Cuba no nos importa

El año 1989 no trajo el fin de la historia que proclamó Fukuyama, pero sí el desmoronamiento, por sí solo, del bloque comunista de Europa del Este. En cuanto cesó la represión, en cuanto Gorbachov renunció a sacar los tanques, se vino abajo un sistema esclerotizado que necesitaba dar miedo. China tomó nota: no abrió la mano en política y emprendió reformas en la economía. Cuba no hizo lo uno ni lo otro: se vio sola y pobre.

El último capítulo del documental alemán Cuba Libre (Netflix) repasa desde diversas voces cómo la isla tocó fondo en los primeros noventa, el Periodo Especial, y vivió inéditas protestas ciudadanas en 1994. Se resolvieron desplegando a la policía y a los fieles al régimen, como hacen ahora, y dejando irse a una avalancha de balseros. Entonces apareció la Venezuela de Hugo Chávez a dar el sostén que ya no daba la URSS: 100.000 barriles de petróleo al día, la mitad para ser revendidos.

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Cuba Libre no pasa de 2015, cuando es evidente el hartazgo de la población, sobre todo la joven, y cuando el régimen desaprovecha otra oportunidad de oro para el cambio: el deshielo que se atreve a iniciar Obama. Trump cortó esa vía y Biden no parece interesado en reabrirla.

Como la Venezuela después de Chávez, la Cuba sin los Castro se asfixia en la precariedad e insiste en la mano dura. Y en España solo parece interesar nuestro mísero politiqueo: si este dice o no dice que Cuba es una dictadura —lo es—, si lo que hay que condenar es el embargo de Washington —injusto y contraproducente, pero no justifica nada—. Algunos siguen presos de la desfasada idea romántica del reducto rodeado de enemigos, Numancia, la aldea de Astérix. Otros solo utilizan esta crisis para tirársela a la cara al de enfrente. Pobre Cuba, en realidad no nos importa nada. Por eso no pintamos nada allí.

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