dirección más social. La extrema derecha, en cambio, pretende vaciar de contenido la democracia, como vemos en el caso de Viktor Orbán. Convertirla en una cáscara vacía.

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