Cuarta caravana buscaba diálogo, fue ‘cazada’ por agentes migratorios; esta es la crónica

Por Ángeles Mariscal

Desde un día antes de que la cuarta caravana migrante saliera de la ciudad de Tapachula -lugar donde más de 50 mil solicitantes de refugio son obligados a permanecer-, agentes migratorios y de la Guardia Nacional (GN) armados, buscaron disuadirlos efectuando detenciones y rondines. No lo lograron. Los migrantes caminaron 42 kilómetros cuando, al amanecer, finalmente los detuvieron en un operativo violento.

La jornada inició para Giovany con una golpiza. Para ahorrar recursos, el joven migrante decidió dormir la noche del viernes en el parque central de la ciudad de Tapachula y, junto a personas de otras nacionalidades, esperar ahí la salida de la cuarta caravana.

A la una de la mañana del sábado, agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) y la GN, armados con equipo táctico, chalecos antibalas y armas largas, llegaron al parque a detenerlos, en un intento por disuadir la salida de cientos de migrantes que este sábado salieron buscando escapar de esa ciudad.

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Cuando los agentes se acercaron, Giovany corrió unas cuadras, pero fue detenido. “Me alcanzaron, me agarraron de la ropa y me tiraron al piso, uno me pegó con la culata del fusil; yo les dije que tenía mis papeles en regla, que estoy esperando mi resolución (a la solicitud de refugio). Les dije que no era ilegal que me detuvieran, entonces me esculcaron mi ropa, y me quitaron el último dinero que yo tenía”, explicó el joven migrante hondureño.

Indignado, Giovany regresó al parque central. Durante la madrugada, ahí y en las calles aledañas, los agentes de la GN e INM efectuaron rondines, corretearon a varios migrantes, detuvieron a unas decenas de ellos. Durante más de cinco horas realizaron esa táctica disuasiva.

Hasta que alrededor de las 6 de la mañana, migrantes de Haití, Nicaragua, Cuba, Honduras, Venezuela y El Salvador, les ganaron la batalla y de a poco, se empezaron a juntar hasta sumar un millar.

Otros más se intimidaron por el operativo de los agentes migratorios, y decidieron no presentarse a la cita para formar la cuarta caravana migrante que en un periodo de una semana, ha salido de la ciudad de Tapachula.

Mujeres y hombres migrantes de diversas nacionalidades, algunos con bebés de brazos, niñas, niños, se armaron de valor. Ese día no lograron detenerlos ni el operativo disuasivo, ni la experiencia previa de las tres caravanas anteriores, que fueron sometidas con violencia, y sus integrantes deportados.

Su objetivo fue salir de la ciudad de Tapachula, ciudad donde cada día suman entre 150 y 300 el número de personas migrantes que llegan huyendo de sus países. La Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) informó que de enero a agosto, 55 mil 5 personas migrantes solicitaron refugio en esa ciudad, tres veces más que las solicitudes del año anterior.

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Al realizar su solicitud de refugio, las personas migrantes son advertidas de que no podrán salir de Tapachula, bajo pena de que si lo hacen, las autoridades mexicanas considerarán abandonado el proceso, y serán deportados a sus países de origen.

Fue así como en meses recientes la ciudad de Tapachula se convirtió de pronto en una Babel de personas que son obligadas a permanecer en un lugar donde no tienen medios de subsistencia, no pueden acceder a trabajos formales; y donde según denuncian, sufren abusos, discriminación, y actos de xenofobia por parte de la población local. Una suma de elementos que los hace querer escapar.

“Migración nos tiene atrapados”

Un migrante de voz fuerte y atlético, tomó la palabra. Con un paliacate rojo, una playera blanca y su mochila a cuestas, logró hacerse escuchar por el grupo de migrantes que el sábado se dieron cita en la plaza central de Tapachula.

La diferencia con las tres caravanas anteriores, es que esta tuvo por un momento un vocero que de forma clara planteó su situación y sus peticiones. La primera petición fue que les permitieran salir de Tapachula para poder buscar trabajo en otras ciudades; la segunda, sostener un diálogo con el gobierno de México.

“Somos una marcha pacífica, somos una marcha de protesta, no somos una caravana. Estamos protestando por las corrupciones que hay en el INM, por el racismo y xenofobia”, dijo el migrante antes de que la caravana emprendiera el camino.

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Explicó que “sacar una visa humanitaria lleva más de 8 meses, pero si tienes 4 mil dólares, o 5 mil dólares, te la entregan. Queremos hablar con las máximas autoridades de la Comar, con el director del INM, porque nosotros queremos saber qué es lo que está pasando con nuestro trámite, ¿Porqué no nos quieren dejar salir de Tapachula?”, cuestionó.

