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Cultura para el desarrollo


“Cuando un anciano africano muere, se quema una biblioteca”. En esta época, tan dada a la viralización de grandes frases, sorprende que no haya nada que ilustre mejor la relación indisoluble entre cultura, conocimiento y desarrollo que esta eterna cita erróneamente atribuida al escritor, etnólogo y diplomático maliense Amadou Hampâté Bâ. Este gran observador, convencido africanista e incansable recopilador de la tradición oral, mostraría hoy honda preocupación por la débil vinculación entre esos conceptos, en contra de lo que reivindicó ante la conferencia general de Unesco en 1960. Allí, defendió los valores de la cultura oral como medio para reconocer las claves del progreso evitando así limitar sus efectos positivos.

A pesar de que se ha debatido mucho sobre la importancia de la cultura en los procesos de desarrollo, la percepción imperante es que, si bien puede complementarlos, en ningún caso es una pieza clave para ello. A esta premisa, largamente asumida por el mundo de la cooperación, es necesario darle la vuelta. No se trata de cómo integrar la cultura –y el patrimonio cultural– en estos procesos, sino de evidenciar definitivamente que forman parte consustancial de cualquier dinámica del mismo, por limitada que sea o por globalizada que esté.

Referencias fundamentales como el Informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo Nuestra diversidad creativa (1996), impulsado por Javier Pérez de Cuéllar, o la publicación de The Fourth Pillar of Sustainability: culture’s essential role in public planning (Jon Hawkes, 2001) inspiradora a su vez del documento La cultura es el cuarto pilar del desarrollo sostenible (2010) –orientación política de la Unión de Ciudades y Gobiernos locales (CGLU)– reflejan esta idea y necesidad urgente, reforzando la importancia de la cultura en la comprensión del mundo y su relación intrínseca con el desarrollo sostenible.

Compartiendo la urgencia de la refundación de la Cooperación Española planteada por José Antonio Alonso en esta misma tribuna, si se trata de hacer una cooperación más eficaz y que responda a los retos de la pobreza, la dimensión cultural y, por tanto, el patrimonio, no pueden estar ausentes.

Hay evidencias de que se necesita apuntalar el desarrollo global con la mayor diversidad, herencia, creación y expresión cultural posibles

En sintonía con esta imperiosa necesidad, el programa Patrimonio para el Desarrollo (P>D) decano de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), con más de 30 años de historia, inició el pasado mes de noviembre un proceso de actualización. Lo hizo en el Centro de Formación de la Cooperación Española en Antigua Guatemala, ejemplo en sí mismo de esta intrínseca y exitosa relación entre patrimonio y desarrollo. El punto de partida fue el estrecho vínculo entre las dinámicas culturales con las dimensiones tradicionales del desarrollo (sociales, económicas, medioambientales, de género).

Los nuevos retos del programa pasan, en primer lugar, por identificar la relación entre las diferentes dimensiones culturales y el conjunto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 para su transversalización. De esta forma, se garantizaría así que los procesos de desarrollo contengan la integralidad necesaria; estén liberados de prejuicios en la medida de lo posible y que, en su alambicado recorrido, no ignoren aspectos claves que posteriormente limiten la reducción de la pobreza o la mejora de las condiciones de vida de la ciudadanía más vulnerable.

El largo recorrido de la AECID en la apuesta por el patrimonio cultural como motor de progreso permitiría reivindicar su posicionamiento. No solamente como ámbito de intervención en sí mismo, sino también como elemento transversal en otras actuaciones, al igual que ocurre con la igualdad de género o la sostenibilidad medioambiental, indiscutibles en nuestra manera de concebir el desarrollo.

En segundo lugar, aprovechar la oportunidad que ofrece el mandato del ODS 11 sobre las actividades humanas ligadas al territorio, fuente inagotable de oportunidades, pero también de obstáculos. Sin el concurso del enfoque cultura y desarrollo, que proporcione una urdimbre sólida a los avances en materia de progreso humano, difícilmente se hallarán caminos viables. Si bien su notoria ausencia en los ODS es quizás una de sus principales debilidades, el número 11 tiene indudablemente mucho recorrido como vía para una transversalización cultural ambiciosa, a falta de una soñada consustancialidad en el conjunto de la Agenda 2030.

Finalmente, la recuperación y puesta en valor del conocimiento y experiencia del personal especialista de la AECID, deberán ser vías para avanzar en la nueva la etapa que se iniciará con la esperada reforma de Agencia, para la que ya se ha dado el primer paso con la aprobación del Anteproyecto de Ley de Cooperación.

Después de 30 años de recorrido, debe imponerse una gestión del conocimiento eficaz que rescate y sistematice la experiencia y evidencias generadas, permitiendo que pueda ser contrastado y maximizado sin prejuicios sobre el rol de la cultura en el desarrollo sostenible.

A pesar de la fuerte influencia globalizadora, hay evidencias de que se necesita apuntalar el desarrollo global con la mayor diversidad, herencia, creación y expresión cultural posibles, base de una sociedad y ciudadanía como tal. El programa P>D no debe alejarse de esta vocación, haciendo de este binomio indisoluble su razón de ser, acallando las voces críticas que ven en la preservación y puesta en valor patrimonial una dinámica ajena a la necesidad de provisión del bienestar de las personas.

Aprender de las manifestaciones artísticas, sociales y económicas, en definitiva, de nuestro acervo cultural, es la vía para enfocar el desarrollo contemporáneo de las sociedades y el devenir posterior de los pueblos que las continuarán y evolucionarán con ellas.

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