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Damas y caballeros de la moda en los barrios marginales de Kinshasa y Brazzaville


Si como decía Scott Fitzgerald, la prueba de una inteligencia superior es poder mantener dos ideas contradictorias en la cabeza y seguir funcionando, la prueba de una elegancia superior debería situarse en un plano parecido. Es decir, en ese misterioso lugar en el que lo que aparentemente no pega ni con cola encuentra un equilibrio perfecto. Es en ese reducto estético donde sobreviven los sapeurs del Congo, original club de dandis que, rodeados de la máxima pobreza, viven entregados al traje caro y perfecto. Una de esas anomalías que explican tantas cosas de este extraño mundo, entre otras, algo que debería ser obvio: el adorno es necesario para la condición humana.

La exposición Los caballeros del Congo no solo subió ayer el rango de color en el Círculo de Bellas Artes dentro del festival PhotoEspaña sino que trae por primera vez a España los originales de uno de los trabajos fotográficos más interesantes de los últimos años, en el que el italiano Daniele Tamagni recoge a esta comunidad de hombres capaces de gastarse en ropa lo que no tienen para comer. Que convierten el gesto de emplear ropa cara y de marca en un acto tan espiritual como revolucionario.

“Ellos se sienten como obras de arte andantes. Hay vanidad pero también orgullo en su expresión. Hay un fondo rebelde en los sapeurs, ellos, los congoleños, pueden ser tan elegantes como los franceses”, explica Tamagni. “Van a bodas, fiestas, les invitan porque son como actores que ofrecen alegría, porque aportan un toque chic a cualquier reunión”.

Para Tamagni los sapeurs siguen un concepto similar al de las cholitas bolivianas, a las que dedica su último proyecto, ganador del World Press Photo 2011. “Estas mujeres practican la lucha libre y también tienen en la ropa su seña de identidad. Pelean con sus enormes faldas, se presentan a los combates perfectas como signo de orgullo indígena”.

Pero, a diferencia de las cholitas, los sapeur (acrónimo de Le Societé des Ambianceurs et des Personnes Elegantes) no se manchan con polvo, ni mucho menos con sangre. Nacieron en los años veinte pero fue a finales de los sesenta, al intentar imponer Mobutu Sese Seko el traje maoísta de tres piezas para todos los hombres del entonces Zaire, cuando sus trajes cruzados y corbatas de colores se convirtieron en un signo de rebeldía. “Ellos siguen un fuerte código estético, no pueden combinar más de tres colores, pero también de conducta: son caballeros”, concluye Tamagni.

Más cerca de la genial Anna Piaggi que de Paul Smith (quien les dedicó una colección de ropa deslumbrado por su gracia con los accesorios y colores) la serie de Tamagni convierte aún en más vacuo y epidérmico el trabajo de otro de los invitados de PhotoEspaña, el popular cazador de presunto estilo callejero” Scott Schuman, The sartorialist, que en unos días ofrecerá una muestra de su impostado desfile de bellezas urbanas.

Para Gerardo Mosquera, comisario del festival, Los caballeros del Congo encierra en sus imágenes “muchas historias, y muchas contradicciones también de nuestra propia sociedad: es curioso que ahora algunas marcas de lujo les busquen para que se pongan su ropa y se dejen fotografiar con ella en medio de su miseria”. El caso es que los sapeurs trascienden las etiquetas y uno no recuerda bien qué llevan exactamente puesto. Es el color, el gesto, su aire impoluto y ligero pese a los escombros que les rodean, lo que retiene la memoria.


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