Detalló que la mayor parte de los migrantes que están en Tapachula han solicitado refugio, y tienen documentos que según la ley de migración, les permiten movilizarse libremente por todo el estado de Chiapas, “pero no nos dejan salir, nos tienen retenidos (en Tapachula)”.

Esta situación y la falta de oportunidades de empleo y subsistencia, en los hechos, los coloca en una situación desesperada. “Aquí nos están obligando a dejar nuestros procesos (migratorios), no nos dejan buscar trabajo, nos tienen retenidos. Estamos viviendo solamente de las remesas que nos envían. Hay gente que duerme en la plaza porque no sabe qué hacer. Ese es el problema”.

“Cómo quieren que vivamos acá (en Tapachula) si no podemos. Ya no cabe la gente, la gente ya no sabe qué hacer. Se están aprovechando (las autoridades mexicanas) con nosotros. Son cosas que ya no podemos, no aguantamos Migración nos tiene atrapados. Ya no sabemos qué hacer, porque nos quieren retener acá. No podemos trabajar, no podemos hacer nada, no nos dejan trabajar el país”, explicó antes de emprender la caravana.

“Yo no estoy triste”

Estephany es hondureña, tiene 26 años, tres hijos y camina sola con ellos. Delgada, pequeña, sonriente, caminó el primer día de la caravana, más de 42 kilómetros cargando a su bebé de 5 meses. Los otros dos niños iban por su propio pie, pegados a ella.

En un momento dado, no pudo más, el sol de 36 grados la vencía, cuando se subió a un auto cuyos ocupantes la vieron y le ofrecieron adelantarla un poco en el camino. Al subir ella y sus hijos, otros tres niños de entre 5 y 10 años también corrieron al coche, son hijos de una amiga de ella, quien también viajaba en la caravana.

Estephany habló de la situación por la que atraviesa, dijo que es difícil mantener sola a sus hijos, trabajando de ayudante en una cocina; ganando 200 pesos diarios, y pagando la mitad de ese salario a alguien que cuide a sus hijos.

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“Es una situación muy triste, por eso decidimos salir en caravana, para ver si más adelante nos va mejor”, dijo. “Yo no estoy triste”, la interpeló su hijo de 7 años, quien iba cargando una de las mochilas. El niño lo que quiere -dijo- es vivir en otro lugar y no en el pequeño cuarto que rentan.

La caravana es una fila larga de historias de lucha y esperanza, de quien escapa de su país en guerra, de quien huye del reclutamiento de las pandillas, de quien no quiere vivir más en pobreza extrema; de niños y niñas que quieren un lugar donde jugar y sueñan con comer lo que se les antoje.

El “rescate humanitario”

Tras el primer día de caminata, con los pies destrozados, sin haber comido más que algunos bocados y un poco de agua, la cuarta caravana migrante llegó a la cabecera municipal de Huixtla.

En ese lugar pernoctaron, bajo el domo de una cancha, con el miedo de que en cualquier momento, llegaran los agentes migratorios a detenerlos. Su miedo se hizo realidad y alrededor de las 5 de la mañana, cerca de 200 uniformados los rodearon.

Llegaron en camiones, armados con equipo antimotines, algunos con armas largas y chalecos antibalas. Las personas migrantes corrieron entre la oscuridad, se dispersaron entre las calles, otros por la orilla del río que este día tenían sus aguas crecidas.

A Eunice una de sus hijas se le zafó de los brazos. La otra más pequeña la llevaba su esposo cargando. Gritó desesperada cuando agentes migratorios intentaron someterla por la fuerza para subirla a una camioneta. “Yo no me voy sin mi hija, yo no me voy sin mi hija”, gritaba una y otras vez resistiéndose.

Forcejeó junto con su esposo y la otra niña que lloraba asustada. Los agentes migratorios pretendían someterla por la fuerza; “este es un rescate humanitario”, dijo uno de los agentes, pero la presencia de observadores de derechos humanos y periodistas los disuadieron y la dejaron ir. Eunice regresó al parque buscando quien le ayudara a encontrar a su hija.

A este lugar fueron regresando algunos migrantes una vez que los agentes empezaron a dispersarse. Entonces otra mujer migrante apareció con la niña que Eunice buscaba. Al menos en esta ocasión esa familia no fue separada, como ha sucedido con otras durante los operativos de contención migratoria.

Durante toda la mañana de este domingo, los agentes migratorios se dedicaron a cazar a los migrantes que escaparon de la redada; en camionetas recorrieron las calles de Huixtla, la rivera de sus ríos, la carretera.

Los corretearon. Cuando lograban atrapar a alguno, lo sometían por la fuerza para subirlo a las camiones enrejadas que en la jerga se le conoce como “perreras”. “Déjenos pasar, déjenos pasar, nosotros solo queremos buscar un lugar donde trabajar”, gritaban en vano los migrantes. Este día la caravana quedó disuelta.


